Brasilia. AFP, AP y EFE. Combativa, sin derramar una lágrima y por la puerta delantera: Dilma Rousseff se despidió del poder aplaudida por cientos de seguidores, pero a sabiendas de que, probablemente, nunca más vuelva a gobernar Brasil.
“Estoy triste, pero ustedes hacen que esa tristeza disminuya”, dijo Dilma, como es popularmente conocida, al abandonar el palacio de Planalto (sede del Gobierno) con sus 54 millones de votos en la maleta y acompañada de Luiz Inacio Lula da Silva, antecesor y mentor.
Rousseff fue separada de su cargo por el Senado de Brasil que este jueves votó a favor de un juicio político en su contra, acusada de “crimen de responsabilidad” por encubrir déficits presupuestarios y engrosar las arcas con préstamos de bancos estatales durante su campaña a la reelección del 2014.
Ministros, asesores, diputados y senadores aliados también estuvieron allí, cabizbajos, decaídos por el fin de 13 años de gobiernos de izquierda.
Consignas como “¡Dilma, guerrera del pueblo brasileño!” y “¡Golpistas, fascistas, no pasarán!” sonaron con fuerza dentro y fuera de Planalto.
Antes de ceder su oficina al presidente interino Michel Temer, Rousseff habló al país.
Movilizados. “A los brasileños que se oponen al golpe, sean del partido que sean, les hago un llamado, manténganse movilizados, unidos y en paz”, dijo desafiante la exguerrillera ante decenas de periodistas y funcionarios en Planalto.
Prometió que utilizará “todos los medios jurídicos” para pelear contra una suspensión permanente, avivando el espectro de una persistente agitación política en momentos en que el mandatario provisional, Michel Temer, prometía rescatar una economía en picada.
“La lucha por la democracia no tiene fecha para terminar. Es una lucha permanente que nos exige dedicación constante”.
“Pude haber cometido errores, pero nunca he cometido crímenes”, declaró Rousseff en su alocución de 14 minutos.
“Soy víctima de una gran injusticia”, reiteró. “He luchado toda mi vida y seguiré luchando”.
Sin embargo, la mayoría de los caminos se han cerrado para ella. Hasta ahora, el Supremo Tribunal Federal, la corte suprema de la nación, ha rechazado opinar sobre el caso en su contra.
Luego de su discurso, salió a la rampa de Planalto y lo repitió ante unos 500 simpatizantes de movimientos sociales, indígenas, homosexuales y representantes de minorías que agitaban globos rojos, la alentaban al grito de “¡Resistiremos!” y coreaban “¡Fuera Temer!”. Lula da Silva estaba a su lado.
“Sufro una vez más el dolor abominable de la injusticia. Lo que me duele más en este momento es percibir que soy víctima de una farsa política y jurídica”, aseveró Rousseff.
La democracia. “Lo que está en juego no es solo mi mandato, lo que está en juego es el respeto a las urnas, a la voluntad soberana del pueblo brasileño y la Constitución. Lo que está en juego son las conquistas de los últimos 13 años, las ganancias de las personas más pobres y la clase media”, añadió en referencia a los programas sociales impulsados por su Partido de los Trabajadores (PT, izquierdista).
Se alejó del cargo con apenas un 10% de popularidad, en medio de una grave recesión económica y un escándalo de corrupción que ha manchado a buena parte de la élite del poder en Brasilia. Y se quedará sin inaugurar los Juegos Olímpicos que se celebrarán en agosto en Río de Janeiro.
En su último discurso a la nación, vistió de blanco y no del rojo característico del PT.
Desde los grandes ventanales de Planalto, muchos funcionarios vieron a Dilma partir.
Después de caminar casi una cuadra, el auto la esperaba. Antes de partir, dio algunos pasos atrás, miró a Planalto y les lanzó un beso.
Y, a toda velocidad, se perdió en la enorme avenida que conduce a su nuevo destino... La lucha, una de las últimas palabras de su último discurso.