Centroamérica era mucho más que solo otra herida sangrante en el mapa del mundo. Las guerras intestinas en cuatro de las naciones del istmo eran un testimonio de la guerra ideológica que partía al planeta en esa época. Era la mitad de la década de los 80’s, y el sonido de la metralla se imponía ante cualquier ruta de esperanza.
Un plan de paz parecía una quimera. Sobre todo si la misma debía negociarse entre los presidentes de las naciones centroamericanas, hundidas en la pobreza y el subdesarrollo.
Los momentos históricos son precisamente aquellos que se logran a pesar de la adversidad, y La Nación acompañó al entonces presidente Óscar Arias en buena parte de los viajes que durante los siete meses de negociaciones que desembocaron en una de las aventuras diplomáticas más osadas del siglo XX, cuyo principal logro fue el de consolidar un plan de paz para Centroamérica, y que le valió el premio Nobel de la Paz al mandatario costarricense.
La firma de ese acuerdo por parte de los presidentes Vinicio Cerezo de Guatemala, José Napoleón Duarte de El Salvador, Daniel Ortega, de Nicaragua, José Azcona Hoyo de Honduras y Óscar Arias Sánchez de Costa Rica, fue reportada en ese momento por el periodista Armando Mayorga, quien era enviado de La Nación .
Tres de los personajes de aquel momento; el expresidente Arias, y los consejeros de Política Exterior del entonces canciller Rodrigo Madrigal Nieto, Luis Guillermo Solís, hoy presidente de la República; y el embajador en Perú, Melvin Sáenz Biolley, conversaron con este diario casi 30 años después de la firma del histórico plan.
Un fracaso previo
La violencia en Centroamérica ya tenía años de ser foco de preocupación mundial para cuando el gobierno de Costa Rica propuso el plan de paz, en febrero de 1986 y en ese momento, el grupo Contadora; una instancia multilateral en la participaban México, Colombia, Venezuela y Panamá, creado en 1983 para buscar la paz en el istmo, presentaba ya claras señales de fracaso.
El mecanismo de diálogo ya aparecía desgastado luego de casi tres años sin rendir frutos. De poco sirvió que en 1985 dicho grupo mediador recibiera el apoyo de Argentina, Brasil, Perú y Uruguay. La paz no llegaba a las pequeñas y empobrecidas naciones centroamericanas.
“Cuando fracasó Contadora, y por primera vez visité al presidente Reagan en la Casa Blanca, me di cuenta de la obsesión de Washington o del presidente Reagan por sacar al sandinismo del poder, por medio de la Contra, y el presidente me manifestó que me actitud de no querer apoyarlo era totalmente equivocada, porque desde el 8 de mayo expulsé a los dirigentes de la Contra”, recordó Arias este jueves.
El contexto internacional era una tómbola girando alocada. Los Estados Unidos presionaban por mantener las soluciones bélicas mediante el apoyo a la guerrilla en Nicaragua y su impulso militar para los ejércitos centroamericanos.
Ronald Reagan, entonces en su segundo mandato en los Estados Unidos, había trasladado su estilo de sheriff del cine a la política internacional, algo a lo que parecía imposible enfrentarse.
“Cuando fracasó Contadora, y por primera vez visité al presidente Reagan en la Casa Blanca, me di cuenta de la obsesión de Washington o del presidente Reagan, por sacar al sandinismo del poder por medio de la Contra, y el presidente me manifestó que me actitud de no querer apoyarlo era totalmente equivocada”, dijo Arias.
Este trabajo de cabildeo, fue reseñado por el hoy presidente Solís así: “El plan de Paz tiene sin duda en el presidente Arias su principal protagonista, no debemos ser mezquinos en reconocer que don Óscar tuvo, en mucho, la fuerza para que el plan de paz fuera exitoso, y en buena medida el éxito se debió a la tozudez de don Óscar, una terquedad costarricense”.
Al mismo tiempo que Reagan insistía en armar as los ejércitos centroamericanos e instrumentalizar la Contra nicaragüense para sacar al Frente Sandinista del poder en Nicaragua, del otro lado del continente se daba el inicio del fin de la Guerra Fría.
Con la llegada de Mijaíl Gorbachov a la secretaría del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, el 11 de marzo de 1985, el clima político internacional se enrarecía, y la incertidumbre creció.
En medio de ese incendio, la comunidad internacional parecía incapaz de poner fin al baño de sangre en el que chapoteaban los centroamericanos. Pero en la nueva administración de Costa Rica había una disposición para romper con la prudente distancia diplomática que la había caracterizado.
Arias, quien había llegado al poder en mayo de 1986, señaló desde su discurso de toma de posesión que el clima de violencia en la región representaba un peligro para la paz y democracia costarricense: “Cumpliremos fielmente el compromiso de defender y robustecer la paz y la neutralidad. Mantendremos a Costa Rica fuera de los conflictos bélicos centroamericanos y lucharemos, con medios diplomáticos y políticos, para que en Centroamérica no sigan matándose los hermanos”, dijo Arias en su discurso.
A la par de Arias, había un equipo de trabajo comprometido para hacerle frente a los obstáculos para llegar a una solución regional, cuyo maquinista principal fue el canciller de la República, Rodrigo Madrigal Nieto.
“Hoy, 30 años después, lo que más destaco, es el gran trabajo y la lucidez política de don Rodrigo Madrigal Nieto, quien fue el guía e inspirador de aquella labor. Fue don Rodrigo quien desde un principio tuvo claro que debía haber una propuesta costarricense”, afirmó el embajador Sáenz Biolley.
De todo esto daban cuenta las noticias locales e internacionales, y de pronto, tanto La Nación como otros medios locales, se vieron montados en el viaje de cobertura a las negociaciones de una paz duradera, que promoviera la justicia social y la igualdad.
Al final del camino, en medio de la expectativa y la sorpresa internacional, este diario pudo titular, en la edición del sábado 8 de agosto de 1987, que se había firmado el acuerdo de paz.