18 de diciembre, 2:30 p. m. Las presas en el cruce frente al aeropuerto Juan Santamaría, en Alajuela, son interminables.
El controlador aéreo Manrique Hidalgo mira un par de segundos hacia la calle desde la torre de control, a 50 metros de altura, y luego posa la mirada en la pista de rodaje del aeropuerto y ve exactamente lo mismo: una presa, solo que de aviones.
Es la hora pico en la terminal aérea más importante del país, y dependerá de su destreza y de 20 años de experiencia que esos viajeros, a bordo de los pájaros de acero, lleguen a sus destinos.
Él y otros tres compañeros son los “ojos” de decenas de aviones cargados de pasajeros que llegan o se marchan del país. Para ser exactos, 200 aeronaves cada día.
Hidalgo está concentrado, la frente se le ve ligeramente sudorosa debido a los rayos de sol que entran por el ventanal y se reflejan en un Boeing de la línea American Airlines que se dirige a la pista 07 para su despegue.
Eugenio Coto, su compañero de años y jefe de la torre, le avisa que hay que redoblar la concentración. El radar muestra que el A340 de Iberia –el avión más grande que llega al país – se acerca por Limón, tras 11 horas de vuelo.
“Ahora sí se va a poner bonito esto. En 20 minutos aterriza el Iberia y tenemos la pista cargada”, indica Coto, mientras se dispone a tomar un refresco.
Entretanto, sus otros compañeros, Ricardo Arias, conocido como Donatto, y Hernán Rodríguez esperan su turno para tomar los puestos.
El 2014 cerró con un total de 33.053 operaciones, casi 13.000 más que en el 2010.
Al ser un trabajo de tanta concentración y estrés, los controladores se turnan cada hora. Mientras dos controlan, los otros descansan, y así durante seis horas laborales al día.
“En este momento, el avión de Iberia debe de verse por aquellas montañas”, indica muy seguro Donatto. Efectivamente, la inmensa aeronave se asoma como un punto negro por los cerros de Escazú y Santa Ana.
La conversación sobre la final de fútbol Saprissa-Heredia que sostenía Donatto se interrumpe por la voz con acento español del piloto del vuelo de Iberia.
“Habla el capitán del Iberia; solicito permiso para aterrizaje por torre control de Cocos”.
En la jerga de los aeropuertos, el Juan Santamaría se conoce como Cocos. Esto porque antes se llamaba aeropuerto internacional de El Coco, y quedó así el código. “Aquí torre Cocos, adelante con el descenso, por la pista 07 despejado”, indica Hidalgo.
De inmediato, las operaciones en la pista del aeropuerto se detienen. Todos los demás, entre avionetas, aviones de carga y pasajeros, y vehículos de combustible deben detenerse hasta que llegue el A340 de Iberia.
“Coto, sostenga esa Sansa (avioneta) en tierra, y apresuremos al Iberia porque viene un avión DHL en aproximación y ocupo sacarlo rápido de la pista”, dice Manrique Hidalgo.
A las 3:51 p. m., el Iberia toca suelo. En un minuto exacto recorre los 3,5 kilómetros de la pista hasta colocarse en la manga.
Todo parece estar resuelto. Pero no; el sentido del viento cambió, esto quiere decir que los aviones no podrán salir por la pista 25, sino por la 07, con el inconveniente de que el avión de Iberia se ubica muy cerca de la cabecera 25, desde donde parten los otros.
Al ser la pista del Santamaría tan estrecha, cuando llega el Iberia, los espacios se reducen y, por decirlo así, incomoda a los demás aviones. Los controladores deben ser más cuidadosos.
Es decir, deben tener un ojo en el radar del espacio aéreo, y otro en tierra, en la pista. Y si tuvieran uno más, sería para estar atentos a las avionetas que salen de Pavas y pasan por encima del Santamaría, todos los días.
Por eso, cada controlador tiene su función. Hidalgo y Coto dejan su puesto y los toman Rodríguez y Donatto, el primero con movimiento en pista y el otro con despegues y aterrizajes.
“Sosténgalo, sosténgalo, sosténgalo. Ayyy, se pasó siempre”, dice en voz alta Donatto, como gritando a un jugador de fútbol desde la gradería, solo que al avión de DHL que no logró frenar más atrás y evitar la obstaculización de la pista de despegue.
“El negocio de los aviones es el tiempo. Cuanto menos tiempo estén en tierra es mejor. Lo que acaba de pasar es que tengo tres aviones en cola para despegue, cambió la dirección del viento y además este DHL se me pasó. Ahora debo sacarlo de pista y atrasar el despegue de los demás”, explicó Donatto.
Radares, información desde la torre, así como la astucia de estos tráficos del aire para regular en los cielos ticos, es lo que permite que las transitadas autopistas aéreas estén libres de accidentes.
Una pasión. Subir y bajar todos los días casi cien gradas para llegar a la torre de control (no hay ascensor) es parte de su oficio.
A ninguno de los 12 controladores que manejan el Juan Santamaría le molesta hacerlo.
Su lugar de trabajo es como una oficina cualquiera, solo que con una vista espectacular y una gran responsabilidad sobre sus hombros.
En una esquina hay un coffeemaker , un microondas y una pizarra con unas fracciones de la lotería navideña que compraron entre todos, pero cuyos números no salieron favorecidos.
Las horas del almuerzo y el café se respetan. Wálter Rodríguez, de aseo, se encarga de ello.
“Wálter, ahí donde lo ve, es parte del equipo desde hace rato. Y morado hasta la muerte”, dice, en son de broma Donatto porque Rodríguez es liguista.
Aunque no todo es color de rosa en la torre. Todos han pasado momentos de tensión y hasta de mucha tristeza e impotencia.
“Lo más duro es cuando tenés a un piloto que va con problemas en la nave y lo perdés. Yo tuve en Pavas al piloto que cayó en las bodegas del hospital México hace años. Allí murió él, un hombre y un niño que viajaban”, comentó muy dolido Coto.
Coto e Hidalgo olvidan el estrés y la tensión con su segunda pasión: la fotografía. Ambos usan sus horas de descanso para fotografiar a los aviones que ellos mismos dirigen a tierra.