Ciudad del Vaticano. El País. El Vaticano inició ayer una ofensiva diplomática para calmar los ánimos en los países musulmanes.
Los nuncios y vicarios destinados en esos países recibieron la orden de contactar con autoridades políticas y religiosas y dar garantías de la buena voluntad de Benedicto XVI, insistiendo en que las palabras que citó en Alemania sobre Islam y violencia fueron malinterpretadas.
La cúpula de la jerarquía católica siguió esforzándose en rebajar tensiones y en desarrollar misiones explicativas.
El cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso, anunció que hoy se reuniría en Roma con el imán de la mezquita local, Sami Salem, y el rabino jefe Riccardo di Segni, para escenificar la voluntad de entendimiento entre las religiones monoteístas.
Dos noticias aliviaron la situación del Papa frente a las protestas islámicas: por un lado, las autoridades turcas confirmaron la invitación para que Benedicto XVI visitara el país a finales de noviembre.
Por otro, la Comisión Europea defendió la libertad de expresión del Papa y condenó las “reacciones exageradas” basadas en “extrapolaciones deliberadas”.
Un crítico. Benedicto XVI quiso que su pontificado incidiera en la pureza doctrinal: quería fomentar el diálogo interreligioso, pero desde posiciones bien definidas.
En sus años de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, criticó los encuentros interreligiosos de Asís patrocinados por Juan Pablo II, considerándolos un paso hacia el relativismo y hacia una concepción igualitaria de todos los credos.
Una vez Papa, apartó a monseñor Joseph Fitzgerald, islamista eminente, del Consejo Pontificio para el diálogo religioso. Fitzgerald está hoy, martes, en la Nunciatura de El Cairo, Egipto.
El resultado de este proceso de reestructuración ha sido la desaparición de filtros y de asesores con sentido de la oportunidad política.
Parece evidente que Benedicto XVI no tenía la menor intención de ofender a los musulmanes durante su lección magistral en la Universidad de Ratisbona, encaminada a subrayar la necesidad de conjugar fe y razón. Pero parece evidente que la cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, con sus secas palabras de desprecio a Mahoma, podía haberse omitido del discurso.
El propio Papa, a tenor de las explicaciones ofrecidas el sábado y el domingo, es consciente de ello.
Un resultado de la crisis es evidente: el prestigio acumulado por Juan Pablo II en el mundo islámico, construido a base de gestos diplomáticos grandes (oposición a la guerra en Iraq) y pequeños (contactos con autoridades musulmanas), ha sido dilapidado en un año. Ahora el Papa es visto como enemigo por millones de musulmanes azuzados desde mezquitas y prensa.