Las convenciones cronológicas despiertan especial inquietud. Incluso las personas con menos prejuicios hacen interiormente propósitos constructivos cada Año Nuevo o se sienten notablemente más ancianos el día que cumplen 50 años que la víspera.
¡Y ahora encaramos un nuevo milenio! El año mil estuvo marcado por múltiples espantos prospectivos y el dos mil, aunque en tono menos apocalíptico, también llega rodeado de profecías, sobresaltos, augurios de bienaventuranza o negros indicios decadentistas.
Ortega y Gasset y otros muchos hablaron de los terrores del año mil. Ahora por todas partes oímos discutir sobre los temores o, al menos, las preocupaciones del año dos mil. Al mirar hacia el futuro, es por tanto casi inevitable que sea la denuncia o premonición de los males lo que prevalezca sobre la celebración de los bienes. ¿Cuáles son los que hoy -cara al mañana- más nos preocupan?
La amenaza número uno incluye dos espectros antagónicos: por un lado la homogenización universal como consecuencia de la llamada mundialización y, por otro, la creciente heterofobia que convierte cada diferencia humana en pretexto de hostilidad o exclusión. Por culpa de la primera, el mundo se va uniformizando y por tanto empobreciendo, desaparecen las diferencias que constituyen la sal cultural de la vida. Por culpa de la segunda, aumentan los desmanes del racismo, la xenofobia, el nacionalismo y la intolerancia religiosa. Crece la hostilidad al mestizaje, principio fecundo de las edades de oro culturales y de toda innovación.
La segunda pareja antitética de espantos pudieran formarla, por un lado, la proliferación ciegamente destructiva del terrorismo, y por otro, el establecimiento agobiante de un orden mundial con su capital en Estados Unidos y el pensamiento único neoliberal como dogma ideológico. En el primero de los casos, gracias a la sofisticación y manejabilidad cada vez mayores de las armas de destrucción masiva, las sociedades democráticas se encontrarán a merced de fanáticos que practican no sólo una violencia "instrumental" -destinada a conseguir lo que quieren- sino ante todo "expresiva" -cuyo fin es afirmar trágicamente lo que son-, los cuales, a fin de cuentas, terminarán por lograr literalmente imponer lo que quieran ser... o por no dejar títere con cabeza.
Poder omnímodo
En el extremo opuesto, están quienes advierten el posible triunfo de un control mundial manejado por el omnímodo poder oligárquico de quienes representan los intereses de los más privilegiados, aquellos que disponen de la información, la propaganda, los medios electrónicos de vigilancia de las vidas privadas y los más feroces elementos punitivos de represión colectiva. También de la legitimación para actuar: ayer la rebelión era un pecado contra el poder emanado de Dios, mañana puede convertirse en un crimen contra la humanidad... según lo entiendan quienes hablan en su nombre y decida el gendarme universal que desde Washington castiga o sostiene tirarnos siempre en beneficio propio.
La tercera plaga enfrenta la dualidad entre la creciente multitud de los miserables, a la vez dignos de compasión y objeto de temor por su vehemencia reivindicativa, y la extensión cada vez más general del bienestar sin alma de una abundancia consumista que convierte a sus supuestos beneficiarios en meros "compradores" o "usuarios" desprovistos de sosiego espiritual. Según la primera y alarmante perspectiva, se va haciendo más ancho el abismo que se abre en el mundo finisecular entre los pobres y los ricos.
A quienes no tienen casi nada les resulta más fácil perder eso poco que conseguir algo más, porque la riqueza ya no solo es cuestión de dotes personales y falta de escrúpulos sino también de poseer la información adecuada en el momento adecuado... para lo cual hay que estar enchuflado en la red comunicacional pertinente. La multitud de los miserables pone su esperanza en llegar a acercarse a los lugares donde es posible medrar un poco y recibir cierta protección social, por lo que se desborda invasora hacia los países más pudientes. En cambio, la inquietud opuesta profetiza la metástasis de un irrefrenable supermercado planetario en el que cada cual obtendrá más y más productos pero disfrutará de menos y menos alma, sentimiento, solidaridad, compañía comprensiva... hasta que llegue a quedar definitivamente anestesiada, a fuerza de "cosas" poseídas, la capacidad humana de rebelarse contra la embrutecedora acumulación: ¡el agobio del ser por el tener o, mejor dicho, por el adquirir!
Cuarto dilema atroz: por una parte, las pandemias contagiosas de diferentes plagas ligadas a un uso vicioso de la libertad individual, desde el sida y la droga hasta la adicción estupidizante a la pequeña pantalla de la que recibimos órdenes y estímulos; por otra, la imposición obligatoria de cierto tipo de "salud" pública física o mental por un paternalismo despótico que se considera autorizado para establecer lo que ha de sentar bien a cada cual. La primera denuncia la perversión de lo humano por promiscuidad, pedofilia, la droga que todo lo corrompe o la televisión que todo lo hipnotiza. Nuestros cuerpos están amenazados por los manipuladores síquicos a través de la vía libidinal, química catódica, favorecidos por medios que rebasan todas las fronteras y son difícilmente controlables.
La segunda insiste en que gubernamentalmente sólo se entiende la vida como mero "funcionamiento" genérico de acuerdo con patrones de ortodoxia productiva y no como "experimento" personal. Así se pretende establecer de antemano un catálogo universal de "vicios" que han de ser extirpados por todos los medios, incluidos la eugenesia y la restricción supuestamente bien intencionada de la libertad de cada cual, de modo que sólo lo certificado como "sano" tenga socialmente derecho a existir. En algunos casos, siendo quizás el más evidente la cruzada contra las drogas, las contraindicaciones del remedio se demuestran peores que cualquier supuesta enfermedad...
Este catálogo de amenazas contrapuestas podría sin duda extenderse aún bastante, incluyendo lúgubres perspectivas ecológicas o demográficas.
¿Pueden intentarse propuestas que favorezcan la reconciliación de intereses a tan gran escala? Supongo que en eso consiste la principal tarea política y aunténtica que deberemos afrontar a comienzos del nuevo milenio.
Tras declarar este planteamiento, voy a atreverme a proponer ciertas orientaciones sobre la forma de afrontar en la práctica los temores convencionales que marcan el cambio de milenio. Creo que todas las culturas, desde la más primitiva hasta la tecnológicamente más desarrollada, tienen dimensiones que las cierran sobre sí mismas hasta llegar a blindarlas frente a las otras.
La pluralidad universal
La proclamación defensiva o agresiva de "identidades culturales" responde a este repliegue belicoso, siempre basado en el neurótico esquema entre lo "nuestro" y lo "ajeno", lo "propio" y lo "impropio", etcétera... Pero las culturas no tienen como única función identificar a los miembros de un grupo: también sirven para desarrollar idiosicrásicamente lo que no pertenece a ningún grupo en concreto, aquello que nos identifica con lo distinto y no sólo con lo próximo y lo igual; en una palabra, lo que nos abre a la pluralidad universal de lo humano. En cada cultura, la superstición, el capricho o el afán de rapiña alejan de los otros, pero la creación artística, el conocimiento científico o la compasión moral nos aproximan al resto de nuestros congéneres.
Podemos llamar "culta" a la persona que conoce bien su propia tradición cultural y quizá los rasgos importantes de algunas más; pero sólo es "civilizado" quien desde su propia cultura o desde varias aspira a reconocer, fomentar y reconciliar lo que tienen en común todos los seres humanos. Posiblemente, el reto del nuevo siglo (me resisto a hablar del nuevo milenio, porque mil años no me parecen medida adecuada para proyectos humanos...) consista en potenciar la civilización a partir de cada una de las culturas y no cada cultura en detrimento de la común civilización...
Una última indicación: hablar del futuro de las culturas y de la civilización implica, necesariamente, hablar de educación. Mientras millones de niños en todos los continentes carezcan de los elementos básicos del conocimiento laico y racional, mientras crezcan desatendidos por sus mayores, abandonados a su suerte o aún peor -utilizados como minisoldados, como mano de obra barata, como esclavos del placer de adultos sin escrúpulos-, la civilización seguirá siendo un sueño impotente o una vil coartada para que las multinacionales extiendan la red de sus negocios.
Y esa es la sombra más oscura que lanza sus tinieblas sobre el nuevo milenio, al igual que entenebrece nuestro presente ahora mismo.
(*) Filósofo y escritor español
Adaptado del prólogo del libro Los desafíos del nuevo milenio. Se reproduce con autorización de la Editorial Aguilar.