Estambul
Cada día, decenas de cristianos iraquíes hacen cola ante la sede de la comunidad caldea de Turquía en busca de ayuda para el exilio o una nueva vida. Detrás de la puerta de este edificio gris de Estambul les aguarda la esperanza.
Varias personas esperan pacientemente su turno, en vísperas de la visita del Papa a Turquía, que comienza hoy viernes. Son hombres y mujeres, en su mayoría cristianos, obligados por la guerra y la inseguridad a irse de Mosul o Bagdad.
Entre ellos figura una madre de cinco hijos. La llamaremos Hanna, para respetar las reglas de anonimato del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
"Estuve cinco años en Siria, hace un mes que llegué a Turquía", cuenta. "Vengo a ver al padre François para que me ayude a ir a Australia, quiero que mis hijas estudien allí".
François Yakan es vicario de la comunidad caldea. Desde que fundó su asociación de ayuda cultural y social (Ka-Der en turco) en 2005 estudia personalmente la situación de cada uno de los refugiados.
Y casos no le faltan: solicitudes para registrarse ante ACNUR, impagos de facturas, alquileres o ayuda alimentaria. Lo abarca todo.
"La situación de los refugiados es insoportable", denuncia el sacerdote en francés.
"Las peticiones de exilio pueden llevar años, porque los países de acogida escasean y porque aquí en Turquía hay demasiadas demandas", protesta. "En general, sus familias que se encuentran en el extranjero les ayudan pero no tienen derecho a trabajar y aún menos a la seguridad social. Entonces es muy duro".
Frente a él se encuentra un matrimonio de Mosul. Faer, operado cuatro veces del corazón, agita las facturas del hospital que sabe que nunca podrá pagar mientras Asmaa llora a lágrima viva.
"Estamos tirados desde 2008. Primero en Líbano, ahora aquí, y ya no sabemos a dónde ir", cuenta ella sollozando.
El padre Yakan descuelga de nuevo el teléfono para pedir ayuda a una asociación turca. "Vamos a negociar una reducción, hay que ayudarles", afirma. "El problema -dice- es que no podemos ayudar a todos los que lo necesitan".
Su presupuesto, en comparación con el de las grandes ONG humanitarias, es irrisorio. Alrededor de 150.000 euros anuales, exclusivamente para la ayuda de emergencia. Para todo lo demás hay que contar con la generosidad de la comunidad cristiana de Estambul y con donativos de otras instituciones.
Es el caso sobre todo de Cáritas Luxemburgo o de Echo, la oficina de ayuda humanitaria de la Unión Europea (UE) para un proyecto que permite a Ka-Der alimentar a más de 800.000 sirios cada año, en territorio sirio.
"Como si no tuviéramos suficiente con los iraquíes, ahora también ayudamos a la población siria", suspira François Yakan.
Un vía crucis. Pero el vicario se siente orgulloso de los resultados de su trabajo. En casi diez años, su asociación ayudó a 55.000 refugiados que lograron encontrar un país de acogida.
Un logro para la comunidad caldea de Turquía, "la primera iglesia católica" de la historia, en palabras de François Yakan, que ahora solo cuenta con 816 miembros en todo el país.
"Nuestro papel consiste en proteger la fe de todos los cristianos de Oriente, que son perseguidos precisamente a causa de ella", explica.
La amenaza que pesa sobre ellos se ha agravado con la ofensiva de los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) en Irak y en Siria. Por eso el padre espera que el papa Francisco les eche una mano durante su visita a Turquía.
"Su llegada a Turquía es una buena señal para la paz en Oriente Medio", estima. "Y una señal de esperanza" para los cristianos de la zona.