San Joaquín (Flores). No es un Cristo, pero los últimos años de su vida han estado marcados por cruces. Todas creadas con sus propias manos.
Antonio Céspedes Ramírez, quien por años se dedicó a hacer trabajos de mantenimiento de casas y a la construcción de carrocerías de autobuses, aprovechó su jubilación para dar rienda suelta a una pasión que escondió por años: el amor a la escultura.
Armado con sus gubias, ha destacado por elaborar cruces y crucifijos confeccionados con antiguas maderas desechadas durante las reparaciones de la iglesia de San Joaquín de Flores.
“Son maderas que han quitado con las remodelaciones y algunas tienen más de 100 años. Las que más han gustado son las cruces que hago con clavos antiguos, porque dan la imagen del Cristo crucificado. Esas han tenido mucha salida”, señaló el escultor.
Sus obras en madera ya cruzaron las fronteras y se las han llevado a países como Suiza, Estados Unidos, Holanda y México, dijo este viudo y padre de 12 hijos.
“A puro trabajo duro les di estudio a todos, sin ayuda del Estado. Todos son profesionales a Dios gracias… Tuvimos la docena, es que en ese tiempo no había televisión”. Lo dice riendo, a sus 83 años de edad.
Aunque sus creaciones son buscadas y cotizadas, don Antonio solo las hace por encargo y sus precios oscilan entre los ¢2.000 y los ¢5.000.
“Vieras cómo vienen médicos y gente importante a comprarme cruces para dar de regalo o cuando van de viaje fuera del país”.
Aun cuando no ha llevado un control estricto de su producción, estima que ha elaborado unas 500 cruces desde que se pensionó.
“Yo nunca estudié esto, siempre me gustó y ahora que me sobra tiempo lo hago, las vendo y de cosa mía siempre le doy algo a la Iglesia”, añadió.