Boca San Carlos.- Hay niños entrando solos por la frontera. Caminan a pie por los potreros de San Carlos de Nicaragua para cruzar a Costa Rica. Algunos lo hacen por Los Chiles, otros en lancha por el río San Juan.
El Patronato Nacional de la Infancia (PANI) confirmó que, en el último año y medio, detectó y devolvió a más de una treintena. Halló a 19 el año pasado, y en lo que va de este, lleva 12.
La pobreza, la falta de oportunidades de estudio y la violencia empujan a estos menores a lanzarse a lo desconocido. A buscar vida aquí, lejos de su entorno.
Son niños de nueve años hacia arriba. Les dicen “los niños solos”. Se pegan a los grupos de familias que todas las semanas burlan los pobres controles de la línea limítrofe entre Costa Rica y Nicaragua.
Una vez que entran, el reto es esconderse de la policía. Buscar refugio, trabajo y hacer vida.
“Es preocupante. Uno los ve bajarse de la lancha con los grupos de 30 o 40 personas que vienen. Al principio, parece que vienen con el grupo, pero después uno ve cómo dos o tres de ellos se van quedando rezagados, vienen solos”, dice Juan Luis Quirós Cascante, el juez conciliador de la comunidad de Boca San Carlos, en el distrito de Pital.
De esta forma, Costa Rica y Nicaragua replican, en pequeña escala, el fenómeno masivo de niños migrantes que se presenta en Estados Unidos.
Las autoridades del país nortearmericano enfrentan un verdadero colapso de sus sistemas de atención de menores migrantes que viajan solos.
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el último año se han detectado cerca de 57.000 niños centroamericanos cruzando solos la frontera entre México y Estados Unidos.
Aquí, mientras tanto, la directora de Migración, Kattia Rodríguez, afirma que la situación se está empezando a semejarse en la frontera costarricense.
Y según ella, si las autoridades estadounidenses endurecen sus controles, esos niños que huyen de sus países por la violencia y la falta de oportunidades, podrían empezar a viajar hacia Costa Rica.
La funcionaria dijo estar muy preocupada porque, de 120 solicitudes de refugio de centroamericanos que ella ha tenido que analizar, 20 correspondían a menores de edad que piden refugio solo huyendo de la miseria.
El problema ha sumido a los gobiernos de Centroamérica en un estado de alarma.
En las últimas dos semanas, tanto la viceministra de Gobernación, Carmen Muñoz, como la directora del PANI, Ana Teresa León, viajaron a reuniones en Honduras, donde las autoridades gubernamentales de la región se han citado con sus pares estadounidenses para buscar soluciones al problema.
Un viaje duro. El río San Juan baja robusto frente al punto costarricense de Boca San Carlos. En el lado nicaragüense, un grupo de oficiales fronterizos entra y sale del puesto de control, donde tienen un pequeño atracadero. Esta es una de las paradas obligadas de todas las embarcaciones que viajan por el cauce.
Sin embargo, después de pasar por ese puesto, los migrantes saltan a la orilla costarricense sin ninguna supervisión por parte de las autoridades de aquí.
Son casi las 11:30 a. m. del viernes. El motor de una lancha hace olas en el San Juan.
“Aquí en el camino yo he visto carajillos de 14 años, de 13 años. Usted se va a las empresas piñeras y los verá trabajando. Las autoridades a veces llegan, pero les avisan a los contratistas”, afirma Arlen Martínez, quien se acaba de bajar junto con un primo de una lancha.
Ambos salieron del potrero que está a la vera del río con los zapatos apenas mojados y están un poco inquietos.
Dicen que, esta vez, no parece que vinieran niños solos, pero afirman que sí los han visto, que han viajado con ellos, que los chiquitos vienen en busca de trabajo en las piñeras o en las cogidas de café.
Vienen de todas partes de Nicaragua, afirma Martínez. Cuando es desde Managua, el viaje dura como mínimo 14 horas.
Se lamentan de la situación de estos menores, pero Martínez alega que en Nicaragua no hay trabajo y que la situación obliga a los “chigüines” a entrar así, aunque saben que en Costa Rica son peor pagados que los adultos. ¿El viaje es duro? “Sí. Ellos hacen el mismo rutín que uno”, contesta.
Juan Rafael Salas, un pitaleño de 61 años que se vino a vivir a la orilla del San Juan, añade que algunos viajan de manera nocturna: “Uno se los topa a pie por la noche. Algunos esperan el bus de la mañana; otros se van en piratas” .
“Ellos nunca dicen la verdad, dicen que vienen donde un tío, o que van a esperar a alguien”, pero no es cierto, dice Salas.
Atención. La directora de Migración, Kattia Rodríguez, asegura que desde el Gobierno costarricense se hacen todos los esfuerzos para detectar a estos menores.
Rodríguez explicó que existen protocolos, redactados por el PANI y por Migración, para tratar a los menores una vez que son identificados: “Ellos no son detenidos ni rechazados porque no procede. Son dejados en manos del PANI que, a su vez, los remite a Mi Familia, la institución nicaragüense que vela por el cuidado de los menores de edad en el país vecino.
Por su parte, Mariamalia Chávez, directora de la sede regional del PANI en la región Huetar Norte, explicó que una red de trabajadores del Patronato responden a las llamadas de las autoridades cuando se detecta a un niño.
La intención es entregarlos lo más pronto posible a Mi Familia en un puesto fronterizo. Los casos se dan tanto en Boca San Carlos como en Los Chiles, dice Chávez.
Sin embargo, “los despabilados”, como les llama Sergio Valladares, un empresario de la zona, se escurren de los controles; mienten para evitar que los lleven al PANI y nadie, de momento, saben cuántos son.