En medio de la guerra y el peligro, los infantes de marina estadounidenses se mueren... por el tabaco.
Han pasado dos semanas desde que los efectivos del tercer batallón de la sétima división de infantería abandonaron la relativa comodidad de su campamento base en Kuwait, y se les están acabando las raciones de cigarrillos y tabaco de mascar.
Han empezado a racionar sus valiosas posesiones e inclusive han pedido cigarrillos a los agricultores iraquíes.
Napoleón ha dicho que los ejércitos marchan a la par de su estómago. Pero durante generaciones, también han marchado a la par de la nicotina. Y estos infantes de marina, que fuman más de lo habitual por la tensión de las condiciones de batalla, se están poniendo nerviosos.
“Aplasta la moral”, dijo gráficamente el cabo Jonathan Kibler.
Cuando ya no quedan más que pizcas de tabaco, los soldados enfrentan la perspectiva de participar involuntariamente en lo que podría ser uno de los programas más exitosos para acabar con la adición a la nicotina.
Es difícil sobrestimar la importancia del tabaco para los infantes de marina.
Fuman cigarrillos en cada pausa imaginable y las puertas de muchos vehículos blindados están salpicadas de manchas marrones derivadas del tabaco masticable que escupen por las ventanillas continuamente.
El tabaco ayuda a aliviar el aburrimiento, a relajarse o a mantenerse despiertos durante largas noches, dijeron los soldados.
“Mantiene la salud mental”, dijo el cabo Brandon Phelps.