• 25 de mayo de 2017

    Este interactivo se desarrolló con base información suministrada por el vulcanólogo Raúl Mora Amador, del programa Preventec de la Universidad de Costa Rica (UCR). Asimismo, se utilizaron imágenes, videos e información divulgados por La Nación con base en reportes del Observatorio Vulcanológico y Sismológico (Ovsicori), la Red Sismológica Nacional (RSN) y Volcanes sin Fronteras, sobre la actividad del volcán Poás.

    Edición:
    Hassel Fallas.

    Recopilación de información:
    Mercedes Agüero

    Diseño y programación:
    Pablo Robles y Bryan Gutiérrez

    Fotografía:
    Rafael Pacheco, Alonso Tenorio y Raúl Mora.

    DATA GRUPO NACIÓN GN S.A 2017

    Especial INTERACTIVO

    Poás renace en la erupción

    Créditos:   
    EDICIÓN: Hassel Fallas. ANÁLISIS DE BASES DE DATOS: Mercedes Agüero y Pablo Robles . DISEÑO: Pablo Robles. PROGRAMACIÓN: Bryan Gutiérrez FOTOGRAFÍAS: Rafael Pacheco, Alonso Tenorio y Raúl Mora.

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    GRUPO NACIÓN. 2017

    Como en los 50, volcán vuelve a inquietar a familias de ese pueblo alajuelense

    Bajos del Toro, dos veces testigo del despertar del Poás

    Periodista: Mercedes Agüero
    Diseño y programación: Pablo Robles
    Edición: Hassel Fallas

    En menos de un siglo, Bajos del Toro, un poblado asentado en las faldas del volcán Poás, ha sido testigo de dos despertares furiosos de la montaña.

    La primera vez, a principios de los 50, las llamaradas que salían del volcán incendiaban la imaginación de los pobladores, quienes creían ver figuras negras en el cielo, como si zopilotes volaran alrededor del cráter.

    En aquello no había nada de sobrenatural. El volcán estaba en plena erupción y las siluetas negras -que se veían a lo lejos- eran piedras expulsadas desde sus entrañas.

    Así se entretuvieron los 700 habitantes de Bajos del Toro en las noches de 1953 y hasta 1955, cuando el coloso de la provincia de Alajuela acrecentó su actividad.

    Un día, la gran montaña se dejó de jueguitos y rugió con tal fuerza que estremeció la tierra, al menos así lo recuerda Julia Castro (83 años), quien vivía en Bajos del Toro.

    El aquél momento, el volcán sumaba ya más de dos años de actividad intensa, pero la que comenzó aquél medio día asustó a Julia mientras enjuagaba una ropa en el río Anonos.

    El ruido del agua no la dejó escuchar gran cosa, pero sí percibió el movimiento. Apuró su tarea y regresó a la casa.

    De camino, la preocupación por el temblor solo la sustituyó el afán por llegar a colar el café que, a esa hora, siempre pedía su impaciente esposo. El hombre había regresado de la faena en el campo y se quedó en el hogar, cuidando a los chiquillos mientras ella lavaba en el río.

    “¡Cuál café ni qué nada! Cuando llegué a la casa se vino el otro socollón y un gran estruendo. Salimos corriendo, potrero arriba, mi esposo, los chiquillos y yo. Yo caminaba, pero entre el susto y el movimiento de la tierra, me iba al suelo a cada rato”, cuenta Julia.

    Julia Castro camina por el puente sobre el río Desagüe que pasa por la finca de su familia, en Bajos del Toro.

    Una vez a salvo en la parte alta del cerro, todos se sentaron para descansar y tomar un poco de aire. Allí, debajo de sus pies, pudieron sentir a la tierra como una gran olla en ebullición.

    La fecha exacta del evento se esfumó de la memoria de Julia, pero está segura de que ocurrió en agosto de 1955. Estaba embarazada de Olman, el cuarto de los 13 niños que dio a luz.

    Al final de la tarde, cuando regresaron a la vivienda encontraron una pared de la cocina y el fogón en el suelo. El café tuvo que esperar un buen tiempo.

    La zozobra incrementó apenas llegó la noche. La Policía tocó a su puerta para pedirles resguardarse en el albergue de la escuela.

    Su marido, Manuel Antonio Cubero (q.e.p.d.), se negó a salir. Amparada a su coraje de campesino se quedó toda la familia.

    La decisión se rompió dos días después. El volcán no se calmaba y la Policía los sacó a la fuerza.

    “Nos llevaron a un albergue en Zarcero y ahí estuvimos como tres meses. Mi esposo iba, de vez en cuando, a ver lo que había quedado de nuestra casa. Si la memoria no me falla, nos fuimos la última semana de agosto y regresamos en diciembre. Cuando volvimos ya llevaba a Olman en brazos. El nació el 19 de noviembre”, detalló Julia.

    Lo vivido en aquellos meses ha vuelto a revolotear por su cabeza desde que el Poás comenzó a rugir de nuevo, a partir del 1° de abril, pero esta vez -confiesa- no le ha robado el sueño porque “los retumbos y temblores no han sido tan intensos”. Además, ella ahora vive en Sarchí, más alejada del Poás.

    La reciente actividad del Poás ha traído a la memoria de Julia Castro recuerdos de las erupciones de los 50. En aquella época los temblores obligaron su familia a refugiarse lejos de Bajos del Toro durante tres meses.

    Palas cargadas de ceniza

    También para esa época vivía en Bajos del Toro, Rosa María Morera. Ella había llegado a los 7 años a ese pueblo, donde apenas había trillos y casas desperdigadas entre los potreros.

    Para las erupciones de los 50, era una joven soltera. No tenía idea de que se convertiría en madre de siete hijos y echaría raíces en este paraíso de manantiales, donde vive con su esposo Alexis Corella.

    Tampoco sospechó que a sus 78 años volvería a ver al Poás en plena agitación.

    “En aquella época sí le daba a uno bastante temor porque cuando había erupción se escuchaba un gran estruendo. Como un “umm” prolongado y salía fuego del volcán. El ganado se puso muy feo, lo sacaron y llevaron a San Carlos porque no tenía que comer”, cuenta Rosa, quien intercala sus recuerdos con bromas y risas.

    Lo vivido no tiene para ella ningún punto de comparación con este nuevo despertar del Poás.

    “¡Ahora no! Un sábado de estos cayó ceniza, pero era como un poquillo de arenilla. En aquellos años todo estaba lleno de una ceniza gris oscura y había que levantarla con palas. Dios guarde uno dejara ropa afuera porque se echaba a perder”, recuerda con total lucidez.

    En ese entonces, las explosiones, que se extendieron de 1953 a 1955, transformaron físicamente el macizo.

    En julio de 1953 se formó el domo (destruido por la actual actividad del volcán) y un mes antes desapareció la laguna del cráter, cuenta el vulcanólogo Raúl Mora en su tesis: Mapa de peligrosidad del volcán Poás.

    Las crónicas noticiosas de la fecha también daban cuenta de sismos, fuertes retumbos y resplandores en la cumbre, similares a los descritos por Julia y Rosa

    “Precedidas por atronadores retumbos que infundían gran respeto, salían las espesas nubes de ceniza arenosa y vapores de azufre, que, para gran suerte nuestra, pues de lo contrario no hubiéramos podido presenciar aquel formidable espectáculo, eran empujadas por el viento hacia el norte. Eran cerca de las once de la mañana cuando tuvimos oportunidad de ver la erupción más grande y sentimos como el suelo, sin que llegara a temblar, se estremecía y retumbaba a nuestros pies”,
    se lee en una crónica divulgada por La Nación, el 12 de junio de 1953.

    El artículo reproduce el testimonio de Rafael Sanabria y José Manuel Salazar, sobre su visita al coloso, el 24 de mayo de ese año.

    La caída de ceniza en aquella época dañó los cultivos y dejó a los animales sin pasto para alimentarse. La caña había que lavarla en el río para poder alimentar los caballos, vacas y bueyes, recuerda Julia.

    Rosa María y Julia tienen razón en que, la primera etapa eruptiva del coloso, ha sido una de las más intensas de la historia.

    Sin embargo, aunque ambas perciban menos poderosa la iniciada en la pasada Semana Santa, para los vulcanólogos su furia sí es comparable con la de mediados del siglo anterior.

    En esta nueva ocasión, Julia solo le reciente al Poás haber frustrado el negocio turístico recién abierto por sus hijos: un restaurante en las cercanías del río Desagüe.

    Ante la latente amenaza de una mortal corriente de lodo, la Comisión Nacional de Emergencia cerró el acceso a ese río y a todas las cuencas de los que nacen cerca del volcán.

    A la familia solo le queda esperar a que “su majestad, el Poás, se sosiegue”, ruega esta octogenaria mujer, testigo del doble despertar de esa montaña de lava y ceniza.

    Para Rosa María Morera las erupciones del Poás, este año, no se compararan con las vividas entre 1953 y 1955, cuando la ceniza había que recogerla con palas.

    Periodista: Mercedes Agüero
    Diseño y programación: Pablo Robles
    Edición: Hassel Fallas

    Ceniza y lodo del volcán frustraron negocio familiar

    La jornada del Miércoles Santo fue extenuante. Los hermanos Cubero Castro habían recibido a tantos visitantes que, al filo de las 7: 00 p.m., apenas terminaban de recoger las mesas, sillas y limpiar el restaurante.

    De pronto escucharon un gran estruendo. Al principio no sabían de qué se trataba, pero al salir del local descubrieron que el ruido provenía del río.

    El río Desagüe pasa a escasos 500 metros del restaurante La Cuchara de doña Julia, que la familia había abierto dos semanas atrás.

    “Nos asomamos y vimos que bajaba una cabeza de agua. Hacía un estruendo terrible” cuenta Guillermo, uno de los hermanos.

    El Jueves Santo, ya con la luz del día, vieron la magnitud de lo ocurrido. Por el río Desagüe había corrido un lahar. Es decir, los desechos de ceniza, lodo y piedra que el Poás había sacado de su barriga, corrieron por la angosta y profunda cuenca.

    El Desagüe, atraviesa la finca de los hermanos Cubero Castro. En un tramo de aproximadamente tres kilómetros exhibe una majestuosa catarata y pozas de aguas turquesas dignas de enmarcar.

    Los Cubero Castro se habían dedicado toda su vida al trabajo con ganado de leche. Fue lo que su padre, Manuel Antonio Cubero (q.e.p.d.) y su madre Julia Castro, les enseñaron. Aquel pedacito de cielo, metido al fondo de la propiedad pasó desapercibido.

    El río Desagüe nace en las faldas del volcán Poás. A su paso por la finca de la familia Cubero Castro, en Bajos del Toro, exhibe esta imponente catarata llamada Paraíso Escondido.

    Manuel Antonio murió en el 2004, arrastrado junto con su caballo, por una correntada del mismo río Desagüe. Después de su muerte, sus hijos continuaron honrando su dedicación al trabajo en la lechería, hasta que hace un año optaron por darle un giro al negocio.

    “Decidimos meternos en turismo. Quitamos el ganado, la lechería y entre todos los hermanos juntamos un dinero para empezar el negocio. Aunque ninguno tiene experiencia en esa actividad, nos echamos al agua”, cuenta Omar, otro de los hermanos.

    Donde estaba el corral ubicaron el parqueo y empezaron con los tours a la catarata Paraíso Escondido, hace unos ocho meses.

    Al principio eran solo visitas al río, pero luego surgieron otras necesidades como un lugar para bañarse y dónde comer. Entonces, pusieron una pila de baños y abrieron el restaurante.

    Invirtieron unos ¢20 millones, dice Omar, y aunque no habían hecho publicidad, el negocio era un éxito.

    Así fue así hasta ese Miércoles Santo, cuando el Poás y el río Desagüe se aliaron. A partir de ese día y durante varias semanas el agua turquesa se volvió grisácea y por orden de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) no pueden ingresar a la catarata, debido al riego de una nueva avalancha de lodo.

    Esta restricción cubre a todos los ríos que nacen en las faldas del Poás.

    Casi un mes después el color azulado ha vuelto al Desagüe, y con él la ilusión de los Cubero Castro. Sin embargo, el restaurante sigue cerrado por la poca afluencia de visitantes en la zona.

    “Este parqueo un domingo se llenaba. Ahora el pueblo está muerto”, reclama Omar.

    Al igual que ellos, otras familias de Bajos del Toro dependen de la actividad turística, gran parte ligada a las visitas a pozas y cataratas.

    “Aquí lo que nos ha afectado es la información que dan los medios, pero el volcán no nos ha afectado en nada. Bajó una avalancha por el río Desagüe, pero aparte de eso, nada. Ni ceniza, ni gases. Lo escuchamos rugir un día, sonaba como la turbina de un avión, pero nada más”, comentó Adilia Salazar quien es la tesorera de la sociedad de mujeres, Restaurante Típico Toro Amarillo.

    Además del restaurante, las siete socias tienen tres cabinas y un bar que desde Semana Santa tienen una visitación muy baja.

    “La gente tiene miedo por las noticias, pero no pasa nada”, dijo Adilia quien agregó que ya han tenido varias reuniones con miembros de la Comisión de Emergencias, por lo cual están bien informados.

    El presidente de la CNE, Iván Brenes, explicó que la población puede seguir visitando los restaurantes, hoteles y comercios sin ningún problema.

    Eso sí el acceso a los ríos se mantiene restringido porque esos afluentes nacen en los alrededores del cráter del volcán.

    “Mientras el volcán esté en esa actividad y no se logre establecer un adecuado sistema de alerta temprana en esas zonas, habrá un alto riesgo para las personas que ingresen”, detalló.

    En ese sentido, los hermanos Cubero van a avanzando por su cuenta. Ya colocaron un sensor en la parte alta del río Desagüe, el cual emite alertas cuando incrementa el nivel del cauce.

    En los alrededores de la catarata todavía se evidencia el paso de la avalancha de lodo del Miércoles Santo.

    Periodista: Mercedes Agüero
    Diseño y programación: Pablo Robles
    Edición: Hassel Fallas

    Turistas entran a zona de riesgo en busca de fotos únicas

    Con la promesa de que pueden captar imágenes únicas de la asombrosa transformación que ha tenido el volcán Poás, algunas personas efectúan riesgosos viajes de turistas a las cercanías del macizo.

    Los promotores de esas expediciones se exponen a ir a la cárcel, sentenció Iván Brenes, presidente de la Comisión Nacional de Emergencias.

    “Son conductas irresponsables. Quienes ingresen a la zona cercana al Parque Nacional Volcán Poás corren un peligro inminente”, dijo el encargado del ente preventivo.

    Explicó que las denuncias atendidas dan cuenta de guías con turistas nacionales y extranjeros que ingresan por fincas privadas con el objetivo de llegar cerca del cráter del volcán.

    La práctica se ha detectado en Grecia, Poás y Valverde Vega. “Eso es temerario. Si a un turista le sucede algo, el responsable de llevarlo a la zona de peligro podría ir a la cárcel”, sentenció Brenes.

    Añadió que en conjunto con los comités de emergencia locales han tenido que establecer mayor vigilancia en los puntos de acceso para prevenir desgracias.

    Quienes no deseen arriesgar su vida por una foto deberán esperar a que el Poás disminuya su actividad. La entrada al parque está cerrada, hasta nuevo aviso, por la fuerte emanación de gases del macizo y el intenso olor a azufre y lluvia ácida que desprende.

    Aunque ha bajado la intensidad de sus erupciones, el Poás aún se mantiene activo. Como medida de prevención sigue restringido el ingreso al Parque y sus alrededores.

    CRÉDITOS: Edición: Hassel Fallas . Textos: Mercedes Agüero R. Diseño: Pablo Robles. Programación: Pablo Robles y Bryan Gutiérrez. Fotografía: Rafael Pacheco y Alonso Tenorio.

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