Se puede ser concreto y señalar que en la investidura presidencial de Luis Guillermo Solís no hubo oraciones y que, por primera vez, un ministro homosexual desfiló junto a su pareja.
Se puede ser más general y señalar que la ceremonia de traspaso de poderes fue distinta a cualquiera del pasado por que estos son otros tiempos, porque Solís quiso, por imprevistos de organización o por pequeños cálculos de otros actores.
El presidente decidió que fuera austero y así fue. Fue casi pasco, de no ser por el discurso que él pronunció con su usual emotividad, con frases duras y hasta un pase de interactividad al poner a los asistentes a acabar la frase de campaña “con Costa Rica no se juega”.
El público llegó, pero menos de lo que se esperaba. Muchos se dejaron de recuerdo los tiquetes y no llegaron a ver la pasarela por donde la mandataria saliente, Laura Chinchilla, prefirió no desfilar.
Alfombra sin Chinchilla. Se salvó de los silbidos que le iban a dedicar. La prueba es que después se escucharon, aunque suaves, cuando Solís la saludó durante el discurso.
Chinchilla pasó ayer a ser exmandataria y no dejó solo a Miguel Ángel Rodríguez, pues no asistieron ninguno de los otros cuatro.
Tampoco asistieron demasiados presidentes de otros países. Solo participaron cinco: de Ecuador, Bolivia, Guatemala, Honduras y República Dominicana, además del salvadoreño Salvador Sánchez Cerén, mandatario electo. El panameño Ricardo Martinelli canceló su viaje a última hora.
Los parlantes iban anunciándolos, pero pasaron por alto algunos detalles. Nadie anunció a Moisés Omar Halleslevens, vicepresidente de Nicaragua y general del Ejército. Sí citaron a Jorge Arreaza, vicepresidente de Venezuela, pero pocos en el Estadio sabían que la mujer que lo acompañaba, su esposa, es una de las hijas del fallecido Hugo Chávez, Rosa Virginia.
Así fueron pasando. Destacaron los aplausos y hurras de siempre para Felipe de Borbón, príncipe de Asturias, y algo menos para Rafael Correa, del Ecuador.
Después el turno fue para el gabinete. Lo encabezó Melvin Jiménez, el brazo derecho de Solís y ministro de la Presidencia, que entró varios pasos adelante del grupo y aplaudiendo hacia las gradas.
Detrás del obispo luterano iban los nuevos jerarcas con sus parejas. Y ahí, como uno más, iba el ministro de Turismo y presidente del Instituto Costarricense de Turismo (ICT), Wilhelm von Breymann.
Es parte del cambio. Pero no era uno más. Quizá era el primer ministro en la historia de Costa Rica en entrar acompañado de su pareja del mismo sexo, Mauricio Alfaro, ante la mirada de público y prensa.
“Tengo 19 años con él; es mi pareja de vida. Compartimos trabajo, hogar y futuro. Y así me tocó desfilar; no había de otra”, contó al final de la tarde. “Sí pensé en lo que iba a significar desfilar con él y creo que es mi vida, pero también es parte de las cosas que van cambiando”.
Esa es solo una de las cosas que cambian. Ayer no hubo el tedeum de otros tiempos, ni siquiera la oración en voz de un obispo católico. Sí estaban ahí los miembros de la Conferencia Episcopal, pero ya no como antes.
El arzobispo de San José, José Rafael Quirós, dijo más tarde que hubiera preferido que dentro de la agenda se hubiera programado una oración con participación de uno de ellos. “La Iglesia católica siempre ha estado presente en ese momento de plegaria; se dice desde la Constitución Política”.
No hubo oración, pero sí invocación al final del discurso de Solís: “Pido al Dios eterno, creador de todas las cosas y Señor de Señores, que bendiga a Costa Rica dándole la capacidad a su pueblo y a sus gobernantes, yo el primero, de cantar con alegría el himno siempre nuevo de la paz y la esperanza”.
Hija, mamá y papá. Era ese el cierre de un discurso que leyó sin teleprompter (“para ahorrar”), mientras su hija menor, Inés (8 años), probaba sin complejos cuán cómoda es la silla presidencial.
En el discurso, Solís leyó también un trozo de una carta que escribió su madre, Vivienne Rivera (fallecida), a los nietos.
Era otro pasaje de emotividad, después abrazarse con su papá Freddy, de 89 años. El rostro del presidente parecía esforzarse por contener el llanto al frente de la tarima. un minuto después de jurar el mandato ante Dios y ante la Patria, como manda la Constitución.
“Sí, juro”, dijo marcando la pausa como para enfatizar. Lo hizo con una Biblia en la mano izquierda, algo inusual. Entonces se escuchó de nuevo el “sí se pudo, sí se pudo”, de parte de los asistentes.
A ellos saludó Solís con los brazos totalmente abiertos como el Cristo de Río de Janeiro, como queriendo decir “soy suyo”. También hizo su conocido gesto de saludo para sordos, con los dedos meñiques e índices.
Solís le dio la vuelta a la cancha para saludar de cerca a la gente, y los niños sentados en gramilla pudieron, al fin, ir a buscar un techo. Habían pasado casi 2 horas de sol y ni las banderitas ni las gorras ni el agua parecían suficientes.
El aguacero cayó apenas acabó la ceremonia, como casi todos los 8 de mayo de cada cuatro años.
Artículo editado después de su publicación.