José Nokia nació hace un año en la República del Congo, pero hoy vive en un país que no tiene nombre. Un país diminuto, que se extiende apenas a lo largo de unos metros de calle tomada, de aceras maltrechas y un par de toldos de lona. El techo que hoy da refugio a José Nokia es uno paupérrimo; el agua que hoy sacia la sed de José Nokia brota de un único tubo, corazón obligatorio de ese país ínfimo.
Al país en el que vive José Nokia lo definen varios elementos; el infortunio tiene que ser el primero de ellos, pero no es el único. También está la convivencia, la pluralidad de lenguas y orígenes, las condiciones maltrechas y, sobre todo, la esperanza de que, algún día cercano, los compatriotas improvisados de José Nokia puedan llegar todos, todos ellos, a su tierra prometida particular: Estados Unidos.
Allí esperan dejar esta, la gran travesía de sus vidas, atrás. Allí, esperan construir una mejor vida para ellos y para quienes todavía los esperan, todavía piensan en ellos a un océano geográfico, emocional de distancia.
Pero llegar a Estados Unidos no pinta nada fácil. De hecho, no pinta del todo. De momento, cuando menos, el camino a la tierra prometida está truncado: la frontera está cerrada y, ahora, José Nokia y sus compatriotas temporales están varados en un mínimo jirón de calle, en el último suspiro de tierra antes de que Costa Rica se convierta en Panamá.
Tras varios días sin bañarse, un hombre aprovecha el agua de la lluvia para lavar sus zapatos. | FOTO: ANDRÉS ARCEEn Paso Canoas, la pequeña Babel que ha dejado la más importante crisis migratoria a la que se ha enfrentado Costa Rica en mucho tiempo es una m aster pallete extremista, en la que se abrazan la miseria y la solidaridad, la desesperanza y un ardiente deseo de llegar, pese a todo, a destino, a un futuro mejor.
Para llegar a América –habitualmente ingresan vía aérea por Perú o Brasil– venden sus propiedades y juntan sus ahorros de mucho tiempo. En el viaje se gastan lo que tienen. Algunos ya no tienen nada, ni un dólar. Entonces dependen de la solidaridad de quienes aún les queda algo de dinero.
Prohibido pasar
El pasado viernes 15 de abril, La Nación reportó que un grupo de migrantes africanos se encontraban en una especie de limbo fronterizo. Se estimaba que unas 200 personas provenientes de África –a quienes se les aglutinó bajo el término extracontinentales– habían cruzado el país, como parte de una travesía hacia el norte del continente.
Los extracontinentales habían logrado llegar la noche anterior a la frontera con Nicaragua, pero cuando llegaron a Peñas Blancas toparon con cerca: el país vecino les negaba el paso. Ante esta situación, cuatro buses oficiales del Ministerio de Seguridad Pública trasladó a los africanos de vuelta a Paso Canoas. Una vez ahí, sin embargo, se dieron cuenta de que esa puerta también estaba cerrada: Panamá se negaba a recibir a los migrantes de vuelta, pero estos no podían ingresar libremente a Costa Rica. ¿Qué salida quedaba? ¿Hacia dónde debían moverse?
Así nació el país sin nombre donde vive José Nokia, de un año, y su madre que rehusó revelar su nombre. Ahí viven también otros centenares de personas, provenientes de muchos países africanos: Senegal, Congo, Mali, Burkina Faso y otros tantos más.
Al enterarse de que serían deportados a sus países de origen, unos 100 africanos alzaron la voz. | FOTO: ANDRÉS ARCERoufai
Roufai lleva gorra, habla un inglés bastante sólido y es fluido en francés. Roufai salió hace 6 meses del Congo. Llegó en barco a Perú. Pasó por Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica y cuando dice Nicaragua, cierra el puño con fuerza. Quiere decir que allí lo detuvieron y lo enviaron de vuelta a Paso Canoas, donde ahora espera que su problema se solucione. Y la solución, desde su punto de vista, no se parece en nada a la deportación.
“Viajo solo. Tengo un hermano en Nueva York y quiero llegar hasta ahí. Todo el mundo sabe que en África hay problemas, incluso en los países donde no hay guerra. Si Panamá estuviera en guerra y Nicaragua estuviera en guerra, Costa Rica tendría problemas y la gente tendría que irse para sobrevivir. Uno no se quiere morir. Uno no quiere morir. Yo no quería morirme, por eso me vine”.
En su país le esperan su padre y su madre, con quienes se comunica vía whatsapp cuando logra conectarse a alguna red de Internet inalámbrico gratuita. Roufai no tiene para comprar un chip prepago para su teléfono celular. Mucho menos tiene el dinero para volver a África, algo que su madre le implora entre lágrimas cuando logran comunicarse.
“Si regreso habrá problemas. Si voy a Estados Unidos, voy a conseguir ayuda para llevar a mis padres hasta allá, con mi hermano y conmigo. Pero mientras esté aquí, no sé qué puedo hacer. Si me hubiera quedado en África hubiera muerto. Estudié contabilidad, pero en África no hay trabajo. No hay nada. No me quiero quedar en Costa Rica, no tengo a nadie aquí. No tengo a nadie. Estoy solo”.
Un grupo evangélico acudió para elevar oraciones por la situación de los migrantes. | FOTO: ANDRÉS ARCEDiplomacia
La mañana del martes 19, Luis Gustavo Mata, Ministro de Seguridad de Costa Rica, y Rogelio Donadío, Viceministro de Seguridad de Panamá, se reunieron en la delegación policial de Paso Canoas, apenas a unos metros del campamento improvisado de los migrantes africanos.
Antes de la reunión, ambos políticos atendieron a la prensa y explicaron las posiciones oficiales de cada una de las naciones. Donadío comentó que Panamá esperaba encontrar una solución apropiada para ambos países, y que los canaleros brindarían el apoyo requerido al gobierno costarricense.
Mata, por su parte, explicó el plan de las autoridades nacionales: enviarían a los migrantes a un centro de detención, donde serían identificados con la colaboración de la Interpol; una vez determinada la situación de cada uno de ellos, se procedería con la deportación a sus países de origen.
Justo afuera de la delegación donde los políticos se estrecharon las manos, se tomaron botellas de agua y sonrieron para las cámaras es parte del trabajo, después de todo, Wilson Cámara tomó un megáfono y dijo, con vehemencia, que nadie iría a ningún centro de detención, que nadie abordaría ningún bus y que el grupo se mantenía firme en su posición de continuar en su marcha hacia Estados Unidos.
Un niño de un año duerme sobre uno de los colchones inflables donados por vecinos de Paso Canoas. | FOTO: ANDRÉS ARCE“Hacemos un llamado a las organizaciones internacionales, a todo aquel que pueda ayudarnos. Somos inmigrantes, no somos ladrones ni vagabundos ni traficantes. Todos hemos salido de África porque tenemos problemas allá. Para muchos de nosotros, volver significa la muerte”, dijo airado, su voz iracunda y movida por las emociones.
Agradeció también al pueblo de Costa Rica por su solidaridad, antes de enviar un mensaje a los políticos que apenas a unos metros discutían menesteres: “No podemos ser parte de un problema político entre Costa Rica y Nicaragua. Si quieren resolver un problema, que lo resuelvan aquí, en el mismo suelo donde hemos dormido durante 5 días”, concluyó, ante un atronador aplauso.
Wande Konte
“Llegué hace 16 días a Costa Rica. Hace cinco días estuve en la frontera con Nicaragua. Me devolvieron hasta aquí. Cuando llegué a Nicaragua, me asaltaron unos bandidos con pistolas. Me quitaron mi dinero, mi celular, mis documentos, todo. Ahora no tengo nada. Eran muchos y me quitaron todo. Solo quiero llegar a Estados Unidos, nada más. Soy de Mali. En Mali, nadie tiene dónde caer muerto”.
Manos
Paso Canoas tiene una personalidad extremista: cuando el sol brilla, quema la piel; cuando cae la lluvia, se inundan las calles.
Para el momento en que llegué al campamento de los migrantes, ya se habían instalado varios toldos. Antes de eso, según me contaron mis propios compañeros de trabajo, los extracontinentales durmieron a la intemperie, sin nada que se interpusiera entre ellos y los antojos de Natura.
La crueldad de su situación –que apenas se minimizó con la colocación de dichos toldos– tuvo una reacción inmediata: el flujo de voluntarios no cesa durante el día, y constantemente llegan camiones y automóviles llenos de comida y víveres.
Las manos nunca están vacías, ni tampoco descansan.
Hugo Rojas, miembro de la pastoral juvenil de la Parroquia de Santa Marta, estuvo con varios de sus compañeros –vecinos de la zona, todos ellos– entregando platos de arroz con pollo a los africanos.
“No es justo que el dolor humano quede envuelto en medio de una tensión política”. En su grupo se incluía un profesor de francés, cuya presencia facilitó la comunicación con los migrantes, casi todos ellos francoparlantes; quienes hablan español son absoluta minoría, aunque su travesía de meses por Latinoamérica les ha permitido aprender un poco de la lengua castellana. Otros tantos hablan portugués e inglés.
“Me duele mucho ver a gente en estas condiciones”, dijo Rojas. “No es lo mismo leer de esto en San José que verlo todos los días”.
Heather Monroy también ha observado crisis migratoria en primerísima fila. La mujer, quien vive en Panamá, trabaja en la Farmacia Tiffany, ubicada justo sobre la contrarraya que separa a un país del otro. “Son muy reservados, pero hemos intentado ayudarles con los medios que tenemos. Les cargamos los celulares, les ofrecemos descuentos de jubilados cuando pueden comprar algo. Les hemos dado agua y sábanas. No tienen nada”, cuenta. “Da mucha tristeza y mucho coraje. Son seres humanos, no tienen la culpa de estar en esta situación”.
Edgardo Sánchez, gerente general de Samsung Golfito, y Johana Matarrita, oriunda de la zona y vecina de Orotina, llegaron al mismo tiempo, la tarde del miércoles, en contextos distintos pero con la misma intención: echar una mano.
Matarrita, junto a su esposo Joel Alvarado, movilizaron a varios amigos suyos en Orotina para poder entregar galletas, jugos y pañales para las varias decenas de niños que forman parte del grupo varado.
Sánchez, por su parte, fue parte de una comitiva de empleados de Samsung que decidió unir pequeños esfuerzos económicos para llevar comida. “Antes que nada, uno debe valorar al ser humano, nos necesitamos todos, unos a los otros”, comentó.
Al caer la noche las aceras se transforman en los dormitorios de los africanos, a la espera de que se resuleva su estatus migratorio. | FOTO: ANDRÉS ARCEMamadou Traoer
“No salimos de África en las condiciones que queríamos. No queríamos esto. Salimos de nuestro hogar porque hay guerra, miseria, hambre, muchos problemas. ¿Crees que quería esto? ¿Pasar días en la calle, sin tener dónde dormir o cómo trabajar? Ninguno de nosotros quiere esto. ¿Sabes qué queremos? Una oportunidad”.
El líder
Wilson Cámara fue militar en su vida pasada, que se acabó hace cuatro meses cuando salió del Congo, un país al que no piensa regresar. Tiene 34 años y en su español fluido se nota un acento caribeño casi armonioso. Tal vez por su parsimonia, tal vez por su elocuencia, tal vez por su dominio del castellano nadie más en el grupo lo habla tan bien como él, Wilson se convirtió en el vocero y representante de los africanos.
Antes de estar varado en la frontera entre Panamá y Costa Rica, atendiendo diariamente a reuniones con las autoridades del gobierno nacional, Cámara pasó por Brasil (adonde llegó en avión), Perú, Ecuador y Colombia, antes de entrar al país canalero. “Nos hemos encontrado en el camino”, cuenta del grupo, cuya cifra cambia constantemente: a veces se habla de 480, otras de 520. La cifra con la que Wilson se casa es 625 migrantes atrapados en el país que no existe.
“Somos muy unidos. Aquí no hay vagabundería. Todos nos ayudamos entre nosotros, y también hay una multitud de voluntarios maravillosos a quienes debemos todo. Si fuera por el gobierno, no tendríamos ni agua. Hay personas entre nosotros que no tienen ni un dólar. Toda ayuda es bien recibida”.
Cuenta Wilson que durante la larga travesía, el grupo ha encontrado un sinfín de problemas.
Colombia, en particular, resultó ser más violento de lo que imaginaban: fueron atracados, y varias mujeres del grupo fueron víctimas de violación, cuenta Cámara.
—Yo creo que Estados Unidos es un país que ofrece ayuda a quien la necesita. Yo creo que cuando lleguemos, vamos a ser bien recibidos —me dijo Cámara.
—¿Y si no?
Wilson prefiere sonreír y no pensar en ello.
Miembros de la pastoral juvenil de la Parroquia de Santa Marta repartieron platos de arroz con pollo a los migrantes. Foto: Andrés ArceSeeed
“Gasté $3.000 en llegar hasta aquí. Llegué a Perú y me dieron un documento válido por un día para atravesar el país. En Ecuador no me pidieron nada, así que pude seguir mi marcha. En Colombia también me dieron un documento válido por un día, para poder continuar. En Panamá me retuvieron unos 5 días y luego pude seguir. Y ahora estamos atrapados. Todos estamos intentando sobrevivir. Todos queremos una mejor vida, nada más. Vi morir a mi madre de presión alta, porque no tenía dinero para sus medicinas. Por eso quiero seguir, para poder cuidar al resto de mi familia. A una amiga del Congo, que conocí en Colombia, le dispararon en Panamá. Está en el hospital. Pero no puedo quedarme con ella porque no tengo dinero. Tengo que seguir”.
La reunión
Apenas 24 horas después de que Wilson Cámara manifestara el repudio del colectivo a la idea del centro de detención, el propio Cámara explicó a sus compañeros lo que había ocurrido en una reunión que había tenido con las autoridades costarricenses.
“Vamos a hacer una lista con todos nuestros nombres. Toda la información. Vamos a ir a los centros y respetar la ley del gobierno costarricense. Van a ir primero las familias con hijos. Luego las mujeres y por último los hombres. Vamos a tener mejores condiciones. Vamos a estar mejor”, dijo ante la multitud, que escuchó en francés y portugués.
Nadie está hablando de deportación de momento, me dijo minutos después Cámara, quien se alejó de una multitud que de pronto se mostraba enardecida ante su líder, quien explicó que podrían pasar más o menos un mes detenidos.
“Este pueblo está aquí, sufriendo la lluvia y el sol, durmiendo en la calle. No podemos esperar más, queremos irnos. No estamos aquí para mendigar comida. Tengo seis hijos y una mujer en África”, dijo molesto Amiyuimbe Caloumga, del Congo. “Cada día que paso aquí es un día menos que puedo trabajar para enviarles dinero”.
Cámara, por su parte, aseguró que las movilizaciones a los centros comenzarían al día siguiente.
“Eso suena mucho como una prisión”, me susurró Roufai.
Edrice Bumba
“No pueden deportarnos si regresar a nuestro país representa un riesgo a nuestra vida. El nuestro es un caso diplomático. El gobierno tiene que hablar con los demás países. ¿Qué pasa si resuelven nuestro paso hacia Nicaragua ahora y topamos con la misma barrera en otra frontera?”.
El futuro
Al cierre de edición de esta revista, durante la tarde del jueves 21 de abril, tres grandes autobuses se estacionaron enfrente del país sin nombre.
Ese día, más temprano, la Viceministra de Gobernación, Carmen Muñoz, explicó a la prensa que el Estado Costarricense había preparado un centro de atención (ya no se hablaba de detención como al principio) donde se pensaba trasladar a las familias con niños y niñas, las mujeres embarazadas y sus parejas.
En total, una población de 153 individuos, los más vulnerables del grupo de migrantes. El centro, aseguró Muñoz, está totalmente acondicionado para brindar las mejores condiciones posibles de seguridad, salud, alimentación y refugio.
En medio de una intensa lluvia del sábado por la tarde, algunos de los migrantes bailaban y cantaban. Foto: Andrés ArceLa noticia no sentó bien entre buena parte de los africanos, quienes optaron por manifestarse con cantos y bailes y pancartas. “Somos inmigrantes, solo queremos pasar” cantaban con tal ritmo que la queja parecía fiesta. Se negaban a que el grupo fuera separado, se negaban a aceptar cualquier opción que hiciera más palpable la posibilidad de la deportación. Se negaban, también, a salir del ojo público porque, sin la atención de la gente, volverían a ser invisibles.
El país sin nombre se resistía a dejar de existir.
Este artículo se dejó de escribir cuando la noche aún no había caído, ni los autobuses había comenzado el traslado de los migrantes hacia el centro de atención. El futuro de la Pequeña África se antojaba, todavía, incierto.
VEA: Los habitantes del país invisible
Michael
“El primer problema de África es el mal liderazgo. La gente toma el poder como si fuera de su propiedad. Pero tenemos que recordar que todos nos iremos de este mundo. La humanidad es lo más importante. Los valores. Si tengo dos panes para comer, le doy uno a mi hermano. No puedo tomar el poder como si fuera mi derecho. Es algo que debo compartir con los demás.
Todos tenemos que entender que no somos nuestros, que algún día vamos a morir. Esto no se trata solo de África, hablo del mundo entero. Todos somos iguales, todos vamos a morir y no sabemos cuándo. El tiempo que tenemos para compartir con los demás es ahora. Tenemos que amarnos unos a los otros, tenemos que ser humildes, tenemos que ser justos con los demás”.