"Tengo en mi mente todo lo que ocurrió esos días", dijo ayer Rafael Ángel Bustamante, quien en marzo de 1983 fue uno de los guardaespaldas del papa Juan Pablo II, durante su visita a Costa Rica.
Bustamante tiene hoy 67 años y en aquel entonces formó parte del cuerpo de seguridad encargado de proteger al Pontífice.
La primera vez que estuvo junto al Papa fue cuando éste llegó al Seminario Central, en Paso Ancho. "Abrí la puerta y él estaba delante de mí, rodeado de gente y me miró", indicó.
El Papa -dice- llegó cansado y tenía sed. Juan Pablo II pidió un gingerale. "Y yo le llevé dos. Después se puso a orar", recordó.
"El Papa me regaló este rosario que llevaba consigo" dijo mostrando con orgullo el relicario.
El guardaespaldas también se ocupó de dar seguridad a otros dignatarios como John F. Kennedy y Rónald Reagan, pero la experiencia con el Santo Padre fue la más especial. "Dejó un legado incomparable y un ejemplo de vida", añadió con orgullo.
Tanto marcó su vida que su casa es un pequeño museo, con recortes de periódico y fotos de los días de la estancia de Juan Pablo II en el país.
Para la misa efectuada en La Sabana, el Papa tenía que ascender al altar por la alfombra roja y los encargados de protocolo decidieron que fuera por detrás.
Allí había unas tablas sobrantes mal colocadas y Bustamante, quien iba justo a la izquierda del Pontífice pensó que este podía tropezar. Sin dudarlo le alzó las vestiduras para que no se cayera. "Juan Pablo II se giró, me miró con gesto agradecido y sonrió" .
"El corazón que dejó de latir, para nosotros sigue latiendo", finalizó el guardaespaldas al evocar la muerte de Juan Pablo II.