Tsutomu Yamaguchi llegó a creer que las bombas nucleares lo estaban persiguiendo, que lo acechaban sin importar dónde estuviera.
La sospecha le entró tres días después de haber vivido las consecuencias de una irradiación incontrolable, o más bien, en el momento en el que escuchó lo mismo por segunda vez, cuando vio venir –una vez más– una potente ráfaga de luz blanca.
Al despertar del segundo susto se dio cuenta de que no solo estaba eludiendo las bombas, sino que además se le estaba escapando a la muerte, de la cual se libró en sendas ocasiones.
Según los registros del gobierno japonés , oficialmente él es la única persona reconocida como sobreviviente tanto de la detonación de Hiroshima como de la de Nagasaki.
La historia acuerpa en exclusiva a Yamaguchi, a pesar de que se calcula que más bien hubo cerca de 150 personas que estuvieron cerca de ambas explosiones y que permanecieron con vida a pesar de la proximidad con los dos epicentros.
La realidad es que el japonés no necesitaba que nadie lo acuerpara. Sobrepasó dos catástrofes y aguantó de pie hasta el 2010, cuando falleció por un cáncer estomacal que lo aquejó durante varios años hasta derribarlo.
Nunca se puso la capa de héroe por ser el más célebre de los hibakusha (el nombre con el que se conoce a los que salieron vivos tras estar expuestos a los dos momentos cataclíticos de 1945).
En cambio, Yamaguchi se convirtió en un vocero de la oposición al armamento nuclear, y para defender su posición tenía una historia que nadie más podría contar.
La primera prueba
Tsutomu era un ingeniero dedicado a diseñar tanques de aceite para carros destinados a un centro empresarial de Mitsubishi. El 6 de agosto de 1945, él y dos colegas estaban por terminar su residencia de tres meses en Hiroshima. Yamaguchi contaba 29 años y tenía pocos días de haberse convertido en papá.
El ingeniero de esta historia notó la ausencia de su permiso de abordaje a las puertas de la estación de trenes, por lo que debió regresar a toda velocidad por el documento.
Cuando redactó sus memorias, años después, recordaría que ese 6 de agosto, a las 8:15 a. m., el cielo estaba particularmente despejado.
El entorno, sin embargo, cambiaría estrepitosamente en tan solo un parpadeo: “Oí el ruido de un avión, uno solo. Lo vi en el cielo, lanzó dos paracaídas. Los observé descender y de repente fue como un flash de magnesio, un gran flash en el cielo, y luego salté por los aires. Cuando abrí los ojos, todo estaba oscuro. Pensé que había muerto, pero la oscuridad se abrió de repente y comprendí que estaba vivo”.
Él y el epicentro de la detonación nuclear estaban separados por tres kilómetros. El impacto, no obstante, le reventó los tímpanos, le provocó ceguera temporal y le dejó graves quemaduras en los brazos y el rostro.
Malherido y desorientado, el hombre retomó su regreso a la estación de trenes, donde se reencontró con sus compañeros. Al día siguiente, los tres hombres abandonaron Hiroshima, una ciudad que había quedado en ruinas, dolida y sin esperanza.
Lo único que mantenía con ilusión a aquellos tres ingenieros era regresar a sus casas, en Nagasaki.
El último reto
En su hogar, dulce hogar, el sobreviviente de la primera bomba nuclear recibió atención médica. Ya no escuchaba de un oído, pero se sintió capaz de regresar al trabajo el 9 de agosto.
“¿Cómo es posible que una sola bomba haya destruido una ciudad entera? No tiene sentido”, le dijo su jefe al relatarle lo que había ocurrido tres días atrás en Hiroshima.
Según Yamaguchi, la conversación no había concluido cuando escuchó la ola sonora que precedía otra explosión. Pocas veces un déjà vu es tan real.
“Pensé que la nube en forma de champiñón me había seguido”, cuenta en sus memorias, al recordar aquel momento que vivió –de nuevo– a tres kilómetros de donde la bomba nuclear fue arrojada.
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El ingeniero se lanzó al suelo sin pensarlo. En esta ocasión, no sufrió más consecuencias que la obvia exposición a la irradiación.
Poco tiempo después sufrió la caída temporal de cabello y tuvo que ser atendido por traumas sicológicos asociados a la experiencia que vivió por partida doble.
Inicialmente, se reportó como sobreviviente del estallido de Nagasaki. Decidió omitir la segunda experiencia, aduciendo que talvez podía ser algo irrespetuoso para los que no corrieron con su suerte, la de superar dos pruebas.
Sin embargo, ya con las heridas un poco cicatrizadas, en los 80 cambió de decisión y demostró haber sobrellevado ambos ataques: “Sobrevivir a dos bombas atómicas es un milagro y también una responsabilidad, la de contar al mundo lo que pasó, para que no se olvide”.
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