Roeimy es un niño de un año y seis meses que balbucea el español y entiende el holandés que le enseña su mamá durante las largas horas que pasan juntos en la Casa Cuna, en la cárcel de mujeres El Buen Pastor. Ahí Roeimy también aprendió a gatear, dio sus primeros pasos y pronunció su primera palabra... Él prácticamente nació en ese lugar.
Su mamá, Mireille Paterson, de nacionalidad holandesa, dice que la detuvieron en el aeropuerto Juan Santamaría con más de 10.000 euros hace dos años. Cuando estaba en sus últimos meses de embarazo, fue condenada a 10 años de cárcel por el delito de legitimación de capitales.
“Mi hijo lo tuve en la Marcial Fallas (en Desamparados), luego me lo traje para acá, porque yo aquí no tengo familiares que me lo cuiden.
”Estas cuatro paredes han sido su entorno desde que nació, es lo que él conoce, por eso es feliz aquí”, contó Paterson en el cuarto donde viven, el cual cuenta con una cama, una cuna, la ropa y los juguetes del niño, un televisor, un clóset y algunas ollas y platos.
Roeimy convive con otros 16 niños, también hijos de reclusas. En año y cuatro meses, cuando cumpla tres años, él tendrá que irse de ahí y no va a entender por qué.
Según la normativa de la Casa Cuna, las madres que tengan niños de menos de tres años pueden optar por vivir con ellos en la cárcel para darles la protección en sus primeros años.
Después, se los tiene que llevar alguien que se haga cargo de ellos, o si no serán trasladados al Hogar Santa María, en Aserrí, un albergue de la Asociación Manos Abiertas cuyo objetivo es atender a los hijos de las privadas de libertad.
Espacio. La Casa Cuna tiene un techo muy alto; posee una especie de sala sin muebles, decorada con motivos infantiles. Es usada por los niños para jugar y pasear con sus coches, y por las madres para conversar entre ellas.
Hay un refrigerador y un microondas sobre el que descansa una bolsa de pan, que será para el café del día siguiente. La cocina está descompuesta, según cuentan las madres; por eso algunos de los niños se alimentan con la comida que les proporciona el centro penal y los más pequeños con leche materna o chupón.
Después de la sala, hay un pasillo que conecta 38 cuartos. Al final del corredor, se encuentra el sitio preferido de los niños: el patio. Allí hay una piscina, hamacas y juguetes.
La Casa Cuna se asemeja a una típica guardería, pero la diferencia es que está enclaustrada en una cárcel que alberga una población total de 481 reclusas.
Muchas de ellas son madres, pero sus hijos tienen más de tres años y no los ven con frecuencia.
El centro penal no es el espacio ideal para un niño, pero allí estos 17 infantes tienen lo que necesitan: a su madre.
“La idea del módulo es generar un entorno que en nada reproduzca las condiciones de un centro penitenciario. Se promueve que los niños se relacionen con más personas, que vean a familiares; todos los días son llevados al Hogar Santa María, en donde se les da estimulación temprana y juegan con más niños”, explicó Kennly Garza, subdirectora del centro penal.
Como Roeimy no tiene familiares en Costa Rica, es la abogada de su mamá la que lo saca a pasear algunos días de la semana. Ella es la encargada de comprarle las cosas que necesita, con el dinero que sus familiares le envían a él y su mamá, desde Holanda.
Un mes antes de cumplir los tres años, Roeimy será llevado a ese país por sus familiares. Allí conocerá por primera vez a sus abuelos y a sus dos hermanos, de 16 y cinco años. Paterson espera ser repatriada y cumplir allá su condena.
A pesar del encierro, Roeimy se nota muy feliz allí. Juega con una niña tres meses menor que él, hija de Katherine Baltodano, una mujer de 25 años que lleva dos de estar en ese centro penal. Fue condenada a 15 años de cárcel por tráfico internacional de drogas.
Baltodano tiene a la menor allí porque no quiere darle más trabajo a su mamá, quien vive en San Ramón de Alajuela y le cuida a sus otros tres hijos, de tres, cinco y siete años.
“Es bonito tener a mi hija aquí, pero a uno como madre le duele tener que limitarla en este encierro, pero a la vez, no quiero separarme de ella”, contó la joven madre, quien de solo pensar en el día en que tenga que sacar a su hija de allí, se le ponen vidriosos los ojos... No quiere hablar de eso.
Según la subdirectora del centro penal, cuando las reclusas se desprenden de sus hijos, muchas entran en depresión, ira, culpa y ansiedad. Verán a sus niños solo el día de visita y tendrán que regresar a los módulos con las demás reclusas.
En el centro penal las tratan de ayudar con especialistas para que enfrenten el duelo después de la separación.
En la Casa Cuna, las madres aprovechan al máximo cada minuto con sus hijos, porque saben que el tiempo va contra ellas. A las 5 p. m. ya tienen a sus niños con pijama y cenando.
El día termina a las a las 6 p. m. A esa hora, todos tienen que estar en sus cuartos. Roeimy empuja a su madre al dormitorio: ya está acostumbrado a irse a dormir temprano.