Fabricio tiene apenas 15 días de edad. No sabe lo que significa un cambio de siglo y nosotros no apostamos sobre qué probabilidades tendrá de vivir el próximo acontecimiento similar, dado que la ciencia y la tecnología podrían brindarle opciones para alcanzar el 2099. Es decir, Fabricio será un hombre del siglo XXI y estrenará, con sus primeros pasos, los de una época nueva en el calendario de casi toda la humanidad.
Como costarricense, este bebé cae en una tierra que, al igual que él, se descubre con un poco de recelo y sorpresa ante el mapa de un mundo ya no tan ancho ni tan ajeno, gracias a la telematización y a las telecomunicaciones legadas por el siglo viejo.
La Costa Rica que todavía nos tocó en los años mil novecientos, tendrán que explicársela, si no es que por sí mismo la descubrirá en Internet, posiblemente muy sorprendido de ver lo que era esto hasta hace poco tiempo.
El tico y sus semejantes
Hasta el siglo XX, Costa Rica tenía una marcada diferencia entre campo y ciudad y la ciudad misma era muy provinciana. Eso ya no será así en el futuro inmediato, pues cada vez somos -o al menos nos creemos- más "metropolitanos". La antropóloga María Eugenia Bozzoli apunta que tal situación, "aunque tiene ciertas ventajas, también trae alienación, individualismo y dificultad para hacer vida comunitaria". Huyendo del tumulto, es probable que algunos ya no nos veamos tanto en sitios públicos -"nosotros, los de entonces, ya no seremos los mismos"-, pero la historiadora Patricia Fumero nos recuerda que "al tiempo que volvemos a las pequeñas reuniones, también fortalecemos relaciones personales con las áreas y distancias que nos acerca Internet".
El "portalear" (aquella visita de puerta en puerta) cedió ante el teléfono y de ahí pasamos a otras situaciones, más cibernéticas, digámosles.
También aumentamos el número de habitantes y eso nos llevó a cambiar costumbres, empujados por la tecnología que ha ido sustituyendo bastante de la vida comunitaria. Al respecto, Bozzoli nos recuerda que tales conexiones "son superficiales, irreales y pueden deshumanizar, haciendo difícil que la gente interiorice lo que a otras personas les pasa. Una conexión de ilusión puede hacer que se pierda empatía".
¡Lamentable! Los ticos hemos visto nuestra solidaridad resquebrajada por diferentes vaivenes y hasta tememos que podría estar solamente en espera del golpe de gracia que la erradicará para siempre. El expresidente Rodrigo Carazo se lamenta de que ese sea un valor susceptible de perderse, pero no abandona el optimismo: "Muchas cosas transitorias, cuando pasan, hacen que lo fundamental se asiente. El pensamiento que propicia el debilitamiento de valores, pasará de moda y la solidaridad reverdecerá con toda su plenitud".
El siglo XXI, tanto en nuestro país como en el resto del mundo, habrá de ser un siglo solidario...¿o no será?
Hoy, el bebé Fabricio apenas se preocupa de los cuidados que le prodigan. Mañana tendrá que plantearse que también a él le tocará su cuota de responsabilidad para con los demás.
El investigador de la cultura popular Dioniso Cabal aporta su dosis de optimismo frente a los costarricenses del nuevo milenio: "somos un pueblo que tenía y puede seguir teniendo aportes trascendentes y humanistas, un pueblo listo, preparado y ansioso de participar en la toma de decisiones, un pueblo que quiere tener su cuota de responsabilidad. En el nuevo siglo reverdecerán nuestros elementos esenciales".
El siglo que hoy estrenamos nos pone a replantearnos casi todos los campos de nuestra vida civil y privada. La educación, por ejemplo, que es una de las cosas de las que nos enorgullecimos a lo largo del siglo XX, podría tener otro sesgo. Los primeros años del XXI parece que definirán algo que ya se perfila claramente: el adiestramiento. Y tendrá que adiestrarse rápidamente quien quiera entrar pronto a competir.
Comer ansias
El concepto de tiempo ha cambiado, y se nota. Y como ya no hay tiempo para nada, también la cocina tendrá sus variaciones de forma y fondo. "El siglo XXI no se nos muestra con cucharita de madera y ollas de hierro negro invirtiendo dos días en una cena", dice Fumero.
Ese espacio sacralizado por nuestra tradición culinaria también fue invadido por las modas y modos de nuestra agitada actualidad. La "generación de la refrigeradora" cedió ante la del microondas. Además, por efecto de los diferentes horarios de trabajo y estudios, la tribu se desperdigó y algunos solo pudieron reunirse cuando la mesa fue puesta por alguna conmemoración familiar. Se afectaron los usos y los platillos cedieron también ante la masificación, que es la tónica de los tiempos: los servicios express ocuparon el lugar del olor a cocina de perol humeante, ya herida por los alimentos congelados y por las cenas en un abrir y cerrar de latas. La voz de familia que pregonaba, con tono casero, el "la comida está lista", murió ante el pito de una moto.
Del riquísimo y lujoso menú heredado por los indios, completado en la colonia y sobreviviente de más de un siglo, quedó poco -y mal visto- en menos de dos décadas y el futuro parece que lo anulará aún más (mientras no haya más Marjories Ross que los defiendan). El XX nos deja la sensación de querer apurar la eliminación de la mesa familiar como campo para interrelación, pero, al igual que en otras áreas, como el sustituto brindado fue (y aún es) la prisa, existe la esperanza de volver a comer en paz, porque existe la esperanza de que las carreras, en general, se acaben. El ser humano no está hecho para andar tan apurado y ya se cansará, volviendo a la cueva, exhausto.
Aunque también las vísperas del siglo XXI le modificaron la caverna...
Popurrí internacional
La arquitectura es una fundamental impronta de la historia, una de las cosas esenciales del ser humano, y en esto es muy cuestionable nuestro paso al nuevo milenio. En este campo, en los últimos 100 años pasamos por diferentes situaciones que tocaron desde la construcción tradicional en adobe hasta la vivienda privada de los cafetaleros que miraban con amor de bolsillo hacia la Gran Bretaña, mientras los arquitectos de edificios públicos suspiraban en francés. Casas como las de Barrio Amón -adustas victorianas- coqueteaban y aún lo hacen con el legado gubernamental de aquellos días, muy galo, que creó edificios como el Correo o el antiguo Teatro Raventós (hoy Teatro Melico Salazar).
"En los años 50 -explica el arquitecto Roberto Villalobos- se notó la influencia del concreto, la tecnológica, y vemos cómo, al tiempo que perdemos las tradiciones importadas, se le dio poca importancia al espacio arquitectónico y caímos en un vacío. Los años 70, por diferentes causas, nos colocaron frente a un popurrí internacional y la proliferación de diferentes escuelas multiplicaron el conflicto, hasta que al final del siglo terminamos en un pastillaje y mascarada teatral arquitectónica".
También hemos asumido formas de arquitectura que, afuera, son casi una humorada, pero aquí son tomadas en serio y con "solemnidad". Para ejemplo los moles, formas que convierten nuestro entorno y paisaje en una mala copia impuesta.
Además, la arquitectura particular se masificó y la casa de habitación ha perdido sentido. "Nos viene un siglo XXI ajeno a las arquitecturas tradicionales, vinculado a formas vacías y fantasionas, que pierden el contenido y se abren con la globalización a una especie de mundialización de las formas. Cuando vean que eso era lo que estábamos haciendo en esta época, lo verán como hecho con una enorme inconsciencia", sentencia Villalobos.
Alianza de los tiempos
El bebé Fabricio crecerá y a su generación le tocará reacomodar este mundo a sus necesidades. Los que somos del siglo viejo tendremos la opción de ajustarnos a una Costa Rica diferente o de defender la que no queremos que se nos vaya; o a lo mejor optemos por una justa mezcla entre lo que este futuro presente nos exige, retomando lo mejor de lo que el pasado nos dejó. Las alianzas de este tipo por lo general son muy saludables.
"Pasados cinco años de esta gran borrachera del cambio de milenio nos veremos en nuestra gran desnudez y veremos que no perdimos la gentileza y que habrá que retomar sendas. Se logrará, salvo que por riesgos no calculados, desaparezcan los costarricenses...", concluye Cabal.