La guerra en Siria, que comenzó hace seis años, ha sido el escenario donde las potencias de Occidente y Rusia midieron fuerzas.
En setiembre del 2014 Estados Unidos inició los bombardeos en Siria contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI) para abrirles camino a grupos rebeldes moderados.
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El entonces presidente estadounidense, Barack Obama, siempre mantuvo la posición de que era necesaria la salida del poder de Bashar al-Asad para derrotar a EI, pero Rusia no pensaba así.
Washington empezó una campaña aérea en Irak y Siria a la cual se sumaron Canadá, Francia, Reino Unido y algunos países árabes.
Entra Rusia. En algún momento, Estados Unidos y Francia discutían la posibilidad de atacar posiciones del Ejército de Asad y Rusia entró en escena.
"Cualquier ataque a las instalaciones del Ejército sirio sería una violación flagrante del derecho internacional", declaró el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.
En setiembre del 2015, la aviación rusa sorprendió a la coalición con bombardeos "a petición del gobierno de Asad" contra los "terroristas".
Además de ser un buen proveeedor de sus armas, en Siria, Rusia tiene la base naval de Tartus, única instalación suya en el mar Mediterráneo.
La incursión rusa dejó fuera del juego a la coalición y cambió el curso de la guerra, al permitirle a Asad fortalecerse y recuperar Alepo.
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Esta recuperación le permitió participar en posición de fortaleza en negociaciones de paz promovidas por Rusia, Turquía e Irán con grupos opositores moderados y que aún están en proceso.