San carlos Ambos viven en la provincia de Alajuela, a menos de 70 kilómetros de distancia, pero a juzgar por los colegios en los que estudian, David Varela y Lucy Chaves provienen de dos mundos aparte.
Alumno del Liceo Rural (antigua telesecundaria) La Urraca, en una pobre comunidad agrícola a 30 kilómetros de Los Chiles, Varela debe batallar con un camino de lastre en pésimo estado. Además, para llegar al “cole” cruza una viga de madera que simula un puente.
Una vez ahí, recibe lecciones en un pequeño y deteriorado salón comunal que hace de aula para los sétimos y octavos, simultáneamente, así como de bodega comunal.
Los alumnos de noveno estudian en medio comedor, y este se impregna de olores, apio y cebolla mientras la cocinera se encarga de cocinar el almuerzo.
Las actividades artísticas son inexistentes, más allá de los instrumentos que los estudiantes adquirieron con sus propios recursos.
“La instalación eléctrica en cualquier momento podría desatar un incendio”, advirtió el profesor de Ciencias, Español y Estudios Sociales, Andrey Ampié.
Más de un alumno se pregunta qué será de ellos después de noveno, pues carecen del cuarto ciclo.
Mientras tanto, Lucy Chaves llega en bus a estudiar al Colegio Científico de San Carlos, en la sede del Instituto Tecnológico de Costa Rica, en Santa Clara, donde las aulas son espaciosas y ventiladas.
Por la propia naturaleza del colegio científico, los alumnos tienen a su disposición laboratorios de química, biología, biotecnología, inglés y computo. Además, reciben robótica y dibujo técnico.
Los colegiales tienen acceso a un gimnasio bajo techo para baloncesto, así como una piscina. También hay una sala de teatro para desarrollar actividades artísticas y extracurriculares.
Oferta desigual. Las diferencias entre las más de 15 modalidades de educación media en el país pueden ser sutiles, pero en otras ocasiones llegan a ser abismales.
Mientras algunos jóvenes reciben materias especiales en tecnologías e idiomas, otros no tienen siquiera acceso al quinto año.
Aunque las variantes nacieron con el propósito de atender necesidades específicas y realidades distintas, muchas veces perpetúan las desigualdades ya existentes en el entorno de los estudiantes.
Así las cosas, quienes provienen de hogares con escasos recursos y viven en zonas rurales muchas veces deben asistir a clases en las condiciones más adversas.
Dagoberto Murillo, investigador del Estado de la Educación, recalcó que no todas las desigualdades son malas por sí solas.
“Por ejemplo, un alumno con una discapacidad debe tener acceso a una opción adaptada a sus necesidades; es decir, una oferta desigual”, señaló Murillo.
El problema surge cuando el sistema es responsable de generar más diferencias, advirtió Isabel Román, directora del Estado de la Educación. “A los colegios rurales muchas veces no van los mejores profesores... o van deseando irse. Otras veces no llegan todas las materias especiales” señaló Román.
“Estas son algunas de las desigualdades en términos de distribución de recursos y le corresponde al sistema atenderlas, pero eso pasa por una decisión política”, añadió.
Leonardo Garnier, ministro de Educación, defendió la variedad de formatos, al considerar que ofrecen “una combinación de unidad y diversidad al sistema, con un marco común básico”.
“Sin embargo, hay también una diversidad de modalidades que ofrecen muy poco y su aporte no tiene tanto sentido. Es un tema que el MEP y el Consejo Superior de Educación han venido estudiando y valorando”, reconoció Garnier.
“Nuestros esfuerzos han ido dirigidos a reducir, en lugar de ensanchar estas diferencias. La inversión en zonas rurales y comunidades indígenas ha sido muy significativa, con un énfasis en que estas tengan prioridad en el mayor acceso a la tecnología”, añadió.
Sin embargo, resaltó que los recursos son una gran limitante, sobre todo por la alta dispersión.