El líder político británico más estable de los ajetreados meses de brexit ha sido Larry. Con cinco años en su puesto de Ratonero en Jefe en 10 Downing Street, residencia del Primer Ministro, lleva más tiempo al mando que los líderes de los partidos políticos de su país. Los amantes de los gatos sabemos cuánto se aferran a sus costumbres.
Dichosamente, esta semana trascendió que Larry no se va. Supera así al gobernante que lo adoptó, David Cameron, quien debió rebatir cuestionamientos sobre su cariño por Larry en su última conferencia de prensa. El exgobernante tuvo que tuitear una foto con el felino en los regazos para que le creyeran.
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Durante un breve lapso entre la mudanza de Cameron y la llegada de la nueva primera ministra, muchos británicos quizás suspiraron aliviados de saber que el gato estaba a cargo. La controversial salida de la Unión Europea por parte del Reino Unido obliga a aferrarse a lo que sea que parezca estable.
Ni los amenazantes zapatos de leopardo con los que Theresa May debutó como la líder del atribulado Reino Unido intimidaron a Larry.
El gato se queda.
Bola de pelo. Un ratonero profesional ha residido en Downing Street desde, al menos, el siglo XVI. Desde 1929, el personal administrativo de la residencia oficial ha dedicado un presupuesto al cuido de un gato, encargado de mantener la casa libre de ratones y otros invasores.
Solo cuatro gatos han tenido el título que ostenta Larry, aunque por cariño, muchos otros han desempeñado las mismas funciones. Uno puede asumir que se dedica a resguardar la seguridad de la casa, a probar la consistencia y calidez de los distintos muebles, y a recibir a dignatarios internacionales cuando haga falta.
"Sus responsabilidades cotidianas incluyen pensar en una solución para la ocupación ratonil de la casa. Larry dice que esto aún está 'en etapa de planificación táctica", detalla el sitio web oficial del gobierno.
Antes de Larry estuvo Humphrey, quien se retiró en 1997, tras haber cazado ratones para Margaret Thatcher, John Major y Tony Blair. Le siguió la gata Sybil (2006-2009), quien no pudo adaptarse a su nuevo hogar y tuvo que regresar a Escocia.
La ausencia era pesada para el staff de 10 Downing Street, especialmente porque en un par de conferencias de prensa algunos inquietos ratones asustaron a los periodistas. Reclutado en el refugio Battersea Dogs and Cats Home, Larry llegó a su nuevo hogar sin estar exento de controversias.
Cuando se reveló que habría un nuevo gato oficial, mantuvo a los reporteros esperando por 45 minutos porque se había quedado dormido. Peor aún, lanzó un zarpazo a una periodista mientras trataban de hacerlo posar para una foto.
Además, sirvió a medios opositores a Cameron para lanzarle críticas al primer ministro: en el 2011, el Daily Mail publicó un artículo cuestionando por qué al gato no se le permitía entrar al apartamento de Cameron, que había sido remodelado en parte con fondos públicos.
Larry es tranquilo y duerme mucho, pero hace poco se peleó con Palmerston, el gato de la oficina de Relaciones Exteriores, una agresiva metáfora del debate del brexit.
Sin embargo, y sin ser muy elocuente, Larry se ganó al personal de seguridad y limpieza. Su elegancia y habilidad para lograr consensos –¿quién va a decir algo malo de un gato?– le permitieron recibir a los ministros durante cenas oficiales y a Barack Obama, presidente estadounidense, durante su última visita oficial.
Ronroneo real. Desde que ha sido necesario para los gobernantes mostrarse "más humanos", las mascotas han cumplido, quizás sin querer, un papel clave. Ya decía el pensador y ailurófilo francés Roland Barthes en Mitologías, a propósito de la prensa rosa sobre realeza: "Los reyes son de una esencia sobrehumana y cuando temporariamente toman ciertas formas de vida democrática".
"¡Los reyes se afeitan solos!", esa falsa noticia, pretende transmitir que también son humanos y, al mostrarse así, confirman su carácter "divino": son capaces de dejarlo de lado un momento "por su pueblo".
En gobiernos democráticos, esa cercanía sirve para espantar la idea del presidente como miembro de una élite desconectada de lo que viven sus conciudadanos.
Nadie lo ha hecho mejor que Obama, cuyo fotógrafo oficial, Pete Souza, ha mantenido una línea humana, cálida, pero en cada imagen parece sobrevolar la tensión: el peso de ser "el hombre más poderoso del mundo".
Larry, como todos los gatos, es animal y divino. Es un vínculo emocional con algo que parece tan distante. Aún en la residencia oficial, hace falta el ronroneo seguro de un felino. Como bien sabe quien ha sido elegido como mascota de uno, es terapéutico y relajante. El cariño del público es inevitable.
Hasta ahora, el más exitoso de los ratoneros en jefe ha sido Wilberforce, quien sirvió a cuatro líderes distintos durante 18 años. Larry, de mirada ambiciosa y sagaz, se ve como alguien que podría lograr superarlo.