Estambul (El País Internacional)
La personalidad expansiva de Recep Tayyip Erdogan parece quedarse pequeña para la presidencia de Turquía (un cargo políticamente neutral), para la que fue elegido en agosto tras 11 años en el poder como primer ministro.
Ya antes de ganar las elecciones Erdogan insistía en que su objetivo era crear una "nueva Turquía" y en que "la vieja Turquía" era "cosa del pasado". Y hoy parece que esta "nueva Turquía" tiene que corresponderse con las opiniones conservadoras e ideales religiosos de su nuevo presidente.
"No se puede poner a mujeres y a hombres en los mismos puestos, esto no es natural porque su naturaleza es diferente", aseguró el lunes Erdogan en la Conferencia sobre Mujeres y Justicia en Estambul.
"Nuestra religión define el lugar de la mujer: la maternidad. Hay gente que lo entiende y gente que no. No se puede explicar esto a las feministas porque no aceptan el concepto de maternidad".
Las declaraciones de Erdogan encajan con la idea de sociedad que trató de configurar en sus Gobiernos. Quiso limitar el derecho al aborto, ha repetido que "las mujeres deberían tener al menos tres hijos" y se ha opuesto a que chicos y chicas puedan alojarse juntos en pisos y en residencias de estudiantes.
Además, su Ejecutivo restringió la publicidad y la venta de alcohol, y dio más espacio público y en la educación a la rama suní de la religión islámica, la mayoritaria en Turquía.
La centralidad del islam para Erdogan choca con los principios estrictamente seculares de la República Turca, fundada en 1923 por Mustafá Kemal, Atatürk, y preocupa a buena parte de la sociedad turca.
En este sentido, hace solo dos semanas Erdogan sorprendió a todos cuando aseguró en otro acto público que navegantes musulmanes habían descubierto América siglos antes que Cristóbal Colón. Las críticas, y hasta las burlas, recibidas le llevaron a insistir en esta idea, para la que no existe evidencia histórica.
"Por supuesto que no comparto la totalidad de sus ideas sobre diferentes temas y su modo de exponerlas, por ejemplo, sobre la igualdad de los sexos", comenta Akin Özcer, exdiplomático turco y escritor. "Pero no acepto que sea injustamente satanizado para cambiar el orden del día actual y ocultar los problemas reales de Turquía".
Más preocupante para sus críticos que esas llamativas declaraciones, son otras según las que se podría entender que Erdogan se considera a sí mismo por encima de la ley. "No importa lo malas que sean las leyes: si es un sultán justo el que las ejecuta entonces llevarán a buenos resultados", aseguró ayer.
Erdogan se refería con esas palabras a una reciente decisión judicial que ha paralizado un proyecto de desarrollo de uno de los puertos de Estambul. A pesar de que en Turquía rige la separación de poderes, en su última legislatura como jefe de Gobierno, Erdogan sometió el poder judicial al del Ejecutivo y purgó a miles de fiscales, jueces y policías.
Tras estas maniobras, el mes pasado, la Fiscalía de Estambul declinó presentar cargos contra los 53 sospechosos de un caso de corrupción que hace dos años había provocado la caída de cuatro ministros y salpicado al propio Erdogan.
Alabado por democratizar Turquía y desarrollar rápidamente la economía durante sus primeros años en el poder, el papel de Erdogan ha pasado de ser un modelo a seguir para otros países musulmanes a una figura sobre la que preocupa su deriva autoritaria, alertan sus críticos.
"No se da cuenta de cómo lo consideran ahora, no solo en Occidente sino también en su región, y no se da cuenta de lo importante que es esto para la reputación internacional de Turquía, que sigue empeorando", comenta Gareth Jenkins, del Instituto para Asia Central y el Cáucaso y que lleva 25 años establecido en Turquía.
Erdogan podría ocupar la presidencia hasta 2023, cuando se cumplirá el centenario de la República de Turquía, a cuyo fundador parece empeñado en superar. De hecho, ya ha cambiado la sede tradicional de la presidencia y antigua residencia de Atatürk por un palacio majestuoso, cuyo coste supera los $600 millones.