El 16 de junio de este año, Donald Trump hizo que el mundo fuera de los Estados Unidos se interesara, posiblemente más que nunca antes, en la precandidatura presidencial del partido Republicano.
“México manda a su gente, pero no manda lo mejor. Está enviando a gente con un montón de problemas. Están trayendo drogas, crimen, violadores. Algunos de ellos, asumo, son buenos”, dijo el magnate aquella vez, en la Torre Trump, en Nueva York; lo dijo como parte del mismo discurso con que Trump, finalmente, anunció sus intenciones de convertirse en líder político de Estados Unidos, sucediendo a Barack Obama –a quien ha atacado sin tregua, y en ocasiones cayendo en el absurdo, durante los últimos dos períodos presidenciales– en la Oficina Oval.
Al mundo se le cayó la quijada al suelo y la prensa se frotó las manos. Las palabras de Trump tuvieron eco en todos los rincones del mundo, fuera en son de mofa o como estandarte del pensamiento más conservador.
La polémica figura de Trump, ya bastante mediática, y ahora atizada por sus declaraciones, atrajo una atención pocas veces vista hacia las elecciones internas del partido Republicano.
Sin embargo, junto al multimillonario levantan la mano otros 13 precandidatos que desean enrumbar a Estados Unidos hacia la derecha. ¿Quiénes son? ¿Tienen alguna posibilidad ante el atractivo público –y polémico– de Donald Trump?
El primero, chico
La carrera por la candidatura republicana comenzó en marzo.
Ted Cruz nació en Canadá hace 44 años, hijo de un exiliado cubano. En el 2003, Cruz asumió el cargo de fiscal general del estado de Texas; ocupó el puesto durante cncos años y, más tarde, trabajó en una prestigiosa firma de abogados durante otros cinco años más.
Se alejó de ese trabajo ante uno mejor: en el 2013, Cruz pasó a ser el primer senador hispano que ha tenido Texas en la historia.
Dicho de otra forma, Ted Cruz es la personificación del sueño americano: todos los ciudadanos de Estados Unidos, sin importar las condiciones adversas que les rodeen, pueden alcanzar sus sueños más grandes.
“El poder del pueblo americano cuando nos levantamos y luchamos por la libertad no conoce límites”, dijo Cruz cuando presentó su candidatura en marzo, precisamente.
No deja de ser curioso que Cruz –de origen latino– sea parte del engranaje del ala menos progresiva de Estados Unidos, rara vez asociada con las minorías.
De hecho, el Tea Party –el movimiento político ultraconservador de fuertes raíces en el partido Republicano– apoyó su llegada al Senado en el 2013.
Pero no es el único.
Un mes después de Cruz, otro hijo de inmigrantes cubanos declaró sus intenciones de ser presidente del país.
Marco Rubio tiene 43 años y es otro defensor del sueño americano: trabajo arduo, oportunidades aprovechadas y ascenso socioeconómico.
Se involucró por primera vez en política en el 2000.
Fue representante de Florida en la Cámara de Representantes; luego presidió esa cámara. Nueve años más tarde, se convirtió en senador, puesto que ganó, como Ted Cruz, con el apoyo del Tea Party: hijos de minorías que defienden los intereses conservadores.
Rubio reniega de Cuba y considera innecesario el acercamiento que la administración Obama ha tenido en el último año con la isla. Cruz defiende el excepcionalismo americano: la creencia de que Estados Unidos es un país llamado a realizar una misión especial en el mundo.
La principal diferencia entre ambos está en los números: las encuestas dan pocas posibilidades a Cruz, quien se sitúa a mitad de tabla entre los postulantes; Rubio, en cambio, se ubica entre los líderes de la carrera.
En la retaguardia
Que Rubio se cuente entre los favoritos es extraño.
La norma, en realidad, es esta: que el partido Republicano sea tierra hostil para las minorías étnicas y sexuales.
Por ello, no sorprende que las única mujer que ha anunciado sus intereses presidenciales en el partido se ubique de últimas en los sondeos preliminares, todo lo contrario al favoritismo –más o menos tambaleante– de Hillary Clinton en el bando Demócrata.
Hay que decirlo: Carly Fiorina tiene todo para perder o, peor todavía, por pasar inadvertida.
Tiene 60 años y ha desarrollado una carrera exitosa en la empresa privada en el sector tecnológico.
Nació en Texas, fue directora ejecutiva de Hewllet Packard y otras grandes compañías, y la revista Fortune la nombró, durante seis años consecutivos –desde 1998 hasta el 2003– la ejecutiva más poderosa del país norteamericano.
Es decir, que su capacidad de liderazgo está probada.
Trabajó en la campaña presidencial de John McCain en el 2008 y, aunque perdió, en el 2010 intentó ser senadora.
Es decir, que su experiencia en política está probada.
Fiorina es partidaria del intervencionismo militar de Estados Unidos en las políticas exteriores y nombra su propio caso como ejemplo de historia de éxito en la empresa privada.
Es decir, que su pensamiento conservador está probado.
Si Carly Fiorina es, en esencia, Donald Trump en versión mujer, ¿qué la hace perfecta para perder mientras que su contrincante es de los favoritos?
Precisamente ser mujer en un partido conservador.
Black power
“Es probable que nunca sea políticamente correcto porque nunca he sido un político”.
Ben Carson dice que no es un político.
Dice que es un neurocirujano retirado que ahora busca ser presidente de Estados Unidos, pero no es un político.
Ha criticado con fuerza las deciciones políticas de Obama e incluso denunció su ley de reformas a la salud: dijo que Obamacare –nombre popular de la reforma– es lo peor que le ha sucedido a Estados Unidos desde la esclavitud.
También afirmó que la poca movilización del pueblo norteamericano ante lo que considera injusticias del gobierno es comparable a la permisividad del pueblo alemán durante el auge del regimen Nazi.
Ben Carson no es un político.
Ben Carson es un hombre negro que asegura que Estados Unidos vive una de sus peores épocas jamás vistas.
Ben Carson quiere ser presidente de Estados Unidos.
La cima de la pirámide
Aunque las fuerzas minoritarias cuentan con una importante presencia entre los candidatos del partido Republicano, lo cierto es que la concentración de poder sigue siendo la predecible: el hombre blanco.
Aunque Donald Trump se ha convertido, desde su anuncio en junio y apoyado por sus polémicas palabras, en el favorito de los medios –y, según varias encuestas recientes, también de buena parte de la masa votante–, lo cierto es que no está solo.
Le acompañan algunos nombres conocidos dentro del universo político de Estados Unidos, como Rick Santorum –quien perdió la candidatura hace cuatro años, ante Mitt Romney– o Lindsey Graham –senador de Carolina del Sur y exmilitar– y Rand Paul, senador.
Pero solo otro hombre puede competir a nivel mediático –y económico– con Trump.
Su nombre es Bush.
Jeb Bush. El hijo, el hermano. Bush.
De 62 años, trabajó en la campaña ganadora de su padre y acumuló experiencia –y riqueza– en la empresa privada: su valor neto ronda los $20 millones, de acuerdo con New York Times .
Bush bien podría ser el amuleto que el partido Republicano desea: la última vez que el partido ganó una elección sin la presencia de un Bush en la papeleta fue en 1972, cuando Richard Nixon fue reelecto.
¿Podría Jeb poner final a los gobiernos demócratas o será Trump el ganador después de todo?