Paso Canoas y San José. Centenares de cubanos se aglomeran en la frontera con Panamá, en las inmediaciones del puesto de Paso Canoas, luego de que el Gobierno decidiera no otorgar más visas de tránsito a estos migrantes desde el sábado pasado.
Algunos recibirán el permiso, si lo solicitaron antes del 18 de diciembre. Otros no lo obtendrán, los que llegaron después y se encontraron la noticia de la suspensión ordenada por el presidente, Luis Guillermo Solís.
Mientras, todos se mezclan en tiendas de campaña, toldos improvisados, cartones y colchones inflables. Unos logran instalarse en albergues en iglesias, pero otros quedan en patios de casas o a la intemperie.
Según la Dirección de Migración, hasta el viernes quedaban 1.700 visas pendientes, cuyos trámites empezaron antes de que Solís decidiera no otorgar nuevos permisos, alegando falta de solidaridad de parte de Nicaragua, Guatemala y Belice, países que impiden a los cubanos cruzar sus territorios en su ruta a Estados Unidos.
No obstante, ayer extraoficialmente se hablaba de más de 2.000 migrantes en Paso Canoas, y el Gobierno está está dispuesto a deportar a los que se adentren al país sin papeles.
“Llegué el 18 (de diciembre) por la tarde y nos dijeron que ya no nos podían dar el permiso, que esperáramos hasta nueva orden”, comentó Yanelis Ginory en la Aduana de Canoas.
Ella se encontró con la decisión de Costa Rica luego de viajar por tierra y mar desde Ecuador. Insiste en que lo peor ocurrió en Colombia, donde los policías les cobraban $200 en cada retén.
“Es una barbaridad lo que hemos vivido, principalmente en Colombia”, dice, al tiempo que asegura que debió esconderse en la vagina un rollo de dinero, envuelto en un preservativo, puesto que los oficiales los revisaban.
En Paso Canoas, los que obtiene la visa son enviados a un albergue en Nicoya. El domingo salieron ocho buses, por ejemplo.
Saturación. En medio de la aglomeración de gente, abundan los malos olores y la basura. Quienes están a la intemperie hacen las necesidades en un baño público por ¢250. Algunos obtienen comida en los albergues, otros echan mano del dinero que les queda.
Gerardo Salazar llegó el día 15. Logró tramitar el permiso, pero duerme en las afueras de la Aduana. Todavía le quedan algunos recursos para alimentarse, pero no para dormir bajo techo.
Con los cubanos, también abundan los comercios formales e informales : los que venden teléfonos, tarjetas telefónicas o bebidas. Liliana Reyes dice que nunca le había ido tan bien en su venta ambulante. Vende de 500 a 1.000 jugos diarios a $1 cada uno.
El cubano William Díaz dice que, pese a todo, quiere experimentar una Navidad fuera de Cuba pues allí, dice, “se trabaja como mulo y se gana poco”.