Golpea los tacones en la acera y muestra una pierna casi hasta la ingle. 'Yo empecé a los 13 años. Fotos no, ¿está loco?, después me llevan al PANI".
Ella es Xiomara, y se sonríe nerviosa cuando ve la cámara. Es un transgénero que dice tener 17 años.
Me inyecto hormonas", afirma orgullosa. Se adelanta mostrando pechos, rubor en las mejillas, rojo en los labios, pestañas postizas. Cada noche se sube a un carro diferente. Hace años dejó su casa en Siquirres.
En San José, menores de edad se alquilan en cuartos de hotel y carros, en apartamentos y esquinas solitarias.
Xiomara sabe que su historia pronto podría cambiar. Por ahora, dice tener un proxeneta que "la cuide" cerca de la estación de trenes del Pacífico.
Sobre esas figuras, la de proxenetas, otro joven entregó un testimonio a la fundación Michael Vásquez, que se dedica a atender a menores en riesgo. "'Papi' (un proxeneta) es un sujeto de unos 42 años. Él le compra drogas a los que son adictos y, luego, les pide que tengan relaciones sexuales. Él vive en San Ramón de Tres Ríos, le dicen 'Papi', pero se llama Luis", relató.
Luego, dijo sobre uno de sus clientes: "El Chino es un sujeto de 26 años que nos lleva en un taxi y nos pide tener sexo. Depende de lo que cobremos, una vez me fui con él y le cobré ¢25.000, cuando llegamos al motel me dijo que me daba ¢45.000 pero sin condón. Me negué y lo hicimos con protección. Le conté a mis amigos, y me dijeron que el ofrecía más, porque tiene SIDA. Pero yo lo hice todo con protección".
En una esquina del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU) 'Helena' sonríe: "Yo empecé a los 13 años", dice. Se sonroja, pero posa para la cámara. "Estudié belleza", agrega.
Mientras tanto, ocultos detrás de un monitor o de un teléfono celular, los proxenetas hacen dinero con el cuerpo de los menores, que se niegan a salir de las calles "porque les gusta la plata fácil", dice Giannina, un travesti con 21 años de alquilarse en las aceras.
Giannina empezó como casi todos: "Yo fui abusado cuando era niño y vivía en San Carlos. Mis papás no me aceptaron y me vine para San José, ya sabés, a la calle. Aquí, un viejo me ayudó a colocarme, pero aquí se la pasa uno muy duro. Los más viejos le pegan a uno por estar en una esquina".
Un sedán azul se detiene y ella vuelve a ver. Un hombre, nada diferente a cualquier vecino de barrio, baja el vidrio y sonríe. Ella se aproxima y se desliza sobre el marco de la puerta. Se escuchan risas. Un anillo se deja ver en la mano del hombre, que extiende el brazo para acercar a Giannina hacia él. Luego, ella se endereza, se acomoda el cabello y se sube al carro.