“¿Qué hago yo aquí?”.
De vez en cuando, no todos los días, Néstor Luis Pérez piensa qué hace aquí. Llega a su casa cuando cae el sol, tras la jornada laboral, se sienta en el sofá y escucha el silencio de la casa que habita. Vive solo, en Costa Rica. Su hija está en Miami. Su mejor amiga en Polonia. Su madre, su corazón, su vida, en un solo lugar: Venezuela.
Qué hace aquí Néstor.
Lleva un año y medio, más o menos, viviendo en este país en el que invirtió hace cuatro años y adquirió una compañía. Néstor es empresario. Está consciente de que en su país, el sector empresarial formal vive años muy difíciles. Sabe que, como él, muchos colegas han tenido que buscar oportunidades de negocios fronteras afuera. Considera que el aparato productivo venezolano está detenido, y que las consecuencias de este paro son las que hoy adornan las portadas de diarios de todo el planeta: la escasez, el hambre, la violencia.
Pero a Néstor el tema empresarial le resulta secundario. Hay un drama mucho más importante, al que le llama daño colateral . El daño colateral de un país en crisis, un país que se desgrana año a año, día a día, hora a hora. Subraya lo que considera más crítico: “Después de 17 años, nos estamos acostumbrando a vivir así, a pensar que esto es normal”.
Esa fatídica nueva normalidad de la que habla es la división familiar por causa de la migración, un drama del que Costa Rica, en términos generales, sabe poco. En los últimos años, el fenómeno migratorio ha azotado con furia a varios sectores del planeta y de la humanidad. Pero nuestro país es más bien estable en este aspecto. “El tico está feliz de vivir en su tierra”, opina Néstor. “Muchos se van a hacer sus estudios, pero la mayoría quiere volver. Regresar y poner en práctica lo que aprendieron en Estados Unidos o en España o en Inglaterra”. Dice que antes eso era así para ellos, también. Ya no.
Antes para venezolanos como Néstor no era normal decir “tengo tres hermanos viviendo afuera”. Antes no era normal que la comunicación se redujera casi exclusivamente a Whatsapp. “Tengo una hermana en Miami, otra en Costa Rica, otra en Venezuela con mi mamá, un hermano en Miami, dos primas en Argentina, otra en Santiago de Chile”. El panorama de la tragedia familiar de Néstor es común para muchos núcleos de venezolanos que han tenido que escapar de su país como consecuencia de las políticas del gobierno chavista, que han impulsado al país a una crisis difícil de comprender, difícil de resolver.
A lo largo de la última década, pero sobre todo en los últimos cuatro años, la cantidad de venezolanos que han encontrado refugio en Costa Rica ha crecido de forma dramática. Muy lejos de sus hogares, con pocas posibilidades de ayudar a quienes siguen allá –sus familiares, sus amigos–, deben atisbar desde la distancia cómo la crisis de su país sobrepasa lo que varios de ellos considera un punto de no retorno.
Gabriel
El vuelo salía muy temprano por la mañana, y la maleta era muy pesada: capaz que había que pagar un sobrecargo. Los aeropuertos son escenario diario de estrés, de trabas de último minuto, de sorpresas. Tanta fue la ansiedad de Gabriel que casi no tuvo tiempo de despedirse de su mamá.
No que aquello representara mayor drama. En unos días se iban a volver a ver, cuando él regresara a Caracas de sus vacaciones en Panamá y Costa Rica. Feliz Navidad, mamá, nos vemos pronto.
Pronto significa, a la fecha de publicación de este artículo, 162 días y contando. Pronto significa, hoy, ya, en este momento, incertidumbre.
Blanco perdió su empleo y fue acosado por simpatizantes del gobierno de Nicolás Maduro. | FOTO: ALBERT MARÍN.Gabriel Blanco llegó a Costa Rica el 24 de diciembre pasado. Había vacacionado durante cuatro días en Panamá, y ahora iba a pasar fin de año con una prima y una tía que residen en nuestro país. Transcurridos esos días, sin embargo, ya no fue posible regresar. Venezuela, para él, se había convertido en un destino insostenible, inalcanzable.
La cosa ya venía mal desde antes, por supuesto. Varios miembros de su familia, incluyéndolo, se habían quedado sin trabajo en tiempos recientes. Gabriel trabajaba en una empresa constructora, como encargado de ventas. Empero, la falta de pago de divisas por parte del gobierno obligó a la compañía a despedir al 80% de sus empleados, él en cuenta.
La situación del país, dice Gabriel, ahorcaba.
Y sin embargo, marcharse no estaba entre sus planes. No, al menos, hasta principios de noviembre pasado. Ocurre que Gabriel, como su amiga y antigua compañera de apartamento en Caracas, Chamira Rodríguez, eran voluntarios no pagados de Voluntad Popular, un partido de oposición.
Una noche, salieron a tomar y comer algo. De pronto, mientras se movilizaban por una avenida, un grupo de motociclistas les cerró el paso. Les robaron la batería del carro y no les permitieron moverse. “Nos amenazaron. Sabían dónde vivíamos, sabían de nuestras familias. 'Si no dejan de joder al madurismo, sabemos dónde buscarlos', nos dijeron así, textualmente”, recuerda Gabriel.
Aquel fue el destape de una crisis emocional para el muchacho. Una que encontró cumbre cuando vislumbró la inminencia de volver a Venezuela tras su paso por Costa Rica. Tomó una decisión súbita. La cumplió.
Hoy, Gabriel es refugiado político y trabaja como bar tender . Se siente profundamente agradecido con el pueblo de Costa Rica. Dice que en Panamá, al venezolano se le trata con más recelo. Más o menos como el tico trata, por lo general, al nicaragüense. Gabriel, sin embargo, se siente tranquilo aquí.
Pero sentirse tranquilo en una tierra extraña no es, de ninguna forma, estar en el hogar. “No poder volver es terrible. Llevo casi seis meses de no ver a mi mamá. No tengo a mis amigos aquí”. Su amiga Chamira debió regresar a casa de sus padres, en un pueblo alejado, porque sentía miedo de seguir viviendo en Caracas, hoy considerada la ciudad más violenta del planeta.
Gabriel, por su parte, debió forzarse. Debió, dice, hacerse el duro. Se obligó a aceptar que ya no está allá, que ahora está aquí, y que no hay nada que pueda hacer al respecto. No que eso haga más llevadero, como él mismo lo relata, “llegar a tu cuarto y que no sean tus sábanas; despertarte y no estar donde perteneces”.
Maryorie
Si Maryorie Subero pudiera decirle una sola cosa a Venezuela, le diría una sola palabra. Breve, concisa, sin rodeos.
“Resiste”.
La mujer es la administradora de la página de Facebook Venezolanos en Costa Rica , que aglutina más de 5.200 de miembros desde su creación en el año 2013.
Maryorie Subero administra una página en Facebook sobre venezolanos que viven en nuestro país. | FOTO: ALBERT MARÍN.La iniciativa ha permitido que la creciente comunidad en nuestro país pueda unirse cada vez más, conocerse entre sí sus miembros y organizar desde eventos sociales –hace un par de semanas fue una fiesta para celebrar el día de la madre, que se conmemora el 8 de mayo en el país sudamericano– hasta colecta de víveres y medicinas para quienes todavía sufren la raquítica situación en su tierra.
“Desde hace unos tres años para acá, la escapada de gente hacia fuera de Venezuela ha sido constante. Yo respondo a diarios mensajes de Whatsapp de gente que quiere venirse”, cuenta.
La suya es una historia muy distinta a la de Gabriel: ella se vino hace diez años, luego de que su madre falleciera. Su madre quien, desde mucho antes, desde que el Chavismo llegó por primera vez al poder, advirtió a los suyos que las cosas iban a cambiar, para mal.
“Mi mamá nos dijo 'no se le puede dar poder a un militar'”, recuerda Maryorie.
Desde entonces, su vida se empezó a torcer. Uno de los puntos más graves fue en el 2002, luego de un intento de golpe de Estado, cuando las calles de Caracas quedaron sumidas en el miedo. A su hermano, que conducía un bus perteneciente a la flota de su padre, lo mataron en plena vía, a vista de decenas de testigos.
Fue, dice Maryorie, un aviso de las cosas por venir. El agua no dejó de ir al cántaro hasta que su madre falleció en el 2006. Ahí sí, Maryorie hizo maletas y se despidió de su país para siempre.
La última vez que visitó Venezuela, hace cuatro años, el panorama era muy distinto al que recordaba. Vamos a comer a la esquina. No, Maryorie, eso ya no existe. Vamos a pasear por aquella zona. No, Maryorie, ¿quiere que nos maten? Incluso la mantuvieron detenida en Migración, pese a que cuenta con nacionalidad costarricense desde hace años.
El deterioro político ha tenido consecuencias cada vez más graves en la normalidad de los habitantes y antiguos habitantes del país.
—¿Qué ha sido lo peor de este proceso, Maryorie?
–Que hemos cambiado como personas. Los venezolanos ya no somos los mismos. Nos han hecho mucho daño.
En el 2002, un hermano de Subero fue asesinado en las calles de Caracas. | FOTO: ALBERT MARÍN.Víctor
En 1998, un cubano se acercó a Víctor Quintero y le dijo lo que él llama ahora “un libreto”. Primero, la disolución del Congreso, luego la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Después, la pérdida sistemática de libertades. Dice Víctor que una tras otra se fueron cumpliendo las advertencias. Una tras otra, se fueron cumpliendo en su país, Venezuela.
Hace 18 años que tuvieron aquella conversación. Hace 17 años que Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela. Hace 11 años que Víctor no soportó más y debió escapar. Desde entonces, vive en Costa Rica y es uno de los líderes de la comunidad de compatriotas suyos que viven en este país. Su éxodo, hay que decirlo, fue tempranero sobre todo en contraste con los miles que le han seguido. En el 2005, la situación, aunque ya la consideraba mala, era infinitamente mejor que la que ahora vive su país.
Quintero ha organizado conciertos para la comunidad venezolana en el país. | FOTO: ALBERT MARÍN.“Entre el 98 y el 2004, todas las profecías de mi amigo cubano comenzaron a cumplirse. Yo no quería eso. Yo no quería que un día el gobierno me dijera que el negocio que tanto me costó levantar estaba expropiado, sin que yo tuviera voz”, cuenta Quintero quien, en su búsqueda de paz y tranquilidad, pasó por un puñado de países hasta que se decidió por este.
De aquí, dice, no se va. Aquí, dice, encontró un nuevo hogar. Pero eso no ha hecho que el dolor por su cuna merme. Al contrario, Venezuela está siempre, en todo momento, en su corazón y en su cabeza. La nacionalidad no es un papel ni un pasaporte: es un sentimiento.
Como otros venezolanos, Víctor denuncia que su país ha sido víctima del abandono de la comunidad internacional, aunque hace una salvedad importante: abandono de los gobiernos, pero nunca de los pueblos. Sabe también, sin embargo, que para quien no está en una situación desesperada como la que ahora vive Venezuela, es complicado comprender la magnitud del drama.
“Para la mayoría de gente, lo que está ocurriendo en Venezuela es algo que ven en las noticias. Nosotros lo vemos en las noticias, lo leemos en Internet, lo escuchamos en audios por Whatsapp, en los grupos de amigos y familiares. Esto no es una noticia, para nosotros: es nuestro día a día, no importa que ya no estemos allá. Dudo mucho que haya un solo venezolano en el extranjero al que no se le salga por lo menos una lágrima a la semana”.
Su discurso lo interrumpe un mensaje que hace vibrar su celular. “Hola, mi amor”, le escribe su novia desde Venezuela. Se conocieron en un viaje que hizo en el 2010. Desde entonces, mantuvieron un contacto ocasional que pronto se convertirá en constante, cuando la mujer finalmente se traslade de forma definitiva a Costa Rica, a vivir con Víctor.
“Cuando llega un mensaje desde Venezuela, me asusto de pensar si será algo malo”, dice Quintero. | FOTO: ALBERT MARÍN.“Si me acaba de escribir es porque ya volvió a su casa. Se levantó a las 3:30 de la mañana para ir a hacer una fila. Le pregunté qué iba a comprar. Lo que haya, me contestó. Allá es la 1 de la tarde, y acaba de regresar. Puede que no haya podido comprar nada. Todavía no lo sé”, cuenta Quintero.
El drama venezolano se desarrolla en términos micro y macro cuando se cuenta con vínculos fuertes a personas que todavía están sufriendo en el país. Dice Víctor que todo el día la cabeza se le parte en dos: esté en su trabajo, comiendo, haciendo su vida, sí; “pero nunca dejas de pensar en lo que pasa allá. Cada vez que llega un mensaje de alguien de Venezuela, el corazón se te acelera. ¿Será una mala noticia?”.
María Elena
María Elena Mendoza dice sentirse en una encrucijada entre la culpa y la nostalgia. Ella y su esposo, Hernán, tienen 20 años de casados, y los tres más recientes los han vivido en Costa Rica, donde aterrizaron exactamente el día 5 de marzo del 2013, la fecha de la muerte del expresidente Hugo Chávez.
No fue una decisión apresurada. Ya el matrimonio llevaba tiempo considerando opciones y destinos fronteras afuera. Los movía tal vez la mayor fuerza que existe en personas padres de familia: el bienestar de su hijos.
“Ya Valentina y Esteban era adolescentes, y al mismo tiempo que ellos crecían la inseguridad comenzó a manifestarse cada vez más alrededor nuestro”, recuerda María Elena. Ella y su esposo sentían que en su país no podían asegurar un futuro seguro y claro para sus hijos.
María Elena Mendoza llegó a Costa Rica junto a su familia el día de la muerte de Hugo Chávez. | FOTO: ALBERT MARÍN.Así, gracias a una oferta laboral que recibió Hernán, la familia Mendoza logró reubicarse en Costa Rica, un país que consideran ideal. Sin embargo, el traslado no fue sencillo para el grupo.
“Lo más difícil es dejar a la familia. Vivimos entre la nostalgia y la culpa, porque tocó dejar atrás a nuestros padres. Mis hijos tuvieron que dejar atrás a sus abuelos, a sus compañeros de colegio, a sus amigos. Hemos tenido que aprender a vivir entre dos realidades: buscar un mejor futuro, y saber que dejamos atrás nuestro pasado”, relata la mujer.
Los retos para la familia han sido constantes, y uno importante ha sido el esfuerzo para que sus hijos no pierdan el vínculo con su país de origen, para que no dejen de sentirse venezolanos. “Por suerte, cuando nos trasladamos ellos ya estaban mayores y tenían consciencia de dónde estaban. Pero hemos hecho un esfuerzo para mantener las tradiciones y que ellos sigan sintiendo a Venezuela en su corazón”.
Ha funcionado: Valentina, de 18 años, y Esteban, de 16, le aseguran a su madre que ansían regresar a Venezuela y reconstruir su país, una vez que el gobierno del que huyeron sea expulsado.
Mendoza procura mantener tradiciones venezolanas para que sus hijos no pierdan el arraigo. | FOTO: ALBERT MARÍN.“Uno tiene que estar en el lugar donde se le necesite”, cuenta. “Ellos quieren volver. Yo todavía me lo cuestiono. Pero llegado el momento, sabremos reconstruir a Venezuela desde donde estemos. Para hacer el bien, no existen fronteras”.
Wilmary
La tortura puede ser colateral, también. Al esposo de Wilmary Inciarte, un antiguo coronel del ejército venezolano, lo torturaban de forma física mientras estuvo en la cárcel, pero para su familia la tortura era psicológica y emocional.
“Pasábamos todo el tiempo con miedo, porque había gente que nos seguía”, recuerda la mujer.
A su esposo lo metieron preso porque, siendo el suyo un puesto alto dentro de las filas del ejército, comenzó a externar de forma pública su descontento con las medidas tomadas por el gobierno chavista. Esto no caló bien en las autoridades; de acuerdo con Wilmary, pronto toda la familia fue víctima de hostigamiento gubernamental.
“Le pagaron a gente de nuestro edificio para que plantaran armas en la camioneta de mi esposo. Llegó la policía a hacer un allanamiento y encontraron el armamento. Dijeron que mi esposo lo tenía para matar a Chávez, y se lo llevaron a la cárcel”, relata.
Durante dos años, su esposo y ella mantuvieron un contacto clandestino, limitado por las posibilidades –o la falta de ellas–. Así, hasta que su esposo fue parte de una fuga de la prisión, y el camino de la libertad lo trajo a Costa Rica, donde se reunió con Wilmary un mes después.
Wilmary Inciarte migró a Costa Rica hace ocho años, junto a su familia. | FOTO: Albert MarínDesde entonces, han pasado ocho años. Ocho años que lleva Wilmary y su familia de no pisar la tierra que los vio nacer. Desde hace tres años ya no reciben visitas de sus familiares y el contacto es limitado. “Solíamos vernos todos los domingos. Celebrábamos todas las fiestas juntos. Ahora, mis hijos se sienten más ticos que venezolanos. A veces, cuando me tomo un café me gusta pensar que me lo estoy tomando con mis hermanos, a quienes dejé atrás”.
Aunque asegura que ahora su familia tiene una vida estable en Costa Rica, confiesa que el choque cultural fue impactante para todo el núcleo. Ella y sus hijos pasaron buena parte de sus primeros meses en el país llorando desconsolados. Ahora, sin embargo, Wilmary llora por razones distintas.
“Me duele en el alma ver el país que dejé y en lo que se ha convertido. Me duele ver a un país gobernado por la desidia, un país que padece hambre. Me gustaría mucho regresar, pero incluso si los militares fueran expulsados del poder, necesitaría tiempo. Me asusta pensar en volver”.