Baltimore, EE. UU. EFE. Una treintena de antimotines avanzan en fila, lentamente, sobre una avenida de la ciudad; frente a ellos, a menos de 100 metros, tres adolescentes los increpan. Solo se oyen sus gritos y el sonido de las sirenas a lo lejos. Es la imagen de una noche de saqueos.
Las calles de Baltimore están casi desiertas desde que, a última hora del lunes, el gobernador de Maryland, Larry Hogan, declaró el estado de emergencia tras el inicio de los disturbios.
Matt es el encargado de un restaurante de hamburguesas en el corazón de una de las zonas más deprimidas de Baltimore; las fachadas de las casas no recuerdan ya la pintura. La pobreza es evidente.
Pasadas las diez de la noche, un grupo de jóvenes negros, con las caras a medio cubrir, se agolpan a las puertas de la gasolinera de enfrente mientras Matt observa desde dentro, acompañado por un par de clientes de confianza, con el rótulo de “cerrado” colgado en la puerta.
Varios autos llegan a la estación de servicio y todos aquellos adolescentes que aguardaban allí saltan dentro de ellos, como si se tratara de una estampida, cargados con todo tipo de productos de la tienda de conveniencia, sin causar daños.
Dos kilómetros más allá, el barrio de Keb no ha corrido la misma suerte.
Una columna de humo se vislumbra desde lejos, iluminada por los focos de un helicóptero que sobrevuela el área mientras una decena de camiones de bomberos se despliega para acabar con las llamas que abrasan varios inmuebles entre las calles Gay y Federal.
Las autoridades aún no han determinado el origen del fuego, no quieren confirmar aún si está relacionado con el clima de tensión. Lo cierto es que luego de esta noche, aquel edificio que en unos meses sería una residencia comunitaria para ancianos se redujo a escombros.
“Hace un rato pasé por aquí para ir a casa y no pasaba nada, pero 15 minutos después he salido y todo esto estaba en llamas”, relata Keb, también afroamericano, mientras observa cómo los equipos de emergencia tratan de sofocar el incendio.
“Eso de allí son viviendas -dice, mientras señala a la parte de atrás de un garaje industrial donde los bomberos rocían agua desde lo alto de varias escaleras hacia el interior del inmueble-. Pero no he visto cómo ha comenzado esto”.
La espectacular escena, que se ha repetido en otros puntos de la ciudad, se apaga poco a poco a medida que los cientos de agentes de policía y miembros de la Guardia Nacional empiezan a tomar las calles y a establecer perímetros de seguridad, como el de aquella treintena de antidisturbios enfrentados a un puñado de jóvenes.
La ciudad, muy cercana a la capital estadounidense, no quiere replicar los dramáticos enfrentamientos que vivió hace unos meses la localidad de Ferguson, en Misuri , donde otro joven afroamericano y desarmado murió por los disparos que le infligió un agente.
Tras más de seis horas de disturbios, incendios y episodios de violencia que han dejado hasta una quincena de agentes heridos, el sonido y las luces de las sirenas se diluyen en la noche de Baltimore, aunque desde esta, y durante las próximas siete, la ciudad quedará bajo toque de queda. Cualquier cosa para que una jornada como la de hoy (ayer, madrugada de martes) no se repita.