“En mi familia me rechazan. No me perdonan los errores que cometí, ni aceptan el cambio que he tenido. Yo desearía que alguno de mis ocho hijos me perdone y me acepte. Desearía que alguno de todos me dijera: ‘Véngase para acá’, y terminar mis días ahí, con ellos”.
Esto es lo que Julián Vega, de 68 años, anhela con el alma que ocurra en su vida. Este adulto mayor lleva 22 días de vivir en Hogar para Adultos Mayores Alcohólicos e Indigentes de Tirrases, Curridabat.
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Afirma que no fuma ni toma, pero este lugar es el único sitio que tiene para vivir.
Vega no culpa a sus hijos por el resentimiento que le tienen, pues juzga como normal que así sea luego haber permanecido 39 años preso, “producto de errores de juventud”.
“Perdí a mi familia. Me conduje mal en la vida. El 22 de este mes cumplo 11 años de haber salido de la cárcel. Quise hacer un cambio en mi vida y no volver a cometer delitos y, hasta el momento, lo he cumplido. Mis hijos no me perdonan; tampoco mis ocho hermanos. Yo les he pedido perdón”, contó este adulto mayor.
Luego de salir de la cárcel, Vega la ha “pellejeado” en la calle, vendiendo tiliches, lotería o lavando carros.
Aunque no tiene el perdón de su familia, asegura vivir una de las mejores etapas de su vida en este centro de ayuda en Tirrases.
Allí, él convive con otros 64 internos que reciben alimentación seis veces al día, un techo y atención en salud, con la única condición de no volver a ingerir un solo trago de licor.
Este hogar fue fundado por Gerardo Zeledón, un adulto mayor de 71 años, quien superó sus problemas de alcoholismo hace cuatro décadas.
“Yo me veo reflejado en ellos cuando estaba con los problemas de alcoholismo”, dice Zeledón.
En el albergue, unos escuchan música, otros salen a dar un paseo, algunos más ven televisión y y hay quienes viven con sus perros y gatos, seres que en sus días de indigencia, fueron sus únicos acompañantes.
La mayoría de los internos aporta una parte de su pensión al hogar y usa el resto para comprar helados, lotería y cigarrillos.