¿Cuáles rasgos diferencian la violencia que afecta hoy a Honduras con la que ha vivido históricamente?
La violencia en Honduras era de caciques rurales, de familias rivales, de arraigos campesinos y oligarcas. Tuvimos una violencia política e institucional en los años 80 y un conflicto agrario que generó muertes violentas. El resto de la criminalidad era marcada más que todo por temas de convivencia mal llevados, pero no había una criminalidad como la de hoy, donde los móviles no son claros. Esa violencia que irrumpió hace unos diez años es la vinculada al crimen organizado.
¿Cómo llegó a Honduras?
Nosotros ubicamos el precedente más inmediato en dos grandes líneas. La primera de ellas es la guerra centroamericana. Los Acuerdos de Paz, principalmente en Nicaragua y El Salvador, impactaron mucho en Honduras, fundamentalmente en el tráfico de armas, porque los grupos de traficantes internacionales no se desactivaron. El país quedó inundado de AK-47 y se las podía conseguir en cualquier lugar. El país fue muy poroso y permisivo.
”El otro elemento más reciente son el Plan Colombia y el Plan Mérida en México (que combaten el narcotráfico con ayuda de Estados Unidos), que impactaron mucho pues las bandas criminales, si son perseguidas en un lugar, se trasladan a otros más débiles, a Estados más frágiles, con fronteras menos controladas y autoridades más corruptibles.
”Nosotros fundamos el Observatorio de la Violencia en el 2004 porque ya mirábamos con preocupación el crecimiento en las tasas de homicidios, y comenzamos a notar la muerte de colombianos y mexicanos que habían entrado una semana o días antes. Eran indicios importantes de la presencia del crimen organizado, y eso fue modificándose. Hoy tenemos ejecuciones con un uso de la fuerza brutal.
¿Cómo inciden las maras dentro de ese proceso?
El fenómeno de las maras comienza con jóvenes agrupados en barrios, pero no eran todavía criminales. Nosotros hicimos un estudio cerca de 1996 entrevistando a 80 alcaldes, y solo en tres municipios estos grupos habían cometido crímenes. Cuando hicimos el estudio, había como 90 grupos, cada uno con nombres de cantantes, canciones..., una cosa como de travesura. Eran muy dispersas, inorgánicas, en cada barrio había una.
”Pero la política de mano dura del presidente Ricardo Maduro (2002-2006) las estructura, las hace más orgánicas porque deben defenderse. Se hace una persecución más que una inclusión, y eso obviamente las articula mucho, aunque no logran los niveles de verticalidad de El Salvador.
”Las maras comenzaron a autoprotegerse; por ejemplo, se dejaron de tatuar. El Gobierno actuó como si ellos no fueran a reaccionar. Ellos debieron ver cómo se defendían. Si la Policía los correteaba, ¿quién los podía proteger? El crimen organizado, así que se fueron a trabajar al otro sector”.
¿Se podría decir que el Estado aprovechó el incipiente problema de las maras para aumentar la presencia militar y, por ende, el control sobre la población?
Lo que pasa es que la otra opción es la inclusión. Irse por la vía de la represión es más fácil, más popular, se cree que tiene efecto más rápido... Irse por la represión no solo no necesita de mucha creatividad, sino que hacer lo contrario requiere de amplias reformas sociales que cuestan dinero, una reorganización del poder y una redistribución de la riqueza.
”Creo que Maduro y otros expresidentes no entienden las dinámicas sociales porque proceden de cúpulas empresariales muy altas, no fueron políticos de base”.
Con la Policía Militar, el Gobierno insiste en la política de represión. ¿Podría cansarse la población de este tipo de medidas?
No es fácil que la gente se dé cuenta, porque si uno lo ve desde el lado de las víctimas, las víctimas la pasan muy mal. La gente está acorralada. Honduras es un país donde el Ejército ha tenido un rol muy importante, cuestionado para algunos, pero para muchos también tiene aceptación.
”Cuando salen del Gobierno en la década de los 90 y se alejan de la decisión pública, salen muy cuestionados por dos razones: la violación de derechos humanos y la corrupción. Salen del escenario público, hay una serie de reformas y restablecen su legitimidad. Pierden fuerza y eso lentamente los va restableciendo.
” La gente, ante el fracaso de la Policía, la incompetencia y la corrupción, ve en los militares una esperanza. ¿Quiénes estamos contra la interferencia de la Policía? Los académicos, los antimilitaristas que creemos en la separación de funciones entre defensa y seguridad, pero la gente quiere seguridad a como sea”.
¿Guarda la posibilidad de que con estas medidas se logren bajar al menos los homicidios?
Depende. La Policía en Honduras es muy empírica. En los últimos años, muy irresponsablemente, se aumentó el número pero sin formación. La Policía preventiva no está preparada casi que para nada. La inteligencia policial es una quimera y lo que puede ser bueno está corrompido.
”No miro que esa Policía tenga capacidad para enfrentarse al alto nivel delictivo. Yo creo que el crimen de alto perfil, especialmente en la zona de tráfico de drogas, requiere una policía de élite, bien equipada, con formación en investigación, con tecnología. Pero no sé quién, dónde y en cuánto tiempo la van a formar”.