Era el segundo día de Barack Obama en la Casa Blanca. Era el momento para comenzar el largo camino hacia el cumplimiento de una de sus más sensibles promesas de campaña. Sí, largo, porque el camino para poner el candado a la prisión de Guantánamo sería complejo y espinoso. Y sí que lo ha sido.
Aquel 21 de enero del 2009, cuando aún tenía la cabellera negra y el futuro de las relaciones con Cuba era incierto, el mandatario estadounidense ordenó al Pentágono examinar los expedientes de todos los prisioneros en la base y que cerrara la cárcel.
Hoy, siete años más tarde, aún quedan 91 presos de guerra en la base de la bahía cubana, y es probable que Obama delegue el poder –dentro de 10 meses– sin haber logrado la victoria en una de sus más sensibles apuestas.
El obstáculo en ese camino reside en la voluntad del Congreso, el cual se opone al cierre del penal y al traslado de los prisioneros a otras cárceles al interior de Estados Unidos.
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La prisión militar de Guantánamo abrió sus puertas hace 14 años, aún en medio del nerviosismo posterior a los atentados del 11-S, argumentando la necesidad de detener e interrogar a sospechosos de tener papeles claves en organizaciones terroristas como Al Qaeda.
Según la agencia de noticias Efe, 779 personas sospechosas de terrorismo internacional han sido obligadas a vestir uniformes naranjas y grilletes en los pies desde el 2002.
La apertura del centro de reclusión fue, al mismo tiempo, una medida que dio pie a un nuevo tipo de guerra.
Según consigna el sitio web de la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH), Obama reconoce que Guantánamo “es una instalación que nunca debió haberse abierto y que se ha transformado en todo el mundo en un símbolo de un Estados Unidos que menosprecia el estado de derecho”.
En febrero del 2011, una filtración de las fichas militares secretas de 759 de los 779 presos a través de WikiLeaks no solo puso al descubierto al sistema de Defensa estadounidense, sino que tiznó los ideales de justicia y de defensa de los derechos humanos pregonados por esa nación.
“Guantánamo creó un sistema policial y penal sin garantías en el que solo importaban dos cuestiones: cuánta información se obtendría de los presos, aunque fueran inocentes, y si podían ser peligrosos en el futuro”, rescata el diario español El País . “Hay casos, según revelan los informes secretos, en los que ni siquiera el Gobierno de Estados Unidos sabe los motivos por los que alguien fue trasladado a Guantánamo, y otros en los que ha concluido que el detenido no suponía peligro alguno”.
Así acabaron tras los barrotes un anciano de 89 años con demencia senil y depresión en cuya casa apareció un teléfono por satélite; un padre que iba a buscar a su hijo al frente talibán y un hombre que pedía aventones en carretera para ir a comprar medicamentos.
Emanuel Deutschmann, investigador de la Escuela Internacional de Posgrado de Bremen, publicó un análisis empírico basado en documentos de WikiLeaks basados en interrogatorios sostenidos entre el 2002 y el 2009.
Su informe determinó que, pese a que el 85% de los detenidos en Guantánamo fueron llevados allí para obtener información sobre las estrategias de grupos terroristas, casi dos terceras partes de esos 759 reos no proporcionaron datos que incriminen a otros presos.
Esto lleva a dos posibles conclusiones: los sujetos fueron privados de libertad a pesar de no tener dicha información o los métodos de tortura aprobados con la creación de la cárcel de Guantánamo son ineficaces.
Los archivos de la prisión también dejaron en evidencia que casi una cuarta parte de los detenidos no tenía relación alguna con organizaciones terroristas conocidas, por lo que no hay explicaciones válidas para justificar su encarcelamiento.
De hecho, varios presos fueron capturados cuando huían de los bombardeos realizados por Estados Unidos en Afganistán e Irak.
Un mes después de la filtración de los documentos confidenciales, Obama ordenó a varias agencias federales la revisión de todos los expedientes de los detenidos que no habían sido acusados, pero cuyas liberaciones no habían sido aprobadas.
Pidió también que a todos los prisioneros se les concediera una audiencia en el plazo de un año y dejar en libertad a quienes correspondiera, pues no se les podía dejar encerrados en la base.
El objetivo de Obama consistía en iniciar un proceso para reducir de forma gradual la población de Guantánamo, pero hoy, cinco años más tarde, 40 de los prisioneros aún no han tenido esa audiencia.
En febrero de este año, ya sin la presión de sostener una campaña por la reelección en su cargo, el mandatario volvió a remitir al Congreso un plan para el cierre de la prisión militar.
“Se trata de cerrar un capítulo de nuestra historia. Refleja las lecciones que hemos aprendido desde el 11-S, las que necesitamos que guíen nuestra nación” , destacó desde la sala Roosevelt de la Casa Blanca, al tiempo que recordó que en varias ocasiones su predecesor, George W. Bush, manifestó su interés por cerrar Guantánamo.
Sin embargo, hoy, con una mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso y en medio de un año electoral, es improbable que el nuevo plan llegue a buen puerto.
Injusticias
Mustafa al Shamir es un prisionero que lleva 14 años tras los barrotes de Guantánamo, pues fue descrito como entrenador de Al Qaeda cuando llegó a ese centro de reclusión. Se decía que era un hombre importante en esa organización y, por tanto, que podría proporcionar información de alto valor para el ejército norteamericano.
Cuando por fin le concedieron una audiencia ante la Junta de Revisión Periódica, se determinó que la valoración original del Gobierno fue errada.
Al Shamir no era más que un combatiente de baja categoría, por lo que se aprobó su partida hacia un país árabe. Sin embargo, aún está a la espera de que alguna nación lo acepte, y como su caso aún quedan otros 34 en Guantánamo.
Esta fotografía, captada el 28 de marzo del 2010, muestra a un prisionero siendo trasladado al Campo Delta, en Guantánamo. Foto: AFPMohamedou Ould Slahi es otro prisionero que ha vivido 14 años en la base cubana. Tiene 45 años y es graduado en Ingeniería Electrónica. Aún no ha sido sometido a juicio y tampoco se han presentado cargos formales contra él.
Desde el 2005, comenzó a relatar su historia en un manuscrito de 446 páginas en inglés, su cuarta lengua, la cual aprendió estando retenido por el ejército.
Diario de Guantánamo (Capitán Swing) es , hasta hoy, el único libro escrito desde el interior de esa cárcel. Su publicación fue denegada bajo el alegato de que pondría en riesgo la seguridad estadounidense, pero tras varios años de disputa amparada en la Ley de Libertad de Información, por fin logró ser lanzado.
No todas las memorias de Mohamedou, sin embargo, salieron a la luz pública. 2.500 fragmentos están censurados con bloques negros, un claro guiño que deja entrever que hay aseveraciones que Washington insiste en ocultar.
En las páginas del diario, el reo denuncia detención arbitraria, incomunicación, amenazas de muerte, períodos de aislamiento extremo, violaciones, tratamiento cruel, privación del sueño y hasta amenazas de que abusarían y apresarían a su madre.
A Mohamedou lo desnudaron, le pusieron pañales y lo despojaron de todas sus pertenencias. “Me privaron de mis libros, de mi Corán, de mi jabón... la celda, mejor dicho, la caja, tenía una temperatura tan baja que temblaba casi todo el tiempo. Me impedían ver la luz del sol”, asegura, pues lo relacionaron con la Trama Milenio, el atentado en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles el día de Año Nuevo.
La CIDH ha criticado, en numerosas ocasiones, las condiciones y escasas garantías de los prisioneros en Guantánamo. La situación para ellos se puede tornar tan inhumana, que algunos de ellos han recurrido a quitarse la vida, como Adnan Farhan Abdul Latif, quien se suicidó en el 2002 tras recibir alimentación forzada durante una huelga de hambre por sus derechos.
Ante la comunidad internacional, Guantánamo es un hoyo negro en materia de derechos humanos, uno que quizá ni el mismo Obama podrá relegar al pasado en las memorias colectivas.