La izquierdista Dilma Rousseff inicia este jueves su segundo mandato en Brasil acosada por un escándalo de corrupción en la estatal Petrobras, y forzada a tomar medidas de ajuste frente al deterioro de la séptima economía del mundo.
El acto de investidura concentra a unos 30.000 simpatizantes bajo el aplastante sol de Brasilia. Asisten como invitados el mandatario costarricense Luis Guillermo Solís, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, y varios mandatarios latinoamericanos, entre ellos el de Venezuela, Nicolás Maduro, la de Chile, Michelle Bachelet, y el de Uruguay, José Mujica.
Fiel a la tradición, Rousseff, de 67 años y vestida con una falda y una blusa color crema de encaje, abordó un Rolls-Royce descapotable de 1952 y recorrió, sonriente junto a su hija Paula, la vía de la explanada de los ministerios rumbo al Congreso, donde tomará juramento.
La mandataria, una exguerrillera torturada por los militares, asumirá su segundo y último mandato consecutivo de cuatro años tras vencer al socialdemócrata Aecio Neves con una ventaja del 3% de votos en octubre. Una coalición de nueve partidos le garantizará mayoría en el Congreso.
La primera mujer en gobernar este país de más de 200 millones de habitantes, segundo productor mundial de alimentos y con enormes reservas petroleras, comienza el gobierno con buena parte del país en contra, una popularidad recortada (del 79% de 2011 al 52% en 2014) y un panorama desalentador para la economía.
Rousseff deberá lidiar de entrada con el escándalo en Petrobras. La empresa e inversionista más grande de Brasil está en el centro de una trama de corrupción que involucra a un cartel de las principales constructoras del país, que pagaban millonarios sobornos a cambio de contratos.
Treinta y nueve personas están siendo procesadas por la justicia, y varios políticos aliados del gobierno pueden correr la misma suerte. La policía estima que la red de corrupción movió unos 4.000 millones de dólares en la última década.
"Voy a investigar duela a quien duela, no va a quedar piedra por levantar", prometió Rousseff. Sin embargo, decidió mantener al frente de Petrobras a Graça Foster, muy cercana a ella, pese a los pedidos de la prensa y la oposición a favor de un cambio de mando en la estatal.
Miles de simpatizantes del PT, vestidos de rojo, llegaron a Brasilia para el acto, y saludaron con banderas y vivas el paso de la mandataria.
"Dilma protegió a la clase pobre, a la clase trabajadora (...) Lo que esperamos del próximo gobierno es que asuma el compromiso de beneficiar a los menos favorecidos", dijo Vandeonor Ferreira, de 60 años, y quien viajó desde Mato Grosso do Sul (centro-oeste) para asistir la posesión presidencial.
Durante su primer gobierno, marcado por masivas manifestaciones en 2013 contra la corrupción de la clase política y el elevado gasto público en el Mundial de fútbol, la economía experimentó un franco deterioro al pasar de un crecimiento de 7,5% del PIB en 2010 a una previsión cercana a cero en 2014, en medio de la desaceleración mundial.
En 2011 la actividad creció 2,7%, en 2012 un 1% y en 2013 un 2,5%. Y para 2015 los mercados esperan un leve despegue del 0,5%, mientras la inflación cerró en noviembre 6,56%, encima de la meta oficial del 4,5%.
"Vamos a organizar la casa para tener un 2015 de reinicio del crecimiento", aseguró Rousseff.
Si bien el desempleo todavía está en sus mínimos históricos (4,8% en noviembre), y los programas sociales contra la pobreza y la desigualdad siguen dándole réditos políticos en un amplio sector de la población, Rousseff está obligada a dar un golpe de timón.
La mandataria envió la primera señal de los tiempos de austeridad que se vienen para Brasil al designar a un liberal ortodoxo, amigo de los mercados, como nuevo ministro de Economía.
El exbanquero Joaquim Levy estará al frente de un programa de ajuste orientado a poner las finanzas en orden, reducir gastos y recuperar la confianza de los mercados. Todo, promete Rousseff, sin afectar los programas sociales que aliviaron la vida a millones de brasileños.
"Ella va a tener que lidiar con todo (...) el escándalo de corrupción en Petrobras. Y eso forma parte de otro problema que es el de intentar restaurar la confianza en Brasil, tanto de los empresarios nacionales como internacionales", dijo a la AFP David Fleischer, politólogo de la Universidad Nacional de Brasilia (UNB).
"Aunque tenga esperanza de que las cosas pueden mejorar, cada vez hay más denuncias de corrupción, más involucramiento del PT con todo eso, entonces termino creyendo que lamentablemente todo va a seguir como está", dijo Josemar Dorileo, del movimiento opositor "Gente Brava" (Gente Enojada).