Papá y abuela llegaron a dejarla a uno de los albergues para niñas adictas a la droga.
“A ningún papá le deseo esto”, contó él. “El mundo se nos vino encima”, agregó la abuela, al recordar el momento cuando se dieron cuenta de que su pequeña, de 14 años, desde los 12 estaba consumiendo droga.
“Cuatro gramos de coca al día, más dos onzas de marihuana a la semana, y tres paquetes de cigarros diarios”, precisó él.
Esta es una de esas historias de familias divididas. La niña quedó a cargo de la madre y el papá llevaba más de un año de no saber de ella, hasta que lo llamaron una tarde para contarle que a su chiquita la habían intentado violar en el parque Central de San José.
Vivía en la calle y él no lo sabía. Vendía “chupas a ¢100” y le robaba a uno que otro gringo desprevenido. Se había juntado, además, con un hombre de 27 años, que también la explotaba.
Los últimos 22 días han sido para ellos una pesadilla. La sacaron de la calle, la separaron de la madre y empezaron a buscar un lugar para rehabilitarla. En un sitio, en Santa Ana, le llegaron a cobrar $6.000 por un programa sobre el cual no le dieron mayores detalles ni garantía. Imposible para un comerciante asumir ese costo, con otra familia a cuestas.Para ingresarla, tuvieron que ponerla contra la espada y la pared: “o entra al centro o va de nuevo para la calle”. La joven se decidió por lo primero y ahí estaba ese día, con miedo y enojo.Tuvieron que esperar más de una semana a que se liberara uno de los 40 cupos que han en ese centro. No es fácil conseguir un lugar, en alguno de los centros a cargo de organizaciones no gubernamentales financiadas por el PANI. La demanda es alta porque ahí no se les cobra. El Estado asume.
Ahora, ellos esperan que esa historia termine ahí. El aire fresco con olor a pino que los recibió en las montañas de Patarrá los llena de esperanza.
La niña de 14 años permanecerá ahí 15 meses intentando zafarse de las drogas. ¿Lo logrará?