La idea de producir un arma nuclear nunca antes vista, capaz de arrasar territorios completos y mostrar al mundo entero el poderío de una nación, emergió como una fantasía alemana y una pesadilla para los Aliados.
Como la historia ya lo demostró, el temor a que la bomba atómica llegara antes a manos de Adolfo Hitler fue tan poderoso, que el 6 de agosto de 1945 calcinó las ilusiones germanas, con el sorpresivo bombardeo estadounidense a la ciudad japonesa de Hiroshima.
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Para entonces, físicos y químicos alemanes llevaban poco más de cinco años trabajando en el desarrollo de un reactor nuclear, increíblemente, sin éxito alguno.
Nueve meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, el químico alemán Otto Hahn descubrió la fisión nuclear , lo que le valió un premio Nobel de Química en 1944 . Sin sus hallazgos, la bomba atómica jamás hubiera sido posible, algo que lo hizo acarrear una pesada culpa hasta el último de sus días.
El acontecimiento no solo maravilló a la comunidad científica mundial, sino que hizo temblar a Estados Unidos, cuando el premio Nobel de Física Albert Einstein –un judío de origen alemán que migró a América por causa del ascenso del nazismo– escribió una carta al presidente Franklin Delano Roosevelt para comunicarle que recién se había abierto la posibilidad de producir armas nucleares a partir del uranio.
Einstein le advirtió, asimismo, que tenía conocimiento de que Alemania estaba replicando, con fines bélicos, los experimentos estadounidenses en el campo de la energía nuclear. “Tengo entendido que, de hecho, Alemania detuvo la venta de uranio que saca de las minas de Checoslovaquia, de las que tomó control”, alertó.
El prominente físico escribió esta carta el 2 de agosto de 1939, impulsado por Leo Szilard, un científico judío de Hungría que había buscado refugio en Estados Unidos por miedo a la persecución nazi. Tras conocer las cifras de civiles fallecidos en Hiroshima y Nagasaki, Einstein se arrepentiría de haber escrito esa misiva.
En las décadas de 1920 y 1930, Alemania había cosechado una tercera parte de los premios Nobel en los campos científicos, y los avances de Hahn condujeron a pensar que ese país llevaría la delantera en las investigaciones nucleares.
No obstante, la persecución de los judíos le había jugado una mala pasada a Hitler. “Para 1935, uno de cada cuatro físicos habían sido expulsados de sus puestos, forzando a cerca de 2.000 académicos (en su mayoría judíos) a emigrar. Estas pérdidas hirieron tremendamente la física nuclear, pues muchas de las grandes mentes de Alemania abandonaron el país”, apunta el investigador de la Universidad de California en Santa Bárbara, John Amacher, en su artículo La bomba nazi.
Einstein tenía razón: Alemania y Estados Unidos habían descubierto, casi al mismo tiempo, el potencial del uranio para ganar la guerra.
Un mes después de su carta, el 16 de setiembre, un grupo de físicos que luego se hizo llamar el Club del Uranio, se reunió en Berlín para explorar la posibilidad de desarrollar un reactor nuclear. Entre ellos se encontraba Hahn, quien lejos de tener intenciones bélicas, perseguía un interés científico. “Si mi trabajo deriva en la construcción de un arma nuclear, me mataré a mí mismo”, dijo.
Según el libro Serving the Reich, de Phillip Bold, Hahn pertenecía al segmento de científicos alemanes que se referían a sí mismos como “no nazis”. En este grupo estaba también el premio Nobel de Física Werner Heisenberg, quien sin embargo aceptó dirigir los intentos alemanes por lograr un arma atómica. El liderazgo de este equipo clandestino le fue ofrecido, pese a que era acusado de ser un “judío blanco”, por haber colaborado y tener como referentes a los judíos Einstein y Max Born.
“En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, (Heisenberg) había adquirido una reputación de ser el mejor físico atómico. Entonces, cuando la comunidad de físicos se percató de que la bomba atómica era teóricamente posible, también tuvieron la certeza de que si alguien sobre la Tierra era capaz de descifrar cómo construir ese arma de destrucción masiva, ese era Werner Heisenberg”, destaca el sitio History.net .
Pese a la certeza de que contaría con un escaso apoyo del régimen alemán y que sería imposible desarrollar en el corto plazo una reacción en cadena tan rápida que produjera una explosión, el equipo de científicos se comprometió a poner en marcha los estudios.
“Caballeros, si existe una oportunidad de liberar energía nuclear a través de la fisión, incluso si solo fuera una remota posibilidad, tenemos que intentarlo. No podemos evadirlo”, dijo en aquella reunión el físico Hans Geiger.
En diciembre de ese mismo año, Heinsenberg confirmó la factibilidad de usar Uranio 235 para crear un reactor nuclear. En febrero de 1940, emitió un segundo informe en el que establecía que, para conseguir una reacción estable, se debía ensamblar una tonelada métrica de grafito con dos o tres toneladas de uranio y 600 litros de agua pesada.
Para infortunio de los nazis, nadie se atrevió a cuestionar las teorías de Heisenberg, quien había cometido un error básico de cálculo. No se necesitaba una tonelada de uranio, sino apenas 50 kilogramos.
Basado en las estimaciones del Nobel, en enero de 1941, el físico Walther Bothe condujo un experimento en el que incorporó grafito como moderador del reactor. Sin embargo, Bothe no tomó en cuenta que el grafito que se usaba a nivel industrial no era lo suficientemente puro, y fue por eso que su intento fracasó.
A partir de entonces, los alemanes decidieron utilizar cantidades aún mayores de agua pesada, materia prima que obtenían de una planta hidroeléctrica en Noruega, nación ocupada por los nazis.
“Gran Bretaña alertó a los noruegos, por debajo de la mesa, de que el agua pesada era útil para la guerra, sin decirles por qué. Los valientes noruegos sabotearon la producción tanto como pudieron. Como resultado, para el final de la guerra, Alemania tenía solo la mitad del agua pesada que requerían”, reveló en el 2000 una publicación de la Universidad de Michigan.
Según John Amacher, hasta 1942 los estudios de Alemania y EE.UU. marchaban casi al mismo ritmo. Sin embargo, fue en ese año que los norteamericanos por fin sobrepasaron a los Nobel alemanes con el llamado Proyecto Manhattan.
A mediados de ese año, el ministro de armamento germán, Albert Speer, preguntó a Heinsenberg si él y su equipo eran capaces de producir una bomba nuclear en un plazo de nueve meses. Su respuesta fue contundente: “No”.
Seis meses después, los experimentos estadounidenses vieron la luz. El italiano Enrico Fermi –quien había huido porque su esposa era judía– llevó a cabo una prueba similar a la de Bothe y sospechó que la impureza del grafito era responsable de la falla.
Su asistente, Leo Szilard recordó que el boro era comúnmente utilizado en la fabricación del grafito, por lo que recorrió Estados Unidos para pedir a los productores de ese material que le proporcionaran grafito puro. Con este mineral, el 2 de diciembre de 1942 lograron la primera reacción estable en cadena en la Universidad de Chicago.
El temor a que los nazis estuvieran adelante en el desarrollo de la bomba atómica seguía presente entre los investigadores estadounidenses. En 1943, Robert Oppenheimer, el director del proyecto nuclear Manhattan, escribió que, para finales de ese año, era posible que los alemanes tuvieran suficientes materiales acumulados para lanzar potentes bombas – al mismo tiempo– sobre Inglaterra, Rusia y Estados Unidos.
Poco tiempo antes del ataque a Hiroshima, los Aliados ejecutaron la Operación Epsilón, que tenía como objetivo secuestrar a los 10 científicos alemanes que trabajaban en el reactor nuclear. Heinsenberg, Hahn y sus compañeros fueron llevados a una casa en Inglaterra con micrófonos ocultos, para averiguar qué tanto habían avanzado en sus investigaciones. La realidad los dejó estupefactos: era claro que los nazis no estaban ni cerca de conseguir la reacción en cadena necesaria para crear la bomba.
¿Traición?
En setiembre de 1941, Heisenberg sostuvo una reunión secreta con su mentor, el danés Niels Bohr. Es difícil para los historiadores determinar qué conversaron, pero se tiene evidencia de que acudió con un dilema: ¿debía un físico construir un arma atómica para su país en tiempos de guerra?
Heinsenberg arriesgó su vida al mostrar a Bohr un dibujo de los avances del reactor, a sabiendas de que su maestro tenía contacto con los científicos aliados. Creyó que Bohr comprendería que los alemanes no habían progresado con sus investigaciones y que el danés comunicaría esto a sus enemigos para que detuvieran sus ensayos nucleares.
“Si los físicos de ambos bandos se negaban tácitamente a trabajar en la fisión nuclear, el mundo se libraba de la futura bomba y su destrucción. Pero Bohr sospechó que Heisenberg estaba tratando de obtener información de inteligencia para Alemania sobre esfuerzos aliados, y se convenció de que Alemania pronto tendría una bomba atómica”, señala el sitio web del Museo de la Segunda Guerra Mundial.
Nunca fue posible determinar si Heinsenberg realmente concentró todos sus esfuerzos en el éxito del reactor nuclear. Durante una entrevista concedida en 1965, el notable físico mencionó que “la idea de poner una bomba en manos de Hitler era horrible”.
No obstante, poco después de la guerra, él mismo había corroborado al físico Hans Bethe su interés en crear la bomba atómica: tenía miedo de que si Alemania perdía la guerra, desapareciera su cultura. Heinsenberg, quien siempre se definió como un patriota, creía en ganar y luego deshacerse de los nazis.
Después de la cena del 6 de agosto, los físicos secuestrados en Inglaterra quedaron desconcertados al escuchar la noticia del bombardeo de Hiroshima a través de la BBC . No podían creer que los estadounidenses hubieran triunfado en lo que ellos fracasaron.
“Me siento agradecido por que no tuviéramos éxito”, pronunció Hahn.
“Es posible que la guerra termine mañana”, respondió Heisenberg. Ese fue su último error de cálculo: la Segunda Guerra Mundial acabó el 2 de setiembre, 27 días después.
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