La Habana
Dentro de un año exacto, el 24 de febrero de 2018, Raúl Castro dejará la presidencia de Cuba y comenzará, en teoría, una era sin un Castro al frente del último régimen comunista en Occidente.
Ya sin Fidel Castro, fallecido en noviembre, su hermano menor, el discreto general de 85 años, deberá luchar en tres frentes simultáneos antes de ceder el timón del país de 11,2 millones de habitante, 70% de los cuales nació bajo la Revolución que triunfó en 1959.
Desde que empezó a gobernar formalmente en 2008, Raúl es visto como un cauto reformador. Sin apartarse del socialismo de corte soviético, le dio "un espacio significativo al sector privado de pequeña escala, abrió los mercados de casas y carros, y relajó las restricciones migratorias", destaca el economista cubano Pavel Vidal, de la Universidad Javeriana de Colombia.
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Pero las reformas apenas han conseguido un crecimiento promedio del 2,3% del PIB en estos ocho años, cuando se esperaba 4,4%. Y en 2016 la actividad se contrajo 0,9% arrastrada por la crisis de Venezuela.
Anunciado en 2013, los cubanos todavía aguardan por el fin de la dualidad monetaria que genera inflación, y una mejora sustantiva de los salarios que hoy rondan los 28 dólares en promedio.
"La unificación monetaria será difícil de implantar en 2017 porque es probable que la economía tenga muy bajo crecimiento y, ademas, el déficit presupuestal se proyecta en 12%", señala el economista cubano Carmelo Mesa-Lago.
La inversión extranjera también arroja resultados decepcionantes. De los 2.000 o 2.500 millones de dólares que se esperaban al año, apenas están entrando 418 millones, según este académico de la Universidad de Pittsburgh. El gobierno ha reconocido que la burocratización está frenando la entrada de capitales.
Para los expertos, las reformas han perdido impulso, y sin Raúl en el gobierno podrían entrar en un franco retroceso.
"Es difícil pensar que otro dirigente vaya a tener más espacio político y autoridad que Raúl Castro para una aceleración de la apertura a la iniciativa privada, el reemplazo de la libreta de racionamiento por un mejor sistema de subsidio a los sectores más vulnerables, o la unificación monetaria", estimó Arturo López-Levy, académico de la Universidad de Texas Rio Grande Valley.
Raúl Castro decidió poner fin a su mandato en 2018, cuando habrá completado 12 años en el poder (diez como presidente y dos como encargado por la enfermedad de Fidel). Castro está al frente del régimen de partido único que elegirá el Consejo de Estado, del que saldrá su sucesor.
Y "no sería sorprendente ver una disputa interna. Se puede considerar al actual vicepresidente Miguel Díaz-Canel como heredero natural, pero no está seguro", sostiene Michael Shifter, presidente del centro de análisis Diálogo Interamericano con sede en Washington.
A los 56 años, Díaz-Canel es un hombre formado dentro del Partido Comunista de Cuba (PCC), con experiencia ministerial, pero sin influencia en las Fuerzas Armadas.
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"Su perfil sigue siendo muy discreto en las cuestiones decisivas para el país: la reforma económica, los temas de defensa y de política exterior, por ejemplo la relación con Estados Unidos", opina López-Levy.
¿Y si no es él? Las especulaciones incluyen al canciller Bruno Rodríguez (59 años) y al coronel Alejandro Castro (51 años), el hijo menor de Raúl. Pero lo cierto es que solo el presidente tiene la respuesta.
Cualquiera sea su relevo, Raúl Castro seguirá siendo el poderoso secretario del PCC hasta 2021 e influyendo en el rumbo del gobierno. Y, sobre todo, "bajando las temperaturas a cualquier diferencia interna", agrega.
Raúl Castro y Barack Obama terminaron con más de medio siglo de Guerra Fría entre Cuba y Estados Unidos. El histórico acercamiento diplomático entró en una etapa de incertidumbre con la llegada de Donald Trump, que amenazó con revertir algunos de los acuerdos si no obtenía más concesiones de la Isla.
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"La visión de Trump es la de negociar con más dureza (...), y puede empantanar posibles progresos, pero es difícil suponer que vaya a cambiar la conducta cubana de resistir y no ceder ante presiones", observa López-Levy.
Cuba está feliz con los cruceros y los vuelos repletos de turistas estadounidenses, pero aun con el efecto económico que podría suponer un eventual retroceso en los nacientes negocios con Estados Unidos, nadie cree que por esa vía Trump pueda conseguir mayor apertura política o económica.
"Si Trump exige mucho al gobierno puede ser contraproducente, y generar una fuerte reacción nacionalista, terminará apoyando la línea dura y postergando más reformas" en la isla, según Shifter.