Luiz Inácio Lula da Silva, hijo del Brasil profundo y más desdichado, asume la Presidencia 50 años después de abandonar su tierra natal “para no morir de hambre”, y rompe con la tradición del poder, que habían ejercido emperadores, terratenientes y hasta mariscales, pero jamás un obrero.
Como líder del PT, Lula conoció la cárcel y abrazó para siempre la política, lo “único” que reconoce haber estudiado en sus 57 años de vida. Según él, a su historia personal le debe la sensibilidad que le reconocen hasta sus adversarios.
Una sensibilidad que no pasa solo por la política y que Lula exterioriza cada vez que puede. Lo hace a lágrima viva, como cuando hace tres semanas recibió un diploma de presidente electo.
“Seré un presidente llorón”, dijo ruborizado, antes de compartir con los presentes una reflexión: “Quién me iba a decir que el primer diploma de mi vida sería el de presidente de Brasil, el del primer presidente obrero de Brasil”.
Tras su separación de Portugal, en 1822, Brasil fue gobernado durante 67 años por emperadores. En los primeros cinco años de la República hubo tres mariscales y desde entonces el poder ha sido cosa de la elite social, de la económica y la militar.