Desde las cuatro de la mañana, Ahmad Rian Salman hace, en su vehículo, una interminable fila para poder echar gasolina en una estación del centro de Bagdad.
Escenas de triples filas se repetían ayer en todas las gasolineras de la capital, el mismo día en que su cumplía un mes de que las tropas estadounidenses tomaron la ciudad y expulsaron a Sadam Husein y a su gobierno.
“En este país otra cosa no tendremos, pero gasolina… y ya ni eso. Es de una calidad pésima y encima se han disparado los precios”, añade Salman.
Lenta mejoría
Las cosas han empezado a mejorar lentamente tras la semana de saqueos, aunque la falta de una autoridad, del tipo que sea, dificulta notablemente el mantenimiento de los servicios básicos. Algunos remedian la situación por su cuenta.
Husein Alí Hadi, de 25 años, trabaja con cuatro compañeros recogiendo basura en el barrio de Doja, de clase acomodada. Ya se dedicaba a esto con Sadam.
Cuando sucedieron los saqueos, se fue a la empresa donde trabajaba y robó uno de los camiones –“lo salvé de los ladrones”, explica él—, reunió a otros compañeros y ahora recogen las basuras del barrio cobrando un pequeño impuesto a los vecinos que, naturalmente, se dejan ellos.
“Es para la gasolina del camión y para alimentar a nuestras familias”, afirma el joven.
No tiene prisa porque vuelva a existir una autoridad municipal, porque ahora gana más.
Parecido es el caso de Saad Hadi Yasin, de 36 años, conductor de uno de los característicos autobuses rojos de dos pisos que forman parte del anárquico tráfico.
Al igual que otros conductores Yasin también se llevó el autobús a casa. “Y fue lo mejor que pude hacer. ¿Se ha fijado en la cantidad de autobuses sin ruedas, motor, ni asientos que quedan por las calles?”. Él conduce y un compañero cobra por el viaje.
Recorre a diario las calles más concurridas recogiendo pasajeros sin seguir un trayecto fijo ni un orden de paradas. Por supuesto, no va a barrios muy pobres: “Perdería dinero”, asegura.
“Sueño con el día en que todo vuelva a ser normal”, dice Rusd Abbd al Satar, pasajera de 29 años. “Estamos cansados de esta situación. Nunca sabemos si las tiendas van a abrir, si vamos a recuperar nuestros empleos o cómo podremos llegar a cualquier parte”, dice Rusd, quien acude todos los días a la saqueada sede el Ministerio de Turismo.