Xalapa, México
"Has tenido que enterrar colegas, ver a otros compañeros salir del país, pero cuando te toca a ti entras en pánico", asegura el reportero Noé Zavaleta, uno de los cientos de amenazados en México , el tercer lugar más peligroso del mundo para los periodistas.
Marzo fue un mes negro para el periodismo en México. Tres reporteros fueron asesinados y un cuarto sigue hospitalizado tras ser baleado. Un diario regional cerró denunciando la falta de seguridad para ejercer un "periodismo crítico".
El año pasado, el país registró un triste récord: más de 400 agresiones contra la prensa y 11 periodistas asesinados, según datos de la ONG Artículo 19.
Aun así, profesionales como Zavaleta, de 36 años, siguen escribiendo sobre vínculos entre políticos y organizaciones criminales, corrupción, desaparecidos y los cientos de cadáveres descubiertos en fosas comunes clandestinas.
"Cada vez te llegan más temas, más injusticias, más tela de dónde cortar", explica a la AFP al calor de la tarde en Xalapa, su ciudad natal y capital del estado de Veracruz, en el este, donde ocurrieron dos de los cuatro ataques a periodistas en marzo.
Según la ONG Reporteros Sin Fronteras, México es el tercer país más peligroso para ser periodista luego de Siria y Afganistán, con 102 asesinados desde 2000. Y Veracruz, el estado mexicano con más informadores muertos: 20.
Como corresponsal de la revista mexicana Proceso, reconocida por sus investigaciones, Zavaleta aceptó transitar por una ruta en la que colegas y amigos dejaron la vida.
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Llegó a la publicación en 2012 para cubrir el puesto dejado por Regina Martínez, que también denunció corrupción y abusos del gobierno estatal, y cuyo violenta muerte sigue sin resolverse.
Y trabajó con el fotógrafo Rubén Espinosa, quien abandonó Veracruz denunciando amenazas de autoridades estatales y terminó asesinado en julio de 2015 en un escabroso incidente en Ciudad de México .
Desde hace una década, denuncia Artículo 19, más de la mitad de amenazas a periodistas en México proceden de funcionarios, a lo que se suma una impunidad casi total: 99,75% de casos sin resolver.
Hasta enero, Zavaleta vivía permanentemente acompañado por dos escoltas armados, a raíz de las amenazas recibidas tras la publicación en junio del libro "El infierno de Javier Duarte", sobre un exgobernador actualmente prófugo a quien la justicia imputa graves cargos de corrupción.
Comenzó recibiendo mensajes con insultos y amenazas a los que siguieron correos anónimos a la prensa y las autoridades acusándolo de ser "un reportero cooptado por el narco".
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Hombres desconocidos aparecieron merodeando su oficina, su casa y la de su novia. Como resultado, hizo las maletas y huyó a la capital donde denunció su caso a las autoridades federales.
"Entras en pánico, no sabes qué hacer", reconoce.
Ahora ya no tiene guardaespaldas, pero sigue llevando consigo un "botón de emergencia" que le permite alertar instantáneamente en caso de peligro.
"Yo sigo trabajando", afirma con su franca sonrisa. "Y si vuelve a llegar otro tipo de intimidación, y si es necesario volver a salir, y si es necesario hacerlo público, lo tendré que hacer", agrega.
Otros de sus compañeros, denuncia, no pudieron beneficiar de la misma protección que él debido a restricciones presupuestales.
Y más aún, uno de sus antiguos escoltas murió a fines de marzo, al recibir un disparo mientras protegía a otro periodista: "siempre se quejaron de que necesitaban chalecos antibalas y que necesitaban un mejor vehículo y en los seis meses nunca les autorizaron esto por un tema de insuficiencia presupuestal".
"Aquí en México nadie te da garantías. Uno decide regresar porque es testarudo, es aferrado, es apasionado a esto", dice vehemente.
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La violencia contra los periodistas no es nueva en el país.
Zavaleta recuerda a Jesús Blancornelas, director del semanario Zeta de Tijuana, en el norte, reconocido por sus investigaciones sobre narcotráfico, que resultó herido en 1997 en un ataque armado atribuido al crimen organizado.
Hasta su muerte por cáncer en 2006, su vida fue de encierro entre su casa y la redacción, bajo la protección de una escolta militar.
"Yo me acuerdo mucho lo que decía Blancornelas: me voy a ir cuando yo quiera, no cuando ustedes quieran", concluye Noé.