A sus 60 años de edad, M. A. (iniciales de su nombre y apellido) creyó encontrar, por fin, el hombre con quien habría de pasar el resto de sus días. Lo había conocido en La Habana, a donde fue a pasear en julio del 2003.
El cubano, de contextura atlética, de apellido Ávila, tenía 25 años de edad, pero para M. A. eso no era problema. Ella estaba segura de que los dos se amaban.
De regreso a Costa Rica, M. A., a pedido de su novio, contactó al notario Roberto Ulate para que se realizara el matrimonio civil mediante un poder concedido a un costarricense.
La pareja se casó civilmente el 29 de setiembre del 2003. Todos los gastos corrieron por cuenta de la señora, dueña de un local comercial en un centro educativo ubicado en Heredia.
Ella aceptó porque el isleño alegó que estaba sin trabajo.
Dice que nunca sospechó que algo saliera mal. Como Ávila decía que se encontraba en una mala situación, durante los meses siguientes le envió dinero a Cuba. Para eso, contrajo algunas deudas.
Una vez que el matrimonio se realizó, M. A. inició los trámites migratorios para traer a su esposo a vivir a su lado. Para ello solicitó la visa por reunificación familiar.
Las cosas le salieron "a pedir de boca" porque muy pronto Migración le otorgó la visa a su marido.
El isleño ingresó a Costa Rica en calidad de residente el 16 de setiembre de este año.
Amarga realidad
M. A. recuerda su enlace matrimonial con amargura.
Desde que se encontró con su esposo en el aeropuerto Juan Santamaría lo observó distante. "Ya no era el mismo hombre que había conocido en La Habana. Casi ni me saludó".
M. A. alojó a su esposo en su casa y lo colmó de todas las atenciones. Incluso le dio un teléfono celular. Pero la indiferencia del cónyuge empezó a ser el pan de cada día.
No compartían la misma cama y cuando salían juntos él iba muy adelante de ella. "La verdad es que mi matrimonio no se consumó y las veces que intenté que me hiciera el amor, siempre salía con evasivas".
Cuando M. A. le propuso que compartieran el negocio en el centro educativo de Heredia, el isleño siempre se negó.
El 23 de noviembre pasado, Ávila desapareció de la casa. Desde entonces M. A. no ha vuelto a saber de él.
Unos vecinos dijeron haberlo visto trabajando como taxista informal en Heredia.
Hace pocos días ella presentó una solicitud en Migración para que se le cancele el estatus de residente a su esposo.
Está convencida de que aquel hombre solo se casó con ella para tener el derecho a residir en Costa Rica.