El diputado Ronal Vargas Araya salió escoltado por dos agentes de la seguridad del Congreso a las 5:28 p. m. de este jueves, al final de una tarde en la que sacó lágrimas de sus compañeros de varias bancadas cuando lo oyeron decir que tenía una enfermedad grave y por eso partía.
Vargas salía con apuro de su despacho en el edificio Sion, junto a dos asistentes, los dos funcionarios de Seguridad y un periodista que le preguntaba sobre una versión muy distinta sobre el motivo de su renuncia,
“Me voy feliz, animado, contento, sereno”, contestó, al rechazar la existencia de un supuesto caso de acoso sexual, como media hora después se lo confirmaría a La Nación el jefe de los diputados del Frente Amplio (FA), Gerardo Vargas.
Exsacerdote y padre de dos mujeres, Vargas Araya se subió a su Hyundai Tucson y salió conduciendo, dejando claro que no pretendía explicar su “padecimiento de salud” por tratarse de motivos personales.
“Motivos personales”. Eso fue lo que adujo en la carta de renuncia enviada ayer al Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), a las 11:55 a. m., de la cual este medio posee una copia.
Sin embargo, para el público esta historia comenzó pasadas las 3 p. m., cuando en el plenario el ahora exlegislador tomó el micrófono y contó que hacía poco había presentado la renuncia a la curul porque debe enfrentar un tratamiento médico grave.
“Esta semana fui a donde mi doctor para recibir su diagnóstico y ha sido peor de lo que esperaba. Me tendré que someter de inmediato a un proceso muy largo de tratamiento, por lo que tendré que ausentarme definitivamente de mi trabajo (…). Pido el apoyo en sus oraciones y que no olviden la sonrisa que dejo en este Parlamento y en todos los pasillos de la Asamblea Legislativa”, expresó.
Su noticia cayó como agua helada entre sus colegas. La prensa lo rodeó y él contó que el miércoles un médico le dio un dictamen grosero, que algo le venía doliendo desde hace días y que no iba a contar de qué se trataba porque primero quería hablar con sus hijas. Contó que tomó la decisión de renunciar por la noche y sin consultar a nadie.
De inmediato sus compañeros se solidarizaron con él. Al salir del salón, personal del Congreso se acercaba para abrazarlo. Poco después, la legisladora limonense del Movimiento Libertario, Carmen Quesada, sollozando, le pidió volver a la curul porque votarían en segundo debate el proyecto de fideicomiso de la carretera San José-San Ramón, y querían dedicarle la votación.
Él accedió. El presidente legislativo Henry Mora propuso un minuto de receso para que pudieran aplaudirle en el plenario. Así ocurrió. Todos en pie y varios de ellos con los ojos llorosos. Algunos se acercaron a abrazarlo, pero no tantos del Frente Amplio.
Él volvió a salir y apenas quiso responder tres preguntas más a periodistas. “Ya con este aplauso, ya empezó mi recuperación. Me voy en una relación muy hermosa con mis 56 compañeros”, dijo antes de ingresar a su despacho.
Silencio. En ese momento, pasadas las 4 p. m., se intentó consultar sobre esta renuncia a Patricia Mora, presidenta de Frente Amplio. Ella dijo que prefería no hablar. “Ha sido un día muy atribulado”, argumentó.
Vargas Araya estuvo en su oficina casi una hora. Una asistente llevó cajas de cartón para que guardara sus cosas. Este medio le pidió una nueva entrevista, se le indicó que había otra versión muy distinta y era importante su reacción. Su asesora trajo el mensaje: no más entrevistas.
Luego salió su asesor Wilmar Matarrita, dirigente frenteamplista en Guanacaste y esposo de Suray Carrillo, quien sustituirá a Vargas. “Ahora estamos apoyándolo a él”, declaró Matarrita.
La puerta seguía cerrada. A las 5 p. m. llegó una periodista de Radio Centro y le reiteraron que el exlegislador no iba a responder preguntas. “Dicen que está muy malito y no acepta visitas de diputados ni de familiares ni nadie”.
Desde fuera se veía que se quitaba el saco y se lo ponía; se quitaba su inseparable boina y se la volvía a poner.
A esa hora incluso el presidente de la República, Luis Guillermo Solís, le había manifestado su solidaridad a través de Twitter.
A las 5:22 p. m. llegaron al despacho oficiales de seguridad del Congreso. Afuera de la oficina solo permanecía un periodista de La Nación . A las 5:28 p. m. Vargas Araya salió y bajó las escaleras de madera con paso apurado.
— Tenemos una versión distinta de su renuncia.
— Ni idea.
— Se lo queremos preguntar porque tenemos la versión de una denuncia por acoso.
— Yo no tengo idea de esas cosas. Que traigan el expediente, que traigan la denuncia. No existe tal denuncia. En ningún lugar.
— ¿Lo han amenazado de que lo van a denunciar?
— Nadie me ha amenazado. Me voy feliz, animado, contento, sereno.
Media hora después, el jefe de la fracción del FA le decía a este medio que, efectivamente, le pidieron a Vargas la renuncia porque una muchacha se quejó de conductas sexuales indebidas de su parte y, que habían acordado argumentar “motivos personales”, por eso les sorprendió el relato de una enfermedad grave.