El 6 de mayo, Ed José Tiffer Campos, un comerciante alajuelense oriundo de la zona sur, presentó su pasaporte al oficial de Migración del puesto costarricense en Peñas Blancas. Estaba por entrar a Nicaragua como cualquier otro viajero. Un oficial muy sudado puso el sello y le deseó buen viaje.
Caminó hacia el puesto de Migración nicaragüense, a unos 25 metros. Iba en fila india, entre cubanos, suizos, mexicanos, españoles y algunos estadounidenses. Recuerda el bochorno, como un calor pegajoso. Un oficial cortó la fila, y empezó a revisar los pasaportes. Tiffer iba confiado. Esa misma semana había revalidado su pasaporte y, aunque era el mismo pedazo de cartón con papel grapado que lo acompaña desde hace años, sentía que su documentación estaba al día. Ahí estaban la firma y el sello.
Tiffer relata que separaron a los extranjeros y él supuso que era cosa de rutina. Pensó en que había cubanos tratando de migrar a Estados Unidos.
No era la primera vez que viajaba a Nicaragua, donde tiene familia. Se dirigía a Diriomo, un poblado a hora y media de Peñas Blancas, a medio camino de Managua, para visitar a su tía Carmenza, de 82 años, quien estaba cerca de morir a causa de un cáncer de colon. Dice que en la bolsa cargaba $1.700 para ayudar con los gastos del funeral.
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“Me dicen que mi papel está mal, y viene un carajo y me dice que lo acompañe, y me llevan con los demás a las antiguas oficinas de Migración”, asegura. Dice que no entendió qué pasaba, pero caminó porque siempre es mejor hacerle caso a la autoridad.
”Al rato me dicen que si yo estoy pasando cubanos como coyote, que por qué vengo con los suizos, que qué tengo que hablar con los extranjeros. Y yo les dije que en Costa Rica he trabajado en turismo, y que nosotros tratamos así a los extranjeros, porque ellos dejan divisas y hay una cultura de tratarlos bien, pero igual me encerraron en un calabozo.
”Entonces yo llamo al oficial y le digo que si tengo derecho a una llamada, y me dice que lo que tengo derecho es a quedarme callado, que estaba en otro país y empieza a decirme que el río San Juan es de Nicaragua, que Laura Chinchilla no sé qué, y bueno, le dije que no soy político. Pero bueno, empieza a hablar de la isla Calero, y le pregunté si conocía, y me dijo que no”.
Tíffer asegura que pedía una llamada, para no preocupar a su familia. Había dejado a su esposa y dos hijos en Alajuela, y sus familiares en Diriomo lo esperaban. Pero el intento falló.
Según su relato, los extranjeros fueron retenidos toda la noche, y en la mañana, los enviaron a Managua en un camión. Les aseguraron que en la capital les iban a sellar su pasaporte y podrían pagar los impuestos de entrada.
“¿Pero por qué hasta Managua?, ¿por qué no me dejan sellar el pasaporte aquí?”, recuerda haber preguntado. La respuesta fue que había intentado entrar ilegalmente a Nicaragua.
“Pero si no me están dejando presentar el pasaporte”, dice haber reclamado. Sin embargo, recuerda que su réplica cayó en el piso sin que nadie la juntara.
“Lo que más me extrañó es que me pusieron las esposas”. Afirma que, horas después, llegó al hervidero de gente que es la oficina de Migración de Managua.
“Una estadunidense me dijo: ‘Llegó en mal momento, usted tiene que pagar aquí $187’”, recordó, pero ningún oficial le explicó nada. Esperó sentado, como si nadie entendiera español, dice.
“Cuando me tocó, di la dirección de mi tía, los números de teléfono, les dije que venía a ver a mi tía Carmenza, que está desahuciada y, cuando se los dije, se burlaban: ‘Usted tan bueno que es, cómo tiene dinero para andar viajando, qué bueno’.
”Me quitaron la maleta, el dinero y todo; me dieron de comer un poco de gallo pinto, me agarraron, me montaron en un carro y me llevaron al famoso Chipote”.
Se trata de la Dirección de Auxilio Judicial, cárcel conocida como El Chipote, levantada por orden de Anastasio Somoza García en 1934, y que, según organismos de derechos humanos y la Iglesia católica, ha sido y todavía es escenario de torturas.
En los últimos tres meses, la prisión ha sido objeto de nuevas tensiones entre los Gobiernos de Costa Rica y Nicaragua, por la captura del empresario José Daniel Gil Trejos, quien fue trasladado a ese penal en condiciones que preocupan a la Cancillería.
El caso de Gil, quien sigue encarcelado ahí, fue llevado por la Defensoría de los Habitantes a la Relatoría de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Tiffer conversó durante dos horas con La Nación sobre su experiencia en El Chipote.
El complejo se ha ampliado con los años, a pesar de las peticiones de que se cierre, y hoy funciona como cárcel preventiva, donde se supone que entran las personas detenidas mientras son procesadas judicialmente.
La Defensoría también recibió la denuncia de Tiffer e intervino. Propone llevar el caso al Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil). “Estamos haciendo un grupo de trabajo para detenciones arbitrarias, como fue el caso de Tiffer. Ya le dieron traslado a Nicaragua y tiene dos meses para responder”, señaló la defensora de los Habitantes, Montserrat Solano Carboni.
Denuncia. Según el denunciante, sufrió desde que puso un pie en El Chipote. “Cuando llego, me quitan la ropa, me toman las huellas y me pasan a un calabozo de un metro por un metro. Me tratan como a un delincuente. Tipo 10 de la noche, les pregunto qué he hecho, por qué me tienen ahí. Les dije: ‘Díganme qué estoy haciendo, puede que me estén confundiendo con un asesino o con algo’. Pero no me dicen nada. A eso de las 11 de la noche, me agarran dos oficiales y me dicen que estoy en la peor cárcel de Centroamérica.
“Me preguntaron si he estado preso alguna vez, y les dije que no. Me dicen: ‘Usted es costarricense, usted es amigo de los norteamericanos y hacen los que ellos les dicen, pero eso no es así, y me vuelven a sacar el caso del río San Juan, y les digo que yo no tengo nada que ver”.
Tiffer asegura que lo llevaron a un calabozo, lo desvistieron y lo dejaron en calzoncillos. Sostiene que esa fue su única ropa durante un mes. Según su relato, lo esposaron de nuevo y lo interrogaron. “Envolvieron un bate en trapos y ¡bum!, me empiezan a golpear. Me hacen una llave en el cuello y me empiezan a asfixiar”.
El relato de Tiffer pasa de nuevo por las preguntas sobre la razón de su estadía y sobre el problema entre Costa Rica y Nicaragua por isla Calero.
Insiste en que se burlaron de él y lo golpearon hasta sacarle el aire y hacer que se hincara. “Como a la medianoche, les digo que me den agua y me dicen que no, que ‘ahorita, ahorita’”.
De acuerdo con el relato, luego lo llevaron a empujones a unas puertas de hierro que, al abrirse, dejaron ver un corredor apenas iluminado con celdas a los lados.
“Allí le llaman el Cocodrilo; voy caminando descalzo, me meten a un cuarto oscuro, oscuro, oscuro. Yo escucho que me habla una gente. El oficial me dice que tenga cuidado. Era tan oscuro, que no podía verme ni las manos”.
Tiffer denuncia que lo metieron en una celda de unos dos metros de ancho por tres de largo, con otros tres prisioneros y que, poco a poco, los ojos se le “acostumbraron”.
Entonces, dice que pudo ver a la gente: un menor de edad con familia costarricense, y dos personas que aseguran ser víctimas de un ardid para culparlos por los asesinatos ocurridos el 19 de julio del 2014 contra simpatizantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) .
Tiffer cuenta que, al clarear la madrugada, vio que la única ventana era una portezuela de hierro por la que les pasaban la comida. Agrega que, como servicio sanitario, usaban un hueco en el piso y como camas, tres planchas de concreto que salían de la pared. A él le tocó dormir en el piso y las cucarachas que salían de las cloacas le caminaban por la cara.
El hombre declara que sus compañeros tenían el pelo por la cintura y que, a las 4 a. m., les tocaba el baño. Denuncia que solo tenían tres horas de agua para beber y asearse, con una botella de dos litros. Sostiene que esa era la única ración para todo el día.
Tiffer cuenta que en una ocasión, ante el calor y el hacinamiento, su presión se disparó . Afirma que sus compañeros gritaban: “Se les va a morir el tico”. Según su relato, los policías lo estabilizaron y lo pasaron a una celda menos hedionda, con otros dos extranjeros.
El italiano. Las condiciones en la otra celda eran las mismas, dice, y añade que comían con los dedos en un tazón plástico.
Insiste en que no les permitían ponerse ropa, que comían como podían, rascándose las alergias y los hongos, al tiempo que les crecía la barba y se deshidrataban.
Con los días, cansado de comer con los dedos, dice que rompió el tazón plástico para hacerse una especie de cuchara que escondía en el calzoncillo pues, por las mañanas, los policías revisaban las celdas, y botaban cualquier cosa que encontraran.
Días después, relata que un italiano, cuyo nombre no recuerda, entró todo golpeado y llorando a la celda a cambio de otro extranjero. Contó que era mecánico de barcos en Barcelona, que quería invertir en Nicaragua, y que en una noche de fiesta, fue capturado en una redada de la policía.
“Ese hombre contó que era diabético y fumador. Estaba desesperado; les dije que lo ayudaran, pero se burlaban de él. Se moría por un cigarro. Se golpeaba contra las paredes.
”Un norteamericano me decía que había otro estadounidense preso. Estaban detenidos por meses ahí, y en su embajada no sabían lo que había pasado con ellos. No sé si siguen ahí”.
Tiffer confiaba en que su familia lo estaría buscando. Y así era. Después de tres semanas, una prima llegó. Le contó que lo había podido contactar luego de pagar una asesoría de $300 con un abogado y que la única razón que le dieron para apresarlo fue que intentó entrar ilegalmente.
“Nunca he entrado a Nicaragua ilegalmente. ¿Quién quiere entrar a Nicaragua ilegal? Yo todos los días les dije: ‘Por favor, díganme por qué me tienen aquí’, y nunca nunca me dijeron”.
El día de la visita de su prima, le dijeron que iba a quedar libre en una semana. Fue una semana sin dormir. La ansiedad era mucha. Dice que apuntó el número de teléfono de la familia del italiano en un pedazo de bandeja desechable, con un palillo de dientes, el cual luego llevó a la defensora.
Solano confirmó que conversó con los familiares y estos quedaron muy agradecidos.
Antes de salir, el alajuelense se enteró de que José Daniel Gil Trejos había sido llevado allí. “Él está sufriendo mucho”, dijo. Recuerda, además, que una manada de gatos aullaba por las noches entre los pabellones.
Sin cargos. Una semana después, Tiffer quedó libre. No se levantaron cargos en su contra. No hubo explicaciones. “Lo que hizo el gobierno de Daniel Ortega conmigo fue un secuestro. Yo quiero que el mundo sepa que Nicaragua está mal. Esto está mal, es una injusticia. Hay mucha gente encerrada en El Chipote en condiciones de máxima seguridad”, expresó.
“A mí se me hizo un problema, Atravieso una depresión grandísima. En la noche me despierto, oigo el hierro de las celdas, las llaves de los carceleros, eso es inhumano”.
El encierro fue de 34 días. El embajador de Costa Rica en Nicaragua, Javier Sancho, lamentó lo sucedido y explicó que, en cuanto los familiares de Tiffer los contactaron, se hicieron los trámites y consultas sin respuesta por parte de las autoridades sandinistas. Aun después de identificar el paradero de Tiffer, enfrentaron obstáculos para brindarle apoyo. “El cónsul intentó visitarme y no le permitieron entrar, ni abogado, ni doctor, nadie”, se queja.
El Chipote. La cárcel está en la loma de Tiscapa, una elevación del terreno que encierra la laguna del mismo nombre en Managua. Es un volcán apagado que alberga un centro histórico en el corazón de la ciudad.
Al norte de la loma, se extiende el llamado “campo de marte”, donde el Ejército nicaragüense realizaba maniobras militares y se entrenaba el escuadrón élite de la dictadura somocista.
Ahora, se ubican instituciones como el Ministerio de Gobernación, el Estado Mayor del Ejército y la comandancia de la Fuerza Naval. Al noroeste está el hotel Crown Plaza, más conocido como el hotel Intercontinental, que sirvió de refugio a la prensa internacional durante la revuelta sandinista que derrocó a Somoza en 1979.
Diversos organismos sostienen que los calabozos de El Chipote están plagados de historias de tortura. El propio Daniel Ortega, ahora presidente de Nicaragua, estuvo preso en El Chipote siendo guerrillero. También estuvieron el exmandatario Enrique Bolaños y el periodista Pedro Joaquín Chamorro.