Teodoro Duarte se ha dedicado por 50 años a darle agua al ganado ajeno y nunca se le ocurrió que llegaría al pozo y lo encontraría seco. Pero, en los últimos meses, esa es una de sus más inminentes preocupaciones.
La escasez de agua en el poblado Huacas –en Tempate de Santa Cruz, Guanacaste– lo afecta a él, pero también a las 50 vacas finas a las que arrea, dos veces al día, sobre una yegua, hacia una pila de cemento en la extensa finca Guanacaste.
El pozo de 12 metros de hondo, al que le saca el jugo desde sus 16 años, está por colapsar: un jueves de mayo registra solo 50 centímetros de agua. En estos tiempos le toca galopar mucho más, hacia otro pozo que alguien perforó hace muy poco.
Cerca de las 9 a. m., de ese jueves, mientras carga una botella de agua, maíz y jícara vacía, el guanacasteco, de 66 años, lamenta enterarse de que pronto vendrán tiempos aún peores para la vida, el ganado y el trabajo.
“En esto, no solo los ricos sufren, ni los grandes edificios de lujo, ni los turistas. Las vacas se están quedando sin agua, basta con verlas esperando a que les llene la pila. Nunca las he visto tan ansiosas; ellas están enteradas de que hay algo mal”, dice.
A unos cuantos kilómetros, en el centro de Tamarindo (uno de los puntos más turísticos y desarrollados de Guanacaste), la falta del líquido no parece quitarles el sueño a los comerciantes, al menos por ahora.
Así lo revela un sondeo realizado por La Nación en las comunidades abastecidas por el acuífero costero Huacas-Tamarindo. La fuente está sobreexplotada y entrará en rehabilitación, lo que podría afectar, por tiempo indefinido, el abasto en Tamarindo, Tempate y Cabo Velas.
Según Wálter Martínez, dueño del restaurante Walter’s, a los usuarios de la Asada de Tamarindo (que administra los pozos más afectados del acuífero) no les falta ni una sola gota.