Manuel Porras Sandí invierte la tercera parte de su pensión por invalidez en el mantenimiento de Lili, su perra de siete años.
Es de ¢120.000, dinero que, además, debe alcanzar para la casa y ayudar a su mamá y a un hermano con discapacidad, allá donde viven, en La Fila de Palmichal de Acosta.
¿Por qué Manuel está dispuesto a este sacrificio por una perra? Sencillamente porque Lili no es una cualquiera.
“Podría sonar cliché, pero ella son mis ojos”, respondió Manuel, quien quedó ciego a los ocho años como secuela, asegura, de haber nacido antes de tiempo.
Lili es una perra guía, o lazarillo. Está entrenada para ayudar a los ciegos a movilizarse en el exterior y a prevenirlos de accidentes y peligros eventuales.
Manuel lo explica mejor: “Para mí significa todo. Antes de tenerla, más de una vez caí en una alcantarilla sin tapa. Desde que Lili está conmigo, no volví a sufrir un accidente”.
En el país, hay 30 ciegos con perros guía. De ellos, 21 pertenecen a la Asociación Costarricense de Personas con Perros Guías (Acoppeg) , que da soporte en el cuido de estos animales con apoyo de organizaciones, como el Club de Leones.
La mitad de estos asociados carece de recursos suficientes para velar por sus perros, informó Roberto Sancho, presidente de la organización.
Sacrificio. Por eso, quizá, se encuentran historias como las de Rónald Segura y Adriana Masís.
Ellos son esposos no videntes, vecinos de San Blas de Cartago y dueños de Erny y Gigglees. Si fuera necesario quedarse comiendo solo arroz y frijoles para dar a estos perros lo que necesitan, Rónald y Adriana lo harían. Es más, ya lo han hecho.
Rónald recibe una pensión del Régimen no Contributivo (para los más pobres) de ¢75.000 al mes. A esto agrega lo que gana por sembrar las verduras y hortalizas, que luego vende en la Feria del Agricultor.
Su esposa reúne un ingreso mensual similar dando clases privadas a varios niños.
“Con Gigglees vivo en total independencia. Antes, con bastón, me costaba caminar como resultado de varias operaciones de cerebro”, contó esta maestra, quien perdió la vista de pequeña por un tumor cerebral.
Para Analibe Calderón Vargas, de Aguas Zarcas de San Carlos, la vida también dio un giro desde que Kibba apareció, hace siete años.
“Siento que recuperé la visión porque veo a través de sus ojos. Es vital para mí, pues me ha sacado de las sombras”, contó Analibe para justificar su uso.
Su familia vive con el salario de su esposo, Juan de Dios Hernández, quien labora en una empacadora de raíces y tubérculos, en Los Chiles de Aguas Zarcas de San Carlos.
La manutención mensual de Kibba, que ronda los ¢60.000, solo es posible por donaciones.
Quienes están en la asociación, recibieron estos perros regalados luego de cumplir varios requisitos; entre ellos, viajar a Michigan, EE.UU., para recibir entrenamiento junto al animal.
Los perros guía son canes trabajadores que requieren un alimento especial y cuidados minuciosos para proteger su salud.
De su buen estado general depende la independencia de movimiento de sus dueños.
Esta asociación anda en busca de padrinos que ayuden con los gastos mensuales de estos perros guía.
“ No son un lujo, son una necesidad”, comentó Roberto Sancho, de la Asociación Costarricense de Personas con Perros Guías
Tal y como lo demuestran las historias de sus dueños, estos perros también son sus ojos.