Brasilia
Héroe que rescató a Brasil de la corrupción o villano que usurpó los mandos de la República: el juez Sergio Moro lleva años sacudiendo las intocables élites del país en un camino que ahora desemboca en el expresidente Lula, la última frontera para este investigador obsesivo.
Con su decisión de sentar al histórico líder de la izquierda en el banquillo de los acusados por corrupción, el temido magistrado suma el último capítulo de una saga que empezó hace más de dos años cuando activó su fuerte judicial en Curitiba (Paraná, sur), donde dio a luz a la llamada Operación Lava Jato.
La llave hacia las cloacas del poder se la dio un viejo conocido de los juzgados, el cambista Alberto Youssef, a quien detuvo a comienzos del 2014. Nacía así la mayor operación anticorrupción que ha visto Brasil y, con ella, la estrella de Moro, encargado de juzgar el multimillonario fraude que desangró a la gigante estatal Petrobras.
Títeres sin cabeza. En sus redes han caído desde exdirectivos de la petrolera a los dueños de las mayores constructoras del país, pasando por políticos de alto y bajo calibre en movimientos que poco a poco comenzaron a estrechar el cerco contra quien alguna vez fue un expresidente intocable.
La frialdad casi temeraria de este Quijote de la justicia le llevó a irrumpir en la casa de Lula el 4 de marzo, cuando ordenó a la Policía que le condujera a declarar.
Y este martes dio otro paso más: seis días después de que la Fiscalía lo denunciara por corrupción pasiva y lavado de dinero, el juez Moro aceptó la denuncia contra el expresidente, arrastrando al emblema de la izquierda a su juzgado.
"Yo, sinceramente, estoy asustado con la República de Curitiba. Porque a partir de un juez de primera instancia todo puede ocurrir en este país", afirmó Lula en una conversación telefónica pinchada, y difundida, con autorización del propio magistrado en marzo.
Trayectoria. Moro nació hace 44 años en la ciudad paranaense de Maringá y allí se licenció en Derecho y se convirtió en juez en 1996. Doctor y profesor universitario, completó su formación en la prestigiosa Harvard.
"Es un magistrado técnicamente preparado, con una capacidad de trabajo extraordinaria y experiencia en procesos de gran magnitud", contó a la AFP Antonio Bochenek, presidente de la Asociación de Jueces Federales.
Fascinado por descifrar los caminos del dinero sucio, al astro de la Justicia brasileña siempre le deslumbró la histórica Operación Mani Pulite (manos limpias), que desarticuló una compleja red de corrupción en la Italia de los 90.
Como una profecía, el juez esbozaba en un articulo del 2004 sobre esa operación la arquitectura del caso que le lanzaría a la fama una década después, defendiendo la estrategia de las confesiones premiadas de delatores o las filtraciones a la prensa, una potente arma con la que ha jugado la Operación Lava Jato (lavadero de autos) desde sus inicios.
"Moro instituyó la prisión preventiva como regla, cuando en cualquier país civilizado es la excepción", criticó el abogado Antonio Carlos de Almeida, defensor de varios implicados en el fraude de la petrolera estatal.
El magistrado entrenó su olfato en el caso Banestado, donde fueron condenadas 97 personas implicadas en una trama de lavado de dinero. Entre ellas, un tal Alberto Youssef.
Posteriormente asesoraría a una ministra del Supremo en el juicio del Mensalao, el primer gran escándalo de corrupción que sacudió al Partido de los Trabajadores (PT), cuyo ciclo de 13 años en el poder concluyó en agosto con la destitución de Dilma Rousseff.
Admiración y rechazo. Casado y con dos hijos, este magistrado de aire obcecado se ha convertido en el ídolo de las mareas opositoras al PT, que lo ven como un llanero solitario que pelea a pecho descubierto contra el mal que hunde al país.
Otros lo acusan de conducir la operación anticorrupción con un marcado sesgo político que contribuyó a minar las bases del gobierno de izquierda. Y que ahora busca anular a Lula para las elecciones presidenciales de 2018.
Una de sus decisiones más osadas - y arriesgadas - ocurrió el 16 de marzo: apenas dos horas después de que el expresidente Lula fuera nombrado ministro, el juez apretó el botón desde Curtiba y Brasil tembló de nuevo.
Airado por la maniobra política que sacaba a Lula de su radar - si integraba el gobierno de Rousseff adquiría fueros ante la justicia ordinaria - Moro levantó el secreto sobre las escuchas realizadas al exmandatario, incluida una embarazosa conversación con la presidenta Rousseff a las 1:32 p. m. del mismo día, poco antes de perder la jurisdicción sobre él.
El movimiento, cuya legalidad fue intensamente cuestionada, impulsó a las calles a miles de brasileños que vieron en el diálogo un acta de defunción del entonces gobierno de Rousseff.
Pero numerosas voces advirtieron de que el juez había llegado demasiado lejos. Especialmente después de que trascendió que él mismo había ordenado suspender las escuchas dos horas antes del polémico diálogo.
"Sergio Moro consiguió lo increíble: convertirse en tan indefendible como aquellos a los que intenta juzgar", comentó entonces Vladimir Safatle, columnista del diario Folha de Sao Paulo.