Mingora, Pakistán. AFP. En el valle pakistaní de Swat, las estudiantes anhelan que su excompañera Malala Yousafzai obtenga el viernes el Premio Nobel de la Paz. Pero lo hacen en secreto, por miedo a los talibanes y por el peso de una sociedad local más cautelosa en relación con la joven ícono.
Safia emerge desafiante con la cabeza descubierta, el velo en los hombros, entre el remolino de niñas que se cubrieron el cabello al ver llegar a extranjeros al patio del instituto público femenino Mingora, capital de Swat.
En este magnífico valle verde de los primeros contrafuertes del Himalaya, poblado por tribus pastunas conservadoras, las mujeres salen de casa cubiertas, a menudo en silencio. Y con más razón desde el 2007, cuando el paraíso turístico se volvió tierra de conflicto, invadido por los rebeldes fundamentalistas talibanes y luego por el Ejército que los expulsó dos años más tarde.
Educación para todos. A sus casi 20 años, Safia (nombre ficticio) se atreve a hablar sin miedo de la emancipación de las mujeres. “La sociedad es como una bici: solo puede avanzar con dos ruedas, la educación de los hombres y de las mujeres”, clama con agudeza la estudiante de largo cabello negro.
Habla con convicción y en un inglés perfecto, como su amiga Malala, militante a favor de la educación de las niñas que e scapó de milagro a un intento de asesinato de los talibanes el 9 de octubre del año anterior en Mingora.
Un año más tarde, “echo en falta a Malala terriblemente”, confiesa Safia, quien sigue hablando con ella regularmente por teléfono.
Exiliada en Inglaterra con su familia desde el ataque, Malala se ha vuelto la adolescente más alabada en Occidente . Madonna, Hillary Clinton, Bono, cantante del grupo U2; la lista de sus admiradores refleja un cosmopolitismomuy glamuroso que se sitúa en las antípodas de la cultura silenciosa de Swat, replegada en su identidad.
Malala colecciona los premios internacionales a la espera de que quizás el próximo viernes le concedan el más prestigioso: el Nobel de la Paz, para el que despunta como una de las favoritas. “Se lo merece”, asegura Safia.
Opinión que comparten numerosas estudiantes encontradas en Mingora, quienes sueñan con que su tierra deje de ser noticia por las bombas. “Malala es un ejemplo no solo para nosotras, sino para todo Pakistán”, recalca la pequeña Rehana Noor Bacha, de 14 años.
La educación ha mejorado en Swat desde la era de los talibanes, que acabaron por enajenarse de la población al destruir las escuelas femeninas, además de asesinar a sus oponentes.
Desde el 2011, el índice de escolarización de las niñas ha dado un salto al pasar del 34% a aproximadamente el 50%, de acuerdo con las autoridades locales.