Hay dos niños que en principio son muy similares. Podríamos decir que son el mismo niño, con dos destinos disímiles. Ambos aparecerán en cámaras y se convertirán en símbolos: estandartes de una misma causa pero de dos retóricas muy diferentes.
Uno de los niños aparecerá en un video de un minuto que lo mostrará jugando en un parque de diversiones, montado en juegos mecánicos, compartiendo y corriendo y saltando y riendo junto a otros como él. Un hombre le preguntará si está feliz y disfrutando. El niño dirá que sí.
El otro niño, en cambio, aparecerá en una fotografía, crucificado.
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Es tétrico, pero cierto: el mundo occidental está más acostumbrado a la imagen del segundo niño que al primero. Esa es la fotografía mental que tenemos en este lado del mundo cuando hablamos, leemos o pensamos en el Estado Islámico (EI).
No es una fama gratuita: durante la última década, el Estado Islámico se ha posicionado como el más importante –ergo, peligroso– grupo terrorista del planeta, una especie de demonio masivo afincado en el Medio Oriente, desde donde amenaza con destruir el occidente y conquistar el mundo entero.
Son diarias las noticias que anuncian sus posiciones extremistas y sus medidas salvajes: ejecuciones públicas, decapitaciones de periodistas, quema de rehenes, derribo de aviones comerciales llenos de civiles. También han crucificado a niños –parte de un centenar de personas ejecutadas en julio del año pasado– por incumplir con el ayuno del ramadán.
Sin embargo, cuando se pretende ir más allá del terrorismo, cuando se pretende ganar el apoyo no solo de combatientes sino de familias, de niños y mujeres que vivan bajo el régimen que esos combatientes luchan por instaurar, las crucificciones no son atractivas.
El terror no es sexy.
El Estado Islámico no solamente está peleando una guerra de violencia contra los infieles; también está librando una batalla de relaciones públicas.
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El medio digital Vocativ publicó, el año pasado, un reportaje que informaba sobre los medios de propaganda positiva de los que se vale el Estado Islámico para mercadear su imagen de utopía islámica y atraer a nuevas familias para que se unan, de forma voluntaria, a vivir bajo su régimen.
“En el Oeste, la propaganda del Estado Islámico parece enfocarse en la guerra y en la intimidación. Sus mensajes primordiales son simplemente videos de brutalidad: escuadrones abriendo fuego, decapitaciones, incluso la quema viva de un piloto de Jordania”, reza el artículo de Vocativ . “Pero un análisis de la presencia digital del grupo muestra que, en áreas que ya controla o donde está luchando por hacerse con el poder, casi la mitad de su propaganda tiene un tema positivo. El mensaje es: ‘Vengan al Estado Islámico. Es divertido, tenemos comida y servicios’”.
El Estado Islámico ocupa áreas en Irak y Siria, donde conviven miles de personas cuyas aspiraciones se reducen a pasar sus días en paz. A estas familias es a quienes el grupo terrorista ofrece un flujo constante de propaganda positiva: sus miembros alimentando a los pobres, en fiestas para niños, en carnavales, en ferias.
Escribe Jacqueline Lopour, de la agencia de noticias Reuters : “el Estado Islámico está intentando –en algunos casos con éxito– ganar corazones y mentes. Sin gobierno alguno que lo controle o censure en Siria e Irak, el apoyo público hacia el grupo crecerá, haciendo de este una amenaza aún más difícil de contrarrestar a largo plazo y dándole el espacio que necesita para llevar a cabo ataques como el de París en noviembre pasado”.
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En muchas formas, el Estado Islámico funciona como un gobierno de facto en las áreas que controla. Ofrece servicios, recolecta impuestos, recoge la basura, gestiona escuelas, otorga licencias matrimoniales, provee seguridad pública e incluso ofrece empleo a antiguos burócratas de los viejos regímenes de Siria e Irak para asegurarse de que el gobierno funcione de forma apropiada.
En Deir ez-Zor, provincia que se ubica hacia el este de Siria, el Estado Islámico ha redactado e impuesto regulaciones que protegen los recursos naturales y el medio ambiente, lo que sugiere que el grupo pretende establecerse de manera permanente en la región. Algunos ciudadanos sirios que viven bajo el control del EI claman que los esfuerzos del grupo han ayudado a recuperar algún sentido de normalidad en sus vidas, contrario al clima de guerra permanente de los últimos años.
“Creen que tienen un estado, una organización social, política y económica soberana. Ahora necesitan un futuro”, dijo a Vocativ Patrick Skinner, director de proyectos especiales de la firma Soufan Group, que monitorea las actividades del EI.
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El video muestra a un niño jugando en un parque. Cae el sol de una tarde naranja. El niño juguetea con sus amigos, sonríen; las familias disfrutan del día hermoso, de la brisa, del pasto.
Han venido a Dijla City, un centro comercial y parque de diversiones, ubicado justo al norte de la ciudad de Mosul, al norte de Irak, para pasar una tarde en paz y tranquilidad. Mientras cruzan las puertas de ingreso, son recibidos por un hombre con un micrófono que les pregunta cómo les parece la primavera en el Estado Islámico. “Muy bien, gracias a Dios”.
Varios hombres son entrevistados –apenas es posible atisbar a un par de mujeres en el fondo, fuera de foco–. Dicen que todo es diferente ahora, que todo es mucho mejor. Se escuchan cantos, se ven rostros felices.
El video no muestra, sin embargo, a los cuerpos sin cabeza que también se pueden ver en las calles controladas por la imposición de la versión retorcida del califato de la que el Estado Islámico hace bandera: un imperio que pretende unir al mundo musulmán bajo una sola entidad religiosa y política.
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La propaganda positiva del Estado Islámico busca construir un sentido de comunidad bajo su régimen. Busca amasar el apoyo de la masa y convertir al grupo en mucho más que una amenaza violenta, más bien en un nuevo modelo de sociedad.
El Departamento de Estado de Estados Unidos asegura con vehemencia que las promesas del EI son falsas, y que la realidad dista mucho de la utopía que el grupo proyecta en sus fotografías y videos, que por lo general son distribuidos de forma digital y directamente en los teléfonos celulares de los iraquíes y sirios.
De acuerdo con el gobierno norteamericano –y con, en esencia, todos los medios de comunicación que han reportado desde Medio Oriente–, el Estado Islámico gobierna con hierro y sangre. Cierra mercados, fábricas y universidades; controla los movimientos de sus ciudadanos y castiga con brutalidad a quienes incumplen sus mandatos.
Sin embargo, el agotamiento que la guerra ha causado en Medio Oriente ha dejado a sus habitantes a merced de la desesperación. Algunos optan por cruzar el mar con la esperanza –leve y cruel– de encontrar paz en las costas de Europa. Otros, en cambio, han caído presa de la propaganda de uno de los mayores enemigos que el mundo haya visto en su historia. Sin quererlo, han hecho del Estado Islámico una amenaza mayor, incluso sin tocar un arma en sus vidas.
El odio nunca es más peligroso que cuando es popular.