El gran líder está de pie sobre el escenario, rodeado de miles de personas que escuchan sus palabras pero, más todavía, escuchan el tono de su voz. Es como si no importara tanto lo que dice sino cómo lo dice: el tono, el carisma, la –digamos– pasión con que dice las cosas que dice.
Lo anterior es, claro, una observación a simple vista, porque no faltarán los seguidores que crean con furor cada una de las ideas y de las propuestas que emite el gran líder.
Pero, visto desde afuera, da la impresión de que 50 años después de emitido el discurso, la gente leerá los libros de historia y se preguntará cómo fueron los asistentes capaces de creer en semejante arenga.
Mientras tanto, en ese auditorio, el gran líder sigue hablando y la gente sigue vitoreando su tono de voz, sigue aplaudiendo su magnetismo.
Los escuchas del discurso parecen estar en una especie de trance, el que produce la política vestida –o disfrazada– de esperanza: esperanza de cambios, de un futuro que se parezca más a lo que uno quiere de la vida.
Por eso tiene algo de sentido que, cuando el líder pide a los asistentes que levanten la mano derecha, todos lo hagan sin reparo, sin pensar en lo que aquella imagen remite. O tal vez –porque esta es una observación a simple vista– sí lo saben. Tal vez el propio líder sabe lo que implica, históricamente, que un político pida a su pueblo que levanten la mano derecha hacia él.
Después de todo, aunque a veces pueda parecerlo, Donald Trump no es nada tonto y también es poderoso. Si él quiere hacer algo, lo hará. Si él quiere parecerse a Hitler, lo hará.
Si él quiere ser presidente de los Estados Unidos, ¿lo hará?
Trump quiere ser candidato
El 16 de junio del 2015, Donald John Trump subió al atrio de la torre Trump, en Manhattan, y pronunció un discurso que, de pronto, apareció en prácticamente todos los medios de comunicación masiva del mundo.
Aquel día, Trump anunció de manera oficial su precandidatura por el partido Republicano. Por ello, la lógica indicaría que esa era la noticia del día. Sin embargo, el tiempo ha venido a demostrar que, cuando se trata de Donald Trump, la lógica muchas veces tiene más bien poco que ver.
—Cuando México envía a su gente, no mandan a los mejores. Están enviando a gente que tiene muchos problemas, y ellos están trayéndonos esos problemas a nosotros –dijo, ante una multitud que le vitoreó tanto como le vitorearon quienes, hace una semana, levantaron su mano derecha por él, ignorando que su acción se parecía muchísimo al saludo fascista.
Trump no terminó ahí su diatriba en contra de los mexicanos –y, podría pensarse, por extensión, en contra de todos los latinoamericanos o incluso todos los inmigrantes– en julio del año pasado.
—Están trayendo drogas. Están trayendo crimen. Son violadores. Asumo que algunos de ellos son buenas personas.
Bien lo subraya Newsday: aquel discurso marcó la tónica para una campaña impredecible y polarizante.
Su fortuna de $4.5 mil millones lo convierte en el hombre más rico en intentar convertirse en presidente en la historia de Estados Unidos. Foto: Damon Winter/The New York TimesSin embargo, es seguro decir que a mitad del 2015, a Trump se le percibía –especialmente fuera de las esferas más conservadoras de Estados Unidos– como poco más que un chiste, una especie de entretenimiento para inyectar vida a una campaña política que, sin él, no sería tan atractiva.
Casi un año más tarde, ha sucedido lo impredecible.
Trump ya no es la cenicienta de las elecciones primarias del partido Republicano. Ni siquiera es una amenaza para los favoritos. Hoy, Donald Trump es el rival a vencer.
El 20 de febrero, cuando se celebraron las elecciones primarias republicanas en el estado de Carolina del Sur, Trump ganó 50 delegados. Sus rivales principales, Ted Cruz y Marco Rubio, no consiguieron ni uno.
“Trump arrasó. Hasta entonces, se creía que Trump estaba ganando solo entre los sectores menos educados de la población del país”, escribió Russ Schriefer, de la revista Time . “Bueno, eso se acabó. A Trump le fue bien entre los republicanos con mayores salarios y grados académicos. Y no se termina ahí. ¿Votantes evangélicos? Trump los ganó. ¿No evangélicos? Sí, también los ganó”.
En efecto, aunque la carrera por la precandidatura republicana no está decidida aún, sí coloca a Trump como el gran favorito. De acuerdo con información publicada por el New York Times , Donald Trump ha ganado 458 delegados; Ted Cruz, su más inmediato perseguidor, cuenta con 359. Para ganar la candidatura, son necesarios 1.237 delegados. (Lea el recuadro Delegados, primarias y votos para comprender un poco mejor la complicada política electoral de Estados Unidos).
Trump quiere ser un magnate
Hace apenas dos meses, el 23 de enero, durante una convención en Iowa, Trump dijo a sus seguidores: “Podría pararme en la Quinta Avenida (de Nueva York) y empezar a disparar gente, y aún así no perdería votantes”; entre vítores, simuló disparar a sus partidarios con su mano.
¿Cómo llegamos al punto de que alguien que diga esto sea hoy un pretendiente real a uno de los puestos con mayor poder político, social, económico y militar del planeta?
Trump nació el 14 de junio de 1946, en Queens, Nueva York, cuarto de los cinco hijos que tuvieron Fred y Mary Trump. Atendió a una escuela privada junto a sus hermanos, hasta que su padre decidió enlistarlo en una academia militar.
Un votante emite su decisión durante una de las elecciones primarias. | FOTO: HILARY SWIFT/THE NEW YORK TIMESDe acuerdo con la biografía Never enough: Donald Trump and the pursuit of success ( Nunca es suficiente: Donald Trump y la búsqueda del éxito), el cambio de escuela se debió a que Donald le dejó un ojo morado a su profesor de música luego de tirarle un borrador.
Más tarde, obtuvo un título en Ciencias Económicas de la Universidad de Pennsylvania –una de las más prestigiosas del mundo– y, durante las vacaciones, se empezó a involucrar en varios proyectos del negocio familiar.
¿Y cuál es ese negocio? El que su padre, su tío y su abuela establecieron en Nueva York en 1927: una firma de bienes raíces que se adaptó a los agresivos cambios que sufrió la economía estadounidense durante la primera mitad del siglo XX. Casas baratas en los años veinte, supermercados en los treinta, contratos de construcción para la armada naval de los Estados Unidos en los cuarenta y, más tarde, desarrollo inmobiliario de bajo costo en Nueva York hasta los años setenta.
Donald se unió a la compañía en 1968, y para 1974 ya era su presidente. En 1976, entró con agresividad en la construcción de proyectos ambiciosos en Nueva York; su trabajo está fuertemente ligado con el desarrollo de esta ciudad, lo que le ganó importantes conexiones políticas en la ciudad.
Durante la década de los ochenta, Trump comenzó a diversificar su negocio y, al mismo tiempo, a convertirse en una celebridad, todo al mismo tiempo.
Mientras su compañía conseguía un contrato para remodelar el Central Park de Nueva York, Donald se casaba con la modelo Ivana Zelnícková e invertía en restaurantes, juegos de mesa, películas, helado, ropa para hombres, revistas, alcohol, hipotecas, hoteles, concursos de belleza –como Miss Universo– y programas de televisión –como The Apprentice –, entre muchos otros negocios más.
No que todos ellos fueran exitosos.
Dos simpatizantes de Trump, durante un evento de campaña. Uno de ellos lleva un botón que dice "Las armas salvan vidas". Foto: Damon Winter/The New York TimesDe hecho, Trump ha tenido que declararse cinco veces en bancarrota, la última de ellas en el 2014. Su valor neto ha estado sujeto a muchas especulaciones y cambios notorios. Pese a haberse visto endeudado –por varios millones de dólares, además–, Trump recibió, en 1999, una herencia de $300 millones tras la muerte de su padre.
Hoy, de acuerdo con la revista Forbes , su fortuna asciende a 4.5 mil millones de dólares, lo que lo convierte, con gran diferencia, en la persona con más dinero que ha intentado hacerse con la Casa Blanca.
Trump quiere ser defensor
El pasado de Trump es, tal vez, su arma más poderosa para atraer votantes. El hombre representa uno de los sueños de las clases baja y media: el emprendedor dominante, arriesgado y carismático, que se atreve a hacer y decir lo que otros no.
Varias encuestas realizadas por medios estadounidenses –formales e informales, por cierto– han determinado que uno de los mayores atractivos del magnate es, precisamente, su fortuna. La lógica es que si Trump consiguió fundar un negocio multimillonario y próspero, entonces podrá hacer lo mismo con la economía de Estados Unidos.
De hecho, la promesa de suturar la supuesta debilidad económica de Estados Unidos –supuesta porque, conforme lo que señala el blog del Departamento de Trabajo del gobierno estadounidense, el empleo en el sector privado ha tenido un crecimiento constante durante los últimos 72 meses– ha sido una de las promesas más constantes de la campaña de Trump.
Su lema de Make America great again (Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo ) es, precisamente, una crítica a las decisiones de los gobiernos previos, especialmente de Barack Obama, a quien Trump ha atacado durante años con todo tipo de acusaciones, algunas bastante disparatadas. Tal vez la más célebre fue cuando en el 2012, Trump aseguró que el certificado de nacimiento de Obama era falso y que el actual presidente no era nacido en Estados Unidos.
Trump saluda a un grupo de simpatizantes, tras ganar una elección primaria. | FOTO: RUTH FREMSON/THE NEW YORK TIMESJunto a la economía, la inmigración y la amenaza que esta representa a la sociedad norteamericana han sido otro tema al que Trump ha puesto particular énfasis. Además del ya célebre discurso en contra de los migrantes mexicanos, Trump también ha señalado que en la frontera entre México y Estados Unidos se debe construir un muro porque “una nación sin fronteras no es una nación”.
Además, asegura que este muro debe ser costeado por México como contrapeso a los muchos gastos que la inmigración le ha generado a Estados Unidos. A esta propuesta, Vicente Fox, expresidente de México, respondió en una entrevista para Univisión: “No voy a pagar por su puto muro. Que lo pague él. Él tiene el dinero”.
Por supuesto, el terrorismo –y, especialmente, los estereotipos asociados a este– ha sido un tema constante en su discurso, también. Recién en diciembre, Trump dijo que que las fronteras de Estados Unidos deberían cerrarse por completo al ingreso de cualquier musulmán. En aquel momento, CNN consultó a uno de los seguidores de Trump qué opinaba de la idea: “Estoy de acuerdo. ¿Qué van a traer? ¿Estado Islámico? ¿Bombas? No, que se vayan”.
Trump quiere dar miedo
Cuando se le echa un ojo a los planteamientos políticos de Donald Trump, parece surgir una constante que los homogeniza: el miedo. Miedo a que los extranjeros se dejen el dinero de Estados Unidos, miedo a que los mexicanos sean todos violadores, miedo a que todo aquel que profese fe a Alá sea un terrorista, miedo al desempleo.
No pocas veces se ha escrito que el miedo es un buen recurso para dominar.
Las protestas en contra de Trump se han repetido desde el año pasado. | FOTO: RICHARD PERRY/THE NEW YORK TIMESEn un artículo publicado por el New York Times , David Berg, profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, observó que las amenazas a la seguridad percibidas por muchos votantes, sea a lo interno (cambios demográficos, la codicia de Wall Street, la inmigración, las consecuencias de la desigualdad de ingresos) o a lo externo (el terrorismo y las relaciones con China y Rusia) provocan que los votantes se refugien en las políticas que atacan con mayor vehemencia dichas fuentes de miedo.
Además, Trump apela al enojo y al descontento de muchos votantes. Berg señaló: “Muchos ciudadanos en este país están cansado de que su comportamiento y libertad de expresión se vean limitadas por las ‘sensibilidades’ cambiantes del mundo moderno, por lo políticamente correcto. A muchos les gustaría ‘responderle’ a Putin y a los chinos (ni qué decir del Estados Islámico) con la creencia de que la confrontación y la beligerancia convertirán al mundo en un lugar más seguro”.
Sea el miedo, el emprendedurismo o el odio, los factores están ahí para que se convierta en uno de los hombres más poderosos del mundo occidental.
Cualesquiera sean los motivos, lo cierto es que, cuando llegue noviembre próximo, la papeleta presidencial de Estados Unidos podría tener a a un multimillonario temperamental como líder político y militar.
Trump quiere ser presidente. ¿Lo logrará?
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Delegados, primarias y votos
La política electoral de Estados Unidos no solamente es apasionante sino, sobre todo, compleja. En el país norteamericano no opera el voto directo, sino que los candidatos batallan por ganar delegados.
Cada uno de los 50 estados que conforman la nación tiene un cierto número de delegados por partido. Los votantes eligen a quién apoyarán esos delegados.
Las primarias y caucus pueden ser cerrados (solo los miembros registrados en un partido pueden participar), semicerrados (también pueden votar aquellos que no están afiliados a ningún partido) o abiertos (cualquier votante registrado puede participar).
El número de delegados de cualquier estado para la convención nacional se calcula con una fórmula que cada partido establece y que incluye variables como la población del estado y el número de funcionarios elegidos y dirigentes del partido procedentes del estado que ocupan cargos públicos.
En la mayoría de los casos, los electores deciden en una votación secreta, como en una elección ordinaria. Pueden elegir al candidato presidencial que les interese –y por extensión, a los delegados que los apoyarían– o directamente a los delegados que se "comprometen" a apoyar a determinado postulante.
El actual sistema surgió de la improvisación de un grupo de grandes figuras de cada partido que se juntaban en bares para definir quiénes podían ser los candidatos para las elecciones nacionales. En Estados Unidos no existe un Tribunal Supremo de Elecciones.
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