Cuando el próximo miércoles entregue el mando a su sucesor, Óscar Berger, el presidente de Guatemala, Alfonso Portillo, saldrá de la presidencia por la puerta de atrás, señalado como el gobernante más corrupto de los últimos tiempos y criticado por su continuo enfrentamiento con la cúpula empresarial.
“En el balance después de cuatro años, pesan más los débitos que los haberes. Sale con un saldo negativo, que no es por el frente precisamente”, dijo a la AFP el analista político de la conservadora Asociación de Investigaciones Sociales y Económicas (ASIES), Marco Barahona.
“Tuvo un mal inicio desde enero del 2000, cuando no pudo concretar un pacto de gobernabilidad, lamentablemente por las divisiones del FRG (Frente Republicano Guatemalteco) con el portillismo y otro sector de izquierda que se fue por la libre”, explicó el analista.
Baharona consideró que el discurso de Portillo se distanció de los hechos, al verse comprometido a pagar muchas facturas y deudas políticas, y “por adoptar una actitud prepotente, arrogante, convertirse en un gobernante confrontativo que se extralimitaba en las críticas”.
El principal problema “es que no se quedó solo en la confrontación con los empresarios, sino que también lo hizo con los opositores políticos, sectores de derechos humanos, la prensa, empresarios pequeños. Es decir, sale un saldo negativo producto de tener un gobierno arrogante y corrupto”, sostuvo el analista de ASIES.
Portillo reconoció el sábado que se ha enfrentado con “la oligarquía”, pero justificó su posición en la defensa de los sectores populares, que son afectados por los empresarios al aumentar los precios de los productos de la canasta básica.
El gobernante aseguró durante una gira en el norteño departamento de El Quiché que no llegó a despedirse, sino que “vengo a decirles que cumplí con mi palabra, que nos los traicioné, que estuve al lado de los pobres, que no me vendí con los ricos, no me doblegué y aquí estoy bien”.