Entonces, no había país, y los británicos lo crearon. Le trazaron sus fronteras y le dieron sus instituciones. Lo llamaron Irak, y vieron los británicos que era conveniente para sus intereses.
La primera civilización humana floreció en Mesopotamia , entre los ríos Tigris y Éufrates –hace alrededor de 5.500 años–, en una parte del territorio de lo que se conoce hoy como Irak.
Sin embargo, este país de 437.072 km² y 32 millones de habitantes no tiene ni un siglo de existencia y debe esta a una decisión del Imperio británico, acorde con sus intereses comerciales y estratégicos.
El país árabe, en el fondo del golfo Pérsico, afronta hoy una grave crisis política que ha exacerbado las tensiones étnicas y amenaza con llevarlo a la desintegración.
Y, nuevamente, concurren intereses geopolíticos externos a los cuales preocupa en demasía la desaparición de Irak.
“Irak corre el riesgo de convertirse en un Estado fallido”, dice Antonio Barrios, profesor de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad (UNA) y especialista en el análisis de conflictos internacionales.
De un imperio a otro. Irak es una entidad político-administrativa muy joven, fruto indirecto de la Primera Guerra Mundial .
Al final de esta y luego de la derrota del Imperio otomano , la Sociedad de Naciones confirió a Gran Bretaña un mandato sobre las provincias de Basora, Bagdad y Mosul que la potencia occidental había invadido en 1917.
Francia y Gran Bretaña, entonces las dos grandes potencias coloniales, obtuvieron mandatos sobre los territorios otrora dominados por los otomanos (excepto Turquía que se formó como República) en Oriente Medio: Líbano y Siria para la primera; Mesopotamia y Palestina para Londres.
Detrás de esta decisión tomada en la Conferencia de San Remo , en 1920, había intereses comerciales, políticos y energéticos.
Desde finales del siglo XIX, Occidente –específicamente británicos y alemanes– habían puesto el ojo sobre el golfo Pérsico. A Londres le interesaba contar con una vía terrestre directa a India, mientras que Berlín anhelaba construir un ferrocarril que, pasando por Turquía, uniera Europa con esa región del Oriente Medio.
Agregue otro factor estratégico: el petróleo. Gran Bretaña obtuvo en 1901 las primeras concesiones para explotarlo en Irán y, luego, en lo que ahora es Irak.
En 1921, la potencia traza las fronteras del nuevo país “autónomo”, lo dota de instituciones políticas e impone a Faisal I como rey. Es un sistema administración indirecta que permite garantizar los intereses del Imperio británico.
Este se apoya en la minoría sunita, con experiencia durante el control otomano. “Los líderes de la mayoría chiita de la importante minoría kurda son percibidos como rebeldes en potencia y demasiado supeditados a tradiciones tribales y religiosas como para dirigir un Estado moderno”, explica Charles Tripp en un artículo publicado en el 2003 en Le Monde Diplomatique .
La posición privilegiada de los sunitas prevalecerá hasta la caída de Sadam Huseín en el 2003.
Tal situación será fuente de insurrecciones y resentimientos por parte de la mayoría chiita (60%) y de los kurdos (20%).
Independiente en 1932, la monarquía probritánica es derrocada en 1958 e Irak se convierte en República. El país se distancia de Occidente y se acerca a la Unión Soviética, que le proveía armas e insumos industriales, a cambio d e petróleo y divisas fuertes.
Durante la Guerra Fría , el régimen de Sadam coqueteará tanto con Moscú como con Washington, con el que se enfrentará en 1991 tras la invasión a Kuwait y en el 2003 cuando Estados Unidos lo derrocó.
Supervivencia en juego. La caída Sadam, vista por la administración de George W. Bush como una oportunidad para transformar Irak en un “faro de la democracia” para la región, no trajo la estabilidad política anhelada por Washington.
El retiro de las tropas estadounidenses en el 2011 puso de relieve la precariedad del Ejército iraquí para controlar el país, que, a partir del 2006, ha sido escenario de gran violencia sectaria, sobre todo entre los sunitas y los chiitas.
La invasión estadounidense abrió al chiismo las puertas del usufructo del poder, en detrimento del sunismo, que ahora se siente marginado y , en muchos casos, se ha plegado a los combatientes radicales que propugnan crear un califato en territorios de Irak y Siria .
La negativa del gobierno del primer ministro chiita Nuri al-Maliki ha nutrido esa insurgencia.
Ahora, Irak enfrenta el riesgo de una desintegración tanto por el empuje de los yihadistas como por la posición de los kurdos, dispuestos no solo a defender la autonomía lograda tras el fin de Sadam, sino a obtener un viejo sueño: la independencia del Kurdistán.
Mas este objetivo no es buena noticia en Irak ni tampoco en países como Turquía, Siria e Irán, donde hay poblaciones kurdas que comparten el sueño.
Un Irak precipitado a un vacío de poder quita el sueño a Occidente, Rusia y los países vecinos en Oriente Medio, donde la inestabilidad y el extremismo se mantienen y, en muchos casos, avanzan.