Shigeyuki Katsura tiene 84 años, es delgado y en la piel le aparecen lunares aquí y allá. Sus ojos parecen cansados, aunque su piel es lisa, describe el diario Japan Times . Su memoria, en cambio, es poderosa: recuerda con detalle una fecha macabra: el 9 de agosto de 1945, el día que un avión voló sobre Nagasaki y dejó caer una bomba atómica de 22 kilotones que destruyó la ciudad japonesa.
Katsura, un adolescente en ese momento, caminó a lo largo de 20 kilómetros, alejándose de la explosión y buscando su hogar. En el camino, una lluvia negra de partículas radioactivas cayó sobre los caminos que recorría. Los días posteriores a la detonación de la bomba, el joven Katsura se sintió enfermo: físicamente, sí, pero también emocional y psicológicamente.
Ahora el japonés es un anciano que señala sus pasos en un mapa y cuenta su historia con tanto detalle como le es posible. Le escuchan, con intensidad, ocho personas; algunas de ellas toman notas, otras interrumpen el relato de Katsura con preguntas para profundizar tanto como les sea posible.
A muchos kilómetros de allí, una mujer de 78 años llamada Emiko Okada hace lo propio: cuenta la historia del día en que el cielo de Hiroshima se volvió negro, luego de que se escuchara el rumor de un avión sobrevolando la ciudad; luego de que una luz cegadora la dejara aturdida; luego de ver a niños con la piel colgando de sus huesos y a adultos con las vísceras desparramadas en la calle.
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A Okada no la escucha un grupo, sino un solo hombre: Yasukazu Narahara tiene 39 años y vive en Tokio. Aunque no existe, entre él e Hiroshima, ninguna relación particular, el hombre se ha convertido en un relator ferviente de la historia de Okada.
Él, y los muchachos que escuchaban a Shigeyuki Katsura en Nagasaki, y muchos más, son parte de un programa gubernamental que pretende rescatar los testimonios de los sobrevivientes a los ataques nucleares a través de “narradores designados”; es decir, personas mucho más jóvenes que dedican sus esfuerzos a aprender –y comprender– cada detalle del relato de los sobrevivientes.
El programa es una medida de contingencia: hoy, viven en Japón 183.000 sobrevivientes a los ataques de Hiroshima y Nagasaki; sin embargo, el promedio de edad de estos, de acuerdo con estadísticas oficiales publicadas por el Washington Post , es de 80 años. Es decir, pronto podría no haber quién cuente, de su propia voz, el horror de la guerra nuclear. Sin esos testimonios, la batalla contra la fabricación de estos armamentos podría perderse.
“No queremos que las generaciones más jóvenes pasen por lo que yo pasé”, dice Okada. “Ustedes pueden ayudar relatando a otras personas lo que yo he contado”.
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La historia en la carne
Está claro: la historia no se perderá, pues ha sido documentada hasta la saciedad en libros, películas, documentales y revistas. Sin embargo, el proyecto del gobierno japonés busca ir a la inversa de la propagación del conocimiento en la era digital; en vez de limitarse a videos y relatos testimoniales, han preferido que los narradores se enfrenten cara a cara con los sobrevivientes.
Es la forma más efectiva, dicen, de sentir el dolor de quienes vivieron aquellos días nefastos.
Siempre de acuerdo con el diario Japan Times , los niños japoneses no pasan demasiado tiempo aprendiendo sobre la Segunda Guerra Mundial durante sus años en primaria y secundaria.
El currículum oficial se encarga de enseñar a los estudiantes que la guerra “causó grandes sufrimientos a la humanidad”.
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En una encuesta publicada recientemente por NHK, un canal público de la televisión nipona, solo el 30% de la población adulta de Japón conoce con exactitud la fecha del ataque a Hiroshima; en el caso de Nagasaki, ese porcentaje se desploma aún más.
Durante muchos años posteriores al final de la guerra, buena parte de los sobrevivientes ocultó sus historias, temerosos de los estigmas sociales que podían imponerse sobre ellos. Temían ser víctimas de bromas por sus quemaduras, o que el temor a la radiación pusiera fin a su matrimonio, cuenta el Washington Post .
Con el relato detallado de ancianos como Okada y Katsura, Japón busca un remedio contra el tiempo, contra el olvido pero, sobre todo, contra la pérdida de memoria, un arma vital en contra del armamento nuclear en todo el mundo.
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