La noticia cayó como un rayo en el corazón del poder político en Cuba. Segundos después, un escritorio voló desdel cuarto piso de un edificio habanero y aterrizó en La Rampa, céntrica avenida que desemboca en el Malecón de La Habana.
Aquella tarde del domingo 28 de octubre de 1962, la tensión mundial mermó, pero emergió la ira de Fidel Castro: el entonces primer ministro de la Unión Soviética (URSS), Nikita Kruschov, sin consultar a Castro, aceptó la demanda del entonces presidente de Estados Unidos, John Kennedy, de retirar los cohetes nucleares y armamentos soviéticos instalados en Cuba.
Cuando el breve despacho informativo sobre la decisión unilateral de Kruschov llegó a la agencia cubana de noticias Prensa Latina –desde donde Castro seguía el rumbo de la crisis–, el máximo dirigente de la Isla montó en cólera. Descargó su malestar sobre un escritorio al que pateó y lanzó contra el ventanal. El mueble rompió los cristales y se estrelló en La Rampa.
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Mientras tanto, Kruschov y Kennedy festejaban, en Moscú y en Washington, por haber superado la crisis de octubre o de los misiles, un conflicto que colocó a la humanidad en el punto más cerca en que ha estado del estallido de una guerra nuclear. Y en la calle, los cubanos crearon un pícaro chiste a ritmo de mambo: "Nikita / mariquita / lo que se da / no se quita".
Saldo político
La solución de la crisis cambió la historia. "El arreglo permitió a Castro afianzar su poder", afirmó el disidente y exprisionero político cubano Vladimiro Roca. "El más perjudicado fue el pueblo cubano, que ha soportado más de 50 años al mismo gobierno", agregó, en una entrevista en su vivienda ubicada en barrio habanero.
Aunque el acuerdo entre Washington y Moscú se logró sin consultar a La Habana, Castro consiguió que la Casa Blanca se comprometiera a no invadir Cuba ni a promover acciones militares de terceras naciones contra su país, explicó Roca, quien estuvo preso de 1997 al 2002 por "sedición".
"Lo mejor hubiera sido que no hubiera habido crisis, que Castro no aceptara los misiles", agregó el opositor, educado como piloto de combate en la desaparecida Unión Soviética e hijo del fallecido líder comunista Blas Roca, estrecho colaborador del exdictador cubano y uno de los jerarcas del aparato revolucionario.
Onda expansiva
El martes 16 de octubre de 1962, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) colocó en el escritorio de Kennedy un expediente con fotografías aéreas captadas por aviones espías estadounidenses que sobrevolaron Cuba. Las gráficas demostraron que, en diversas zonas de la Isla, a 145 kilómetros del suelo de Estados Unidos, los soviéticos estaban construyendo bases para cohetes nucleares.
Desde poco después del triunfo de la revolución, en 1959, Castro entró en choque con Estados Unidos por las nacionalizaciones de empresas estadounidenses y el rumbo marxista-leninista del proceso político, y se acercó a la Unión Soviética.
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"La parte soviética solicitó a Cuba la instalación de los misiles", expresó el vicepresidente cubano José Ramón Fernández, experimentado militar del régimen, de origen español y educado en academias castrenses de Estados Unidos. "Cuba era partidaria de que su instalación se hiciera de manera pública, no en secreto, como pidieron los soviéticos", añadió en un recuento de los hechos en la prensa cubana.
Enfrentado a presiones internas y externas, Kennedy exigió a Kruschov, sin éxito inicial, el desmantelamiento de las bases. Castro se adelantó a Kennedy y movilizó a los cubanos: a las 5:35 p. m. del 22 de octubre, lanzó una "alerta de combate" y colocó a 400.000 soldados en posición de batalla.
Poco después, Kennedy decretó un bloqueo naval contra la Isla, para impedir que buques soviéticos llegaran a Cuba con armamento ofensivo.
En un repaso de hechos, el periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, aseguró que se aceptó la instalación de los proyectiles nucleares "como un elemento que fortalecería el campo socialista y ayudaba, de alguna forma, a mejorar la llamada correlación de fuerzas". "Las superpotencias involucradas se pusieron de acuerdo tras bambalinas y desoyeron" al Gobierno de Cuba en la solución del diferendo, admitió.
Pero mientras tanto, Castro intercambiaba mensajes con la sede de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en Nueva York, y con Kruschov y el liderazgo del Kremlin, que mantenían canales discretos –y secretos– de contacto con la Casa Blanca para hallar una salida en un escenario de dar y recibir.
"Para la humanidad, el arreglo resultó positivo, pues evitó la conflagración nuclear. Para el pueblo cubano, significó la tranquilidad de no sufrir más agresiones de Estados Unidos", resumió Vladimiro Roca.
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El régimen cubano incrementó la tensión para desembocar en la crisis. "Sin consultar al pueblo, Castro la provocó al aceptar, irresponsablemente, que los soviéticos instalaran los misiles. Lo deseable era que Moscú no los trajera", insistió, al recalcar que el régimen se aprovechó del conflicto para consolidarse.
En el reacomodo de piezas posterior a octubre de 1962, la crisis oficializó la presencia militar soviética en Cuba.
Después de la desintegración de la URSS, en diciembre de 1991, Moscú mantuvo militares e intereses de espionaje en suelo cubano, pero en el 2002 –y de nuevo sin consultarle a Castro– cerró una base de escucha electrónica, instalada en la Isla en 1964 por los soviéticos para "oír" a sus rivales estadounidenses.
La decisión, como la adoptada por Nikita Kruschov en 1962, molestó a Fidel Castro: copnsideró que fue otra "concesión" de Moscú a Washington. Pero esta vez no hubo puntapié.