Luis Jiménez nunca sintió un choque entre sus vocaciones científica y religiosa.
“No debe haber roces entre fe y razón porque las dos buscan la verdad por diferentes vías. Y porque Dios es verdad, y la ciencia busca una aproximación a la verdad, entonces nunca debería haber contradicción”.
No todos lo entendieron así. Una vez empezó una exposición universitaria diciendo: “Cuando Dios creó a los virus...” y una profesora objetó su rigor científico.
Él le respondió que como en la ciencia es válido tener teorías, él tenía la teoría de que Dios había creado a los virus, y la profesora se lo admitió.
El conflicto entre evolucionistas y creacionistas ha sido uno de los ejemplos típicos del enfrentamiento entre religión y ciencia, pero Jiménez lo zanja con facilidad.
“Hubo evolución y esa fue la forma como Dios quiso crear al humano, y la Iglesia lo acepta. Pero la Iglesia también dice que en un momento determinado de ese proceso evolutivo Dios creó al hombre”.
Y su oficina muestra las mezclas de su vida.
Su escritorio lo domina una potente computadora portátil Dell Inspirion, y junto a ella están dispersos la Biblia y varios libros de bioética y antropología, moralidad cristiana y medicina,
En su biblioteca resaltan gruesos textos de biología molecular y genética, un sofisticado microscopio y tres tubos de ensayo, y en la pared, algunos títulos universitarios y una imagen de la Virgen María.
Decidió hacerse sacerdote después de toda una vida de cercanía con la Iglesia, que comenzó como monaguillo en Limón y siguió con la asistencia casi diaria a misa.
Tras terminar su doctorado en la Universidad Estatal de Iowa, a los 41 años, se acercó al Seminario Mayor en San José para pedir el ingreso.
Sin embargo, las autoridades religiosas consideraron más conveniente enviar a Jiménez a estudiar teología al seminario y universidad St. Josephs, en Nueva York.
Allí obtuvo una maestría en Divinidad y la Iglesia le pidió seguir formándose, pero esta vez en Roma, donde cursa un programa intensivo en bioética en el Pontificio Ateneo Regina Apostolarum.
¿Su destino? “Defender a la Iglesia –manifiesta él–. Unirme al magisterio de la Iglesia para defender la fe nuestra, en lo que creemos, porque mucha gente ha dejado de creer. La gente ha reemplazado a Dios por la ciencia”.