Washington
La invasión militar estadounidense a Panamá, de la que este sábado se cumplen 25 años, fue una demostración de fuerza inédita en sus propósitos y con una justificación difícil de digerir pese al paso del tiempo, en la que tuvo tanto que ver la geopolítica como el orgullo personal.
Bautizada como Operación "Causa Justa" , lo que ya desde su mismo nombre supone una afirmación valorativa, la acción supuso el despliegue de más de 27.000 soldados para someter a una Guardia Nacional panameña muy inferior, desmoralizada, dividida, mal armada y poco entrenada, y capturar a su jefe, el exgeneral Manuel Antonio Noriega.
"No fue un uso de la fuerza justo" , dijo a EFE el académico de la Universidad del Sur de California Eytan Gilboa, que aseguró que la invasión se podía haber evitado con una mejor coordinación dentro del propio gobierno de Estados Unidos y una diplomacia más efectiva.
Para Gilboa, especialista en comunicación y conflictos, "la invasión de Panamá no cumplió ninguno" de los criterios que pueden justificar un conflicto, es decir, la "casus belli" , el despliegue desproporcionado de fuerza, los daños y bajas que se ocasionan, sobre todo a civiles, y el incumplimiento de las leyes de la guerra.
"La 'casus belli' fue cuestionable, la cantidad de fuerza excesiva, demasiados civiles murieron o resultaron heridos (...) y hubo violaciones a las leyes de la guerra " , agregó.
De hecho, veinticinco años más tarde todavía sigue sin haber una cifra oficial de víctimas, que oscilan entre los cerca de 500 que reconoció el Pentágono, entre civiles y militares, y los más de 5.000 que reclaman las organizaciones populares.
El presidente emérito del centro de estudios Diálogo Interamericano, Peter Hakim, aseguró que Panamá fue "la primera vez y quizá la única, en que Estados Unidos ha atribuido a las drogas el motivo de una intervención militar" .
El combate al narcotráfico, controlado en Panamá por Noriega, por ese entonces jefe de los cuerpos de seguridad englobados en la Fuerzas de Defensa, fue uno de los motivos aludidos por el presidente George H.W. Bush (1989-1993) para justificar la invasión.
Los otros fueron proteger a los ciudadanos estadounidenses en Panamá, después de algunos incidentes con soldados norteamericanos, defender la democracia y asegurar el cumplimiento de los tratados Torrijos-Carter, ratificados diez años antes y que establecían un calendario para traspasar el Canal, controlado por EE. UU. desde su construcción a comienzos de siglo, a manos panameñas en el 2000.
Pero según Gilboa, hubo un motivo adicional y fundamental, no declarado: " El restablecimiento de la credibilidad y la reputación del presidente Bush tanto nacional como mundialmente " .
El académico se refería al peligroso juego del gato y el ratón que Noriega, un experto en contrainteligencia y antiguo hombre de la CIA, estuvo jugando durante meses con Bush, quien precisamente había sido director de la agencia de espionaje estadounidense.
Desde el comienzo de la crisis política abierta en Panamá en 1987 al destapar un despechado compañero de filas los nexos de Noriega con el narcotráfico, Estados Unidos intentó persuadir al dictador panameño de que abandonara el poder con promesas de perdón, amenazas y sanciones, pero éste, escurridizo, nunca acabó por claudicar.
El fracaso de la diplomacia estadounidense en un país que además consideraba bajo su tutela y poco menos que independiente, y el insulto y la burla de Noriega a Washington terminaron con el mayor despliegue militar estadounidense desde la guerra de Vietnam.
Todavía los panameños más veteranos, habitantes de un país históricamente pacífico, recuerdan vivamente los bombardeos, tiroteos y movimientos de carros blindados por la capital, así como la filas de decenas de helicópteros que, en perfecta formación, aparecían sobre el horizonte.
La invasión "pareció sumamente excesiva en su momento, pero Panamá era un país pequeño, sin resistencia, visto aún bajo el tutelaje de EE. UU., y al resto de Latinoamérica no le importó mucho" , aseguró Hakim, que destacó que fue "la última intervención militar estadounidense (sin contar Haití) que contó con el apoyo de la mayor parte de Latinoamérica".
Y de los propios panameños, se podría decir, pese a su dudosa justificación, según han manifestado los propios civilistas que combatieron entonces contra la dictadura de Noriega, que anhelaban la democracia después de 20 años de un militarismo del que no sabían cómo librarse.